Julio II, el papa excluido del cielo

El papa Julio II, quien intentó por medios militares recuperar el patrimonio que había perdido la iglesia a manos de los Borgia y unificar Italia bajo el gobierno de la Santa Sede, murió en el 21 de febrero de 1513. La naturaleza guerrera del pontífice, que incluso lideraba a sus ejércitos llevando la armadura completa, no agradaba a quienes consideraba que tal tarea no era apropiada para el vicario de Cristo. No en vano, no eligió su nombre en honor al papa Julio I, sino por Julio César. Erasmo de Róterdam compondría anónimamente al año siguiente de su muerte un texto llamado Julio excluido del cielo (Iulius exclusus e coelis), donde San Pedro no le permitía la entrada ni a él ni a sus ejércitos.

Resumen

El texto comienza con la llegada de Julio II y su genio particular personificado, quienes llegan a las puertas del cielo que no pueden abrir ni con su llave del cofre del tesoro ni a golpes. Ante el alboroto, San Pedro los atiende desde una ventana enrejada, intentando evitar el hedor que desprenden. A pesar de sus lujosas vestimentas, San Pedro no reconoce a Julio II, menos aún como alguien digno de entrar. Frente a la amenaza de asaltar el cielo con su ejército, a quienes San Pedro considera una turba de ladrones bien entrenados, el portero divino le pide a Julio II que relate sus obras y milagros, ya que son las acciones las que permiten la entrada. Al no haber producido milagros ni rezado fiel y regularmente, Julio comienza una monólogo donde confiesa su grandiosidad y sus tejemanejes, sin la ayuda de nadie y con el mayor mérito posible, considerándose mejor que el propio San Pedro. En el proceso justifica las guerras que alentó y el beneficio económico que generó con ello, lamentando no poder volver a la Tierra para seguir con ellas, aunque consolándose con que al menos había asegurado que ninguna se resolviese.


Julio II descubre que sus ejércitos, que estaban esperando en el cielo mucho antes que él, no habían conseguido entrar a pesar de las bulas papales que mandaban directamente al cielo a todo el que luchara en su nombre. También descubre que San Pedro no ha llegado a ver al papa Sixto IV, tío de Julio II. Durante el diálogo se comparan las vidas humildes y sacrificadas de los sacerdotes de la época de San Pedro y aquellas guerreras, codiciosas y opulentas de los contemporáneos a Julio II.

Tras esto, Julio II sigue presumiendo de sus logros que obtuvo a costa de los demás, especialmente el beneficio económico saqueado de aquellos en su contra. Las intervenciones de San Pedro no dejan de ser para criticar la naturaleza pecaminosa, criminal y amenazante de los papas, así como su impunidad absoluta. Julio II se extiende en las justificaciones de sus acciones frente a un San Pedro curioso que interviene puntualmente. También explica cómo podía incitar a los gobernantes, desinteresados por la fe, a cumplir sus mandatos. En definitiva, Julio II expone con normalidad el materialismo eclesiástico, desde sus maquinaciones, intereses y grandes estructuras.

Acto seguido los papeles se invierten y es San Pedro quien reprende las acciones de la iglesia y cómo se ha alejado del camino seguido por Cristo. Trastornado por la poca moral del papa, a quien le encomienda crearse su propio paraíso privado mientras este planeaba asaltar el cielo, San Pedro se dirige finalmente a la personificación del genio de Julio II, preguntándole si todos los obispos son tan indignos. Este responde que prácticamente sí, pero que Julio II es un caso destacado. Para terminar, San Pedro desea que la gente común sea más digna, ya que con gente como Julio II con el título de papa, este carece de valor.

Fuente:
  • Desiderius Erasmus, The Praise of Folly and Other Writings, trans. Robert M. Adams (New York and London: Norton Critical Edition:, 1989), pp. 142-73.
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