La terapia que combatía la esquizofrenia con hipoglucemia


En 1923, Frederick Grant Banting y Charles Best recibieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por el descubrimiento de la insulina. Esta supuso un hito en el tratamiento de la diabetes, que hasta entonces solo podían alargar levemente la esperanza de vida de los pacientes. Gracias al hallazgo, entre 1928 y 1933, el austriaco Manfred Sakel desarrolló la terapia de choque con insulina para tratar la esquizofrenia.

Terapia de Sakel

La terapia consistía en una inducción a la hipoglucemia con dosis crecientes de insulina, produciendo espasmos, muecas, sudor abundante y pérdida de consciencia después de minutos u horas de gritos y gemidos. Posteriormente, se les ofrecía suero glucosado para que recuperaran el conocimiento. Entonces se observaba un periodo de lucidez. Esta terapia solía repetirse unas cinco o seis veces semanales durante varias semanas o meses, esperando que los periodos de lucidez fueran alargándose hasta que se le declarara recuperado o incurable.

Satisfacción entre pacientes y profesionales


Aunque su validez científica era cuestionable, la terapia fue rápida y ampliamente aceptada en los sobrecargados hospitales de Estados Unidos en 1938, creándose salas de insulina independientes para este tratamiento. Era uno de los casos comunes en las ciencias de las salud donde la satisfacción de pacientes y sanitarios con los tratamientos no concuerdan con los datos de los estudios científicos. Por ello, es posible que influyeran otros factores. Las unidades de insulina eran salas con personal especializado que llevaba el control de las constantes vitales de los pacientes y mantenía un entorno tranquilo, seguro y cómodo, asegurando la ventilación y la temperatura en la fase febril. Aunque pueda parecer la situación habitual de un hospital, los sanatorios solían ser caóticos y ruidosos, donde se arrojaban objetos y se gritaban insultos. Además, en este área solo se aceptaban esquizofrénicos diagnosticados. Entre estos, podían tener en cuenta su historia clínica, descartando a los crónicos que tenían peor pronóstico,  se comprobaba que el paciente pudiera soportar la dureza del tratamiento y no existieran contraindicaciones. Igualmente, la terapia se cancelaba tras cualquier complicación. De esta manera, cada unidad también tenía un protocolo distinto respecto a las veces que debía alcanzar el coma o su duración, pues se observaba que la terapia se resistía a la estandarización.

Debido al control y selección, estas unidades solían enorgullecerse de su baja mortalidad y morbilidad. La presencia de un grupo de profesionales que trabajaba exclusivamente en este área y trataban urgentemente al unísono las complicaciones, como las convulsiones y comas prolongados, también unía tanto a los profesionales como a los pacientes. El personal incluso realizaba actividades con los pacientes, tanto dentro como fuera del recinto. Entre todos se asombraban con la calma que obtenían con la terapia unos pacientes que, sin esa unidad, estarían desamparados. Los esfuerzos de los sanitarios se veían validados. Sin embargo, a la hora de la verdad, los registros mencionan brevemente y sin mucho entusiasmo de las recuperaciones, al contrario de los fracasos y recuperaciones parciales. Por ello, como otros tratamientos, fue sustituida por los psicofármacos a finales de la década de 1950.

Fuentes

  • Vecchio, I., Tornali, C., Bragazzi, N. L., & Martini, M. (2018). The discovery of insulin: an important milestone in the history of medicine. Frontiers in endocrinology, 613.
  • Doroshow, D. B. (2007). Performing a cure for schizophrenia: insulin coma therapy on the wards. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, 62(2), 213-243.
 

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