La señal que sorprendió a los científicos

La existencia de vida extraterrestre ha sido un tema de interés desde que los científicos dirigieron sus miradas hacia el cielo. El espacio sigue siendo un gran desconocido. Lo que vemos actualmente al contemplar las estrellas pudo haber dejado de existir hace millones de años. Además, tampoco podemos determinar con exactitud su extensión y debido a las limitaciones tecnológicas, su exploración está limitada a nuestro Sistema Solar, lo que no implica que esta exploración sea sencilla.

El hombre, que nunca está exento de dudas, también se ha preguntado si, al igual la Tierra, algún otro planeta ha reunido las condiciones para albergar vida. Por eso existe el proyecto SETI, que busca vjda extraterrestre inteligente. Por ahora la única señal que podría tener origen extraterrestre es la señal Wow!.

La señal tiene como origen la zona oeste de la constelación de Sagitario y fue recibida el 15 de agosto de 1977 a las 23:16 horas por el radio-telescopio Big Ear. Esta duró 72 segundos. Esta duración es debida a que el telescopio está fijo y el punto del espacio que es observado cambia con la rotación de la Tierra, es decir, cada 72 segundos.

Pero sin embargo, no es su duración ni su origen los que la hace especial. Si observamos la foto superior podremos ver una serie de números y letras impresos en un papel. Estas cifras y letras indican la intensidad de la señal del 0-9 y con las letras del abecedario (U es la más alta registrada). Jerry Ehman al ver la secuencia 6EQUJ5 no pudo contener su sorpresa, por eso lo rodeó y puso el famoso Wow! que dio nombre a la señal. Y no era para menos, porque nunca se había registrado una señal tan intensa.

En la actualidad, esta señal no tiene una procedencia clara. Por una parte, pudo haber sido un satélite que emitía en la frecuencia del hidrógeno. Otra teoría es la de un gran acontecimiento astronómico como la explosión de una supernova. Por último, algunos lo atribuyen a una civilización extraterrestre que posee un potente transmisor.

30 años después, su origen sigue siendo una incógnita, pero todavía queda la esperanza de que en algún rincón del inmenso cosmos alguien nos confirme que no estamos solos.

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