La mujer que veía dragones en vez de caras humanas

Durante décadas, cada vez que miraba a la cara de una persona, veía como sus rasgos se deformaban. Tras unos minutos, su piel comenzaba a oscurecerse y adquirir una apariencia reptiloide, las orejas les crecían puntiagudas, el morro aumentaba al igual que los ojos, que adquirían un color amarillo brillante, verde, azul o verde. No solo las caras se transformaban, sino que también veía dragones en las paredes, enchufes, en el ordenador e incluso en ausencia de estimulos de apariencia facial, como en la oscuridad.


Este problema se convirtió en una molestia a partir de la adolescencia, cuando se percató que esto no era normal. El aislamiento, la depresión y el abuso del alcohol dificultó su vida, pero consiguió graduarse, casarse, tener una hija y convertirse en administradora de escuela. Las complicaciones para mantener una percepción estable de las caras produjeron problemas de comunicación y conflictos recurrentes que le obligaban a cambiar de trabajo a menudo.

Aparte de las cefaleas no migrañosas frecuentes, zoopsia ocasional (veía grandes hormigas subiéndose por sus brazos), una ligera depresión y las alucinaciones (ver movimiento por el rabillo del ojo), la evaluación psicológica no mostró más alucinaciones. Aparte de eso, esa distorsión de la percepción visual se llamaba prosopometamorfopsia, caracterizada por la deformación de las caras de forma constante. Los exámenes neurológicos, los análisis de sangre y el electroencefalograma también eran normales, pero la imagen por resonancia magnética ofrecía unas pocas anormalidades en la sustancia blanca del núcleo lentiforme y el centro semioval.

La prosopometamorfopsia suele ser transitoria, atribuyéndose a cambios o trastornos funcionales como la epilepsia, la migraña o enfermedades oculares. El primer caso se describió en 1947. Desde entonces, los ejemplos adicionales son muy escasos.

Fuente:

  • Blom, J. D., Sommer, I. E., Koops, S., & Sacks, O. W. (2014). Prosopometamorphopsia and facial hallucinations. The Lancet384(9958), 1998.
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