Frederic Tudor, el rey hielo
El ruido de 100 irlandeses rompió la soledad de Henry David Thoreau en su santuario de Walden Pond durante el duro invierno de 1856. El excéntrico trascendentalista miró por la ventana de su rústica cabaña donde había ido a "chupar la vida hasta la médula" y observó como los trabajadores inmigrantes de la Compañía de Hielo Tudor empezaban a sacar 10.000 toneladas de hielo de Walden Pond.
El hielo obtenido durante tres semanas fue embarcado para los ávidos consumidores de lugares tan lejanos como Carolina del Sur, Louisiana e incluso la India. "Los sofocantes habitantes de Charleston y Nueva Orleans, de Madras y Bombai y Calcuta, beben en mi pozo", escribió Thoreau en "Walden". Por supuesto, quienes usaban el hielo en sus bebidas no sabían que también se estaban tomando el agua de la bañera de Thoreau, pero a las masas tampoco le importaba. Hasta la mitad del siglo XIX, el hielo fue un bien de lujo disfrutado tan solo por los ricos, pero todo eso cambió gracias a Frederic Tudor, el emprendedor de Boston conocido como el "Rey Hielo".
Tudor fue un visionario de 22 años cuando soñó la manera de cosechar el hielo invernal de los estanques y ríos de Nueva Inglaterra y exportarlos a la colonia francesa de Martinica donde podían ser usados para enfriar las bebidas, conservar la comida y calmar a los pacientes que sufrían de fiebre amarilla. Según Tudor, su aventura "provocó las risas de toda la ciudad al considerarlo un proyecto de locos". Incluso su padre pensó que era "salvaje y ruinoso". El modelo de negocio del comercio de hielo se basaba en la oferta y la demanda, pero llevar el producto al mercado sin que se derritiera era un desafío. Cuando Tudor no pudo encontrar ningún mercader que deseara transportar agua - incluso si era congelada - dentro de su barco, compró el suyo propio por $4.750 y zarpó en 1806 con 130 toneladas de hielo de un estanque familiar a las afueras de Boston. "No es broma. Un barco lleno de hielo ha dejado este puerto hacia Martinica. Esperemos que esto no resulte ser una especulación sospechosa," bromeaba la Boston Gazette. Embalados en heno, la mayor parte del hielo sobrevivía al viaje de tres semanas, pero sin lugar donde almacenarlos en Martinica, Tudor vio como sus beneficios se fundían rápidamente. Perdió $4.000 en el viaje.
Sin inmutarse, embarcó 240 toneladas de hielo a la Habana el año siguiente, pero siguió sin obtener beneficios. El embargo de 1807 y la guerra de 1812 dañaron el mercado naval americano y pusieron el negocio de Tudor pendiente de un hilo. Con sus pérdidas acumulándose, Tudor acabó dos veces en la prisión de deudores, sin embargo siguió adelante. Aprendiendo de sus errores, se aseguró de que se construyeran recintos donde conservar el hielo en los puertos donde llegaba y sus lugares de abastecimiento. A base de ensayo y error, descubrió que el serrín evitaba el derretimiento mejor que el heno. El bostoniano ganó el monopolio en la Habana y Jamaica y encontró un éxito doméstico en Charleston, Savannah y Nueva Orleans. Tudor promocionaba incansablemente los beneficios de sus productos - incluso ofreciendo a los camareros hielo gratis para enfriar las bebidas de los clientes para tenerlos enganchados - pero la carga de trabajo le llevó a la ansiedad, el cansancio y un ataque de depresión en 1821.
Después de recuperarse en Cuba, el tráfico de hielo de Tudor despegó cuando se unió a Nathaniel Wyeth, uno de sus proveedores, quien inventó el cortador de hielo de doble hoja tirado por caballos. El dispositivo cortaba el hielo como una cuadrícula del tablero de ajedrez que podían ser extraídos fácilmente con palancas de hierro. La innovación de Wyeth reemplazó el laborioso proceso de obtención de hielo con picos, cinceles y sierras, permitiendo la producción en masa. Además, los bloques uniformes, básicamente cubos de hielo gigantes, podían ser almacenados más pegados entre sí para minimizar la fusión.
La revolucionaria tecnología fue puesta a prueba cuando Tudor embarcó hielo en un viaje de 26.000 km de Boston a Calcuta en 1833. A pesar de pasar cuatro meses en el mar, prácticamente las 180 toneladas llegaron a la India intactas. El hielo cristalino de Nueva Inglaterra causó tal sensación en Calcuta, que en tres días los residentes encargaron la construcción de un depósito de hielo.
Finalmente, Tudor había probado que era posible producir en masa un suministro de hielo natural y entregarlo con éxito a cualquier parte del mundo donde existiera una demanda. Hubo una explosión en el comercio de hielo y Tudor se convirtió en un magnate del negocio. Medidos en peso, el algodón era la única "cosecha" embarcada en mayor cantidad por los barcos americanos años antes de la guerra civil. La India era el reino más rentable del Rey Hielo, un mercado tan rentable que permitió a Tudor pagar más de $200.000 en deudas por sus desastrosas especulaciones en café y cumplir sus ansias de riqueza. El comercio de hielo se convirtió en una piedra angular del comercio de la Nueva Inglaterra del siglo XIX. En 1856, cerca de 150.000 toneladas de hielo al año dejaban sus barcos de Boston a 43 países extranjeros, incluyendo China, Australia y Japón. Con la ayuda del ferrocarril, el consumo doméstico fue aún mayor.
