Mensajes interplanetarios en el siglo XIX

Durante el siglo XIX se estableció la idea de la existencia de vida inteligente en otros cuerpos celestes. Tratando de entablar relaciones con nuestros vecinos planetarios, se diseñaron ingeniosos pero rudimentarios métodos para romper las barreras de la distancia y el lenguaje para comunicarse con los extraterrestres. Sin embargo, no habrían brotado estas ideas sin una semilla que despertara la sospecha de civilizaciones alienígenas.

Sospechas de vida en la Luna y Marte

Debido a las características de los telescopios y la incapacidad de registrar imágenes de calidad, durante el siglo XIX se realizaron observaciones que fueron confundidas como obras de ingeniería extraterrestre. Estas creencias fueron mantenidas hasta el final de sus días por científicos como Percival Lowell o William Henry Pickering. El pluralismo cósmico, que contemplaba la existencia de vida en otros planetas, se dividió entre quienes defendían su presencia en los planetas cercanos y los que creían que estadísticamente existiría en otros lugares del cosmos, aunque no cerca.

Los selenitas

En 1924, el médico y astrónomo Franz von Gruithuisen (1774-1852) creyó observar una serie de edificios en el cráter lunar Schröter, pero fue ridiculizado por aquellos con mejores instrumentos. No obstante, no tenía exclusividad en la creencia de la civilización lunar. En 1845, el reverendo Thomas Dick afirmaba que el Sistema Solar albergaba 21 891 974 404 480 habitantes, de los cuales 4 200 000 000 estaban en la Luna, unas tres veces y media las que había entonces en la Tierra.

Richard Adams Locke (1800-1871) publicó en 1835 los bulos de los habitantes de la Luna en The Sun, donde hablaba de humanoides alados que construían templos, castores bípedos sin cola, unicornios, bueyes y el paisaje similar terrestre, atribuyendo el descubrimiento a John Herschel. En 1940, Locke admitió el bulo en el semanario New World.

Los marcianos


En 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli (1835-1910) describió canales en Marte que serían confirmados en 1881, según informó el periodista Charles A. Young en 1889. Los cambios observados desde finales del siglo XIX a principios del XX en el planeta rojo fueron interpretados como obras de ingeniería de una civilización marciana que transportaba el agua de los polos helados a zonas más secas. Aunque astrónomos como Percival Lowell siguieron defendiendo el concepto en el siglo XX, con la mejora de los telescopios los canales dejaban de verse.

Comunicación interplanetaria

Igual que con el bulo de la Luna, se usaron nombres de científicos famosos para defender propuestas para comunicarse más allá de la Tierra. En 1920, Carl Gauss (1777-1855), un matemático alemán, un sabio ruso o Franz Xaver von Zach supuestamente propusieron dibujar un triángulo con plantaciones de trigo y tres cuadrados con bosques de pino en la tundra siberiana para expresar el teorema de Pitágoras. Aunque su autoría real es desconocida, es cierto que Gauss sugirió en una carta a Heinrich Wilhelm Matthäus Olbers (1758–1840) utilizar su invento, el heliotropo, para contactar con civilizaciones extraterrestres. Su idea era usar un sistema de 100 espejos de unos 5 m2 cada uno para emitir luz a la Luna.

1840 vio otra propuesta anónima, pero atribuida a Joseph von Littrow (1781–1840), que sugería cavar canales circulares de 300 km de diámetro en el desierto del Sahara, llenarlos con agua y cubrirlos con queroseno para encenderlos durante la noche. La opción de quemar grandes superficies también se presenta en algunas versiones de la propuesta anterior.

Camille Flammarion (1842-1925) opinaba que, dado que la geometría era universal, debían dibujarse figuras de 100 km en la superficie terrestre con faroles u otros medios, pudiendo cambiar sucesivamente de forma. De esta manera, sería fácil de entender y no se confundiría con una señal natural. Su amigo Charles Cros (1842-1888) opinó en 1869 que para comunicarse con Venus y Marte debía de usarse un potente haz de luz reflejado en un espejo parabólico dirigido. Este haz se reflejaría intermitentemente, transmitiendo series numéricas de dificultad creciente que quemaran el suelo marciano como una lupa. Las señales debían ser detectables, diferenciables de las señales naturales y que permitan inferir inteligencia. Tanbién creía que los destellos vistos en Marte y Venus eran mensajes malinterpretados que no se supo entender.

El finlandés Edward Engelbert Neovius (1823–1888) compartía la misma opinión y métodos sobre la telegrafía celestial, considerando a la civilización marciana como más avanzada y mostrándose optimista respecto a la celeridad de los progresos en este campo. Sir Francis Galton (1822-1911), primo de Charles Darwin, propuso reflejar la luz solar hacia Marte para responder a los destellos marcianos captados en la época. William H. Pickering (1838-1938) sugirió una idea similar, usando espejos parabólicos que reflejaran la luz de potentes faroles.

En 1899, el astrónomo francés aficionado A. Mercier sugirió en un folleto colocar varios reflectores móviles en la torre Eiffel para que reflejaran la luz de la puesta de Sol, moviéndose para ofrecer un comportamiento poco natural. Otro plan era colocar grandes espejos en la solana de una montaña que reflejara a otro en la cumbre y, este, a otro en la umbría dirigido a Marte. De esta manera, la luz en este último contrastaría con la sombra a su alrededor. Para financiar los proyectos, solicitaba la suscripción a su folleto, pero no logró sus objetivos.

En 1919, la revista Popular Science aún defendía la comunicación marciana por medios visuales, compartiendo la idea de Flammarion de iluminar una porción considerable de Tierra, como la del Sáhara, con lámparas, pero necesitaría de la generosidad financiera digna de alguien como Andrew Carnegie. El profesor R. W. Wood propuso el método opuesto, mucho más económico: tapar el Sáhara con telas negras. Al levantarse alternativamente, las arenas reflejarían el Sol.

El premio Guzman

En 1891, Flammarion anunció que la rica viuda francesa Clara Goguet Guzman ofrecería 100 000 francos a cualquier persona de cualquier país capaz de comunicarse con cualquier estrella o planeta en los próximos 10 años y recibir una respuesta. Marte estaba excluido porque entonces se creía que estaba habitado y la comunicación no habría sido un reto suficiente.  La Academia Francesa de las Ciencias administraría el premio llamado Pierre Guzman en honor al hijo de la viuda. En 1905, el premio fue compartido por Henri Joseph Anastase Perrotin y Louis Fabry. En 1910 lo recibió Maurice Loewy. En 1969, lo recibió la tripulación del Apolo XI.

Fuentes

  • Raulin-Cerceau, F. (2010). The pioneers of interplanetary communication: From Gauss to Tesla. Acta Astronautica, 67(11-12), 1391-1398.
  • Cerceau, F. R., & Bilodeau, B. (2012). A comparison between the 19th century early proposals and the 20th–21st centuries realized projects intended to contact other planets. Acta Astronautica, 78, 72-79.
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