El rey que impidió que subiera el sueldo tras la peste negra
La peste negra fue el remate para las vidas de los europeos del siglo XIV que, después de la prosperidad del siglo anterior, se enfrentaba a la hambruna, sueldos bajos y precios estratosféricos. Sin embargo, cuando este mal acabó, los supervivientes tuvieron la oportunidad de cultivar mayores tierras y, debido a la demanda de trabajadores, de exigir una paga mejor, pero en Inglaterra esto duró poco tiempo.
Donde una puerta se cierra, otra se abre
Debido a la sobrepoblación y a la competición laboral, los campesinos ingleses
trabajaban duramente y por un sueldo mísero. Cuando llegó la peste negra en el
verano de 1348, murió el 30-50% de la población. Con ello murieron millones de
trabajadores pero, aún así, la mano de obra seguía siendo necesaria,
especialmente la agrícola para mantener y cultivar las extensas tierras de
cultivo. Si no se trabajaba, no habría cosecha con la que alimentar a la
población. Además, los señores habían perdido las ganancias tanto de los
inquilinos de estas tierras como de su producción, por lo que tenerlas
abandonadas no era una opción. En cambio, los supervivientes eran muy
requeridos y podían negociar sus pagos, facilitando su movilidad social.
También obtuvieron libertad para trabajar para quien deseasen y permitió que
algunos trabajadores se especializasen en empleos previamente vetados para
ellos.
Las élites no veían esta como una situación agradable. Sus ingresos se habían reducido drásticamente y los trabajadores, en vez de conformarse con lo que le ofrecían, como llevaban generaciones haciendo, pedían varias veces más. Temiendo que la diferencia de clases desapareciera por la pereza y codicia desmedida de los campesinos, suplicaron al rey Eduardo III (1312-1377) que interviniera.
Lo bueno poco dura
Esta época de esplendor para las clases populares duró apenas dos años y regresó a la situación anterior durante dos décadas, manteniendo los sueldos sin apenas variación desde 1352 a 1371. Esto fue gracias a la Ordenanza de Trabajadores de 1349, cuando la pandemia aún se notaba en la población, que ordenaba que "los trabajadores solo tomaran las pagas, libreas, recompensas o salarios que estaban acostumbrados a recibir en los lugares donde deben servir, el vigésimo año de nuestro reino de Inglaterra, o cinco o seis años comunes antes". Sin embargo, como dependía de la ejecución local y privada para implementarse, no se aplicó adecuadamente o de forma consistente para someter a los campesinos a aceptarla. Por ello, en 1351, la corona promulgó el Estatuto de Trabajadores para combatir su desobediencia. Este permitió que los trabajadores tuvieran que jurar dos veces al año, ante los altos cargos locales, a obedecer la ley. Si se negaban, el rey otorgaba permiso para buscarlos y encerrarlos o multarlos hasta que aceptaran las condiciones. De esta manera, el rey aumentaba su poder a través de la potestad ofrecida a las autoridades locales.
Ante la amenaza a sus posiciones, la relación simbiótica entre el rey y las elites locales favoreció a ambos. Sin nobles ni aristócratas que le apoyaran y gravara los impuestos a la población, el rey no podía controlar la economía del país ni enfrentarse a Francia en la Guerra de los Cien años (1337-1453). Para visualizar el alcance de estas medidas, tenemos que tener en cuenta que Inglaterra tenía entonces unos 2-3 millones de habitantes, prácticamente la mitad que unos años antes. De esos, a finales del siglo XIV, 70 eran familias nobles, que incluían condes (earls) cercanos al rey y barones, y unas 60-70 familias por cada condado eran aristócratas, que ocupaban los cargos locales.
En este toma y daca, el rey otorgaba poder para cumplir la ley, recoger los impuestos y, en el caso de los condes (earls), participar en el parlamento. Por su parte, los nobles apoyaban las políticas del rey, financiaban sus empresas con los impuestos y, al tenerlos comiendo de la mano, cumplían su voluntad, incrementando su poder. Sin embargo, este era un equilibrio muy tenso, pues un paso en falso podría hacerle perder sus apoyos. Era dependiente de los nobles si no quería acabar como su padre Eduardo II.
A perro flaco todos son pulgas
Aunque inicialmente subieron los sueldos, también lo hicieron los precios de los alimentos. Eduardo III emitió el Estatuto de Libre Comercio y el Estatuto de Anticipadores en 1351 para evitarlo y castigar a los intermediarios que compraban víveres antes de llegar al mercado para venderlos más caros, pero fue inútil. Como resultado, para los campesinos era más caro aún llevarse un plato a la boca.
Décadas después, en 1381, esta tensión resultaría en la rebelión de Wat Tyler
que, aunque fue suprimida, puso fin a la servidumbre.
Fuente
-
DiCiesare, L., & Melleno, D. (2021). Meddling in the Post-Black Death
Economy: Edward III’s Policies to Repress the Peasantry.
University of Denver Undergraduate Research Journal, 2(2).