Gunkanjima, la isla fantasma (II)


Suh Jung-woo, uno de los afortunados trabajadores coreanos que tuvieron la suerte de sobrevivir, recuerda Hashima