Cuando Tudor murió a los 80 años en 1864, era millonario. En ciudades de todo el globo, el Rey Hielo había transformado el agua congelada de un lujo a una necesidad. El hielo natural era tan común que cuando los inviernos cálidos y los problemas en las embarcaciones causaban "hambrunas de hielo", las ciudades se volvían locas. (Durante la escaseces de hielo en Calcuta, era necesaria una receta médica para comprar una cantidad mayor a la asignada de hielo.) El comercio americano de hielo floreció en el siglo XX, hasta que los frigoríficos y congeladores eléctricos llegaron en la década de los 30.
Así que este verano, cuando escuches el tintineo de un cubito de hielo, levante la copa helada y brinde por el Rey Hielo.
Fuente: history
El hielo obtenido durante tres semanas fue embarcado para los ávidos consumidores de lugares tan lejanos como Carolina del Sur, Louisiana e incluso la India. "Los sofocantes habitantes de Charleston y Nueva Orleans, de Madras y Bombai y Calcuta, beben en mi pozo", escribió Thoreau en "Walden". Por supuesto, quienes usaban el hielo en sus bebidas no sabían que también se estaban tomando el agua de la bañera de Thoreau, pero a las masas tampoco le importaba. Hasta la mitad del siglo XIX, el hielo fue un bien de lujo disfrutado tan solo por los ricos, pero todo eso cambió gracias a Frederic Tudor, el emprendedor de Boston conocido como el "Rey Hielo".
Réplica de la cabaña de Henry David Thoreau y su estatua |
Sin inmutarse, embarcó 240 toneladas de hielo a la Habana el año siguiente, pero siguió sin obtener beneficios. El embargo de 1807 y la guerra de 1812 dañaron el mercado naval americano y pusieron el negocio de Tudor pendiente de un hilo. Con sus pérdidas acumulándose, Tudor acabó dos veces en la prisión de deudores, sin embargo siguió adelante. Aprendiendo de sus errores, se aseguró de que se construyeran recintos donde conservar el hielo en los puertos donde llegaba y sus lugares de abastecimiento. A base de ensayo y error, descubrió que el serrín evitaba el derretimiento mejor que el heno. El bostoniano ganó el monopolio en la Habana y Jamaica y encontró un éxito doméstico en Charleston, Savannah y Nueva Orleans. Tudor promocionaba incansablemente los beneficios de sus productos - incluso ofreciendo a los camareros hielo gratis para enfriar las bebidas de los clientes para tenerlos enganchados - pero la carga de trabajo le llevó a la ansiedad, el cansancio y un ataque de depresión en 1821.
Flickr:Wystan |
Después de recuperarse en Cuba, el tráfico de hielo de Tudor despegó cuando se unió a Nathaniel Wyeth, uno de sus proveedores, quien inventó el cortador de hielo de doble hoja tirado por caballos. El dispositivo cortaba el hielo como una cuadrícula del tablero de ajedrez que podían ser extraídos fácilmente con palancas de hierro. La innovación de Wyeth reemplazó el laborioso proceso de obtención de hielo con picos, cinceles y sierras, permitiendo la producción en masa. Además, los bloques uniformes, básicamente cubos de hielo gigantes, podían ser almacenados más pegados entre sí para minimizar la fusión.
La revolucionaria tecnología fue puesta a prueba cuando Tudor embarcó hielo en un viaje de 26.000 km de Boston a Calcuta en 1833. A pesar de pasar cuatro meses en el mar, prácticamente las 180 toneladas llegaron a la India intactas. El hielo cristalino de Nueva Inglaterra causó tal sensación en Calcuta, que en tres días los residentes encargaron la construcción de un depósito de hielo.
Finalmente, Tudor había probado que era posible producir en masa un suministro de hielo natural y entregarlo con éxito a cualquier parte del mundo donde existiera una demanda. Hubo una explosión en el comercio de hielo y Tudor se convirtió en un magnate del negocio. Medidos en peso, el algodón era la única "cosecha" embarcada en mayor cantidad por los barcos americanos años antes de la guerra civil. La India era el reino más rentable del Rey Hielo, un mercado tan rentable que permitió a Tudor pagar más de $200.000 en deudas por sus desastrosas especulaciones en café y cumplir sus ansias de riqueza. El comercio de hielo se convirtió en una piedra angular del comercio de la Nueva Inglaterra del siglo XIX. En 1856, cerca de 150.000 toneladas de hielo al año dejaban sus barcos de Boston a 43 países extranjeros, incluyendo China, Australia y Japón. Con la ayuda del ferrocarril, el consumo doméstico fue aún mayor.
Cuando Tudor murió a los 80 años en 1864, era millonario. En ciudades de todo el globo, el Rey Hielo había transformado el agua congelada de un lujo a una necesidad. El hielo natural era tan común que cuando los inviernos cálidos y los problemas en las embarcaciones causaban "hambrunas de hielo", las ciudades se volvían locas. (Durante la escaseces de hielo en Calcuta, era necesaria una receta médica para comprar una cantidad mayor a la asignada de hielo.) El comercio americano de hielo floreció en el siglo XX, hasta que los frigoríficos y congeladores eléctricos llegaron en la década de los 30.
Así que este verano, cuando escuches el tintineo de un cubito de hielo, levante la copa helada y brinde por el Rey Hielo.
Fuente: history
FREDERIC TUDOR OTRO EJEMPLO MÁS DE QUE, CONTRARIO A LO QUE CREE LA MAYORÍA, EL ÉXITO NO ES CASUALIDAD!!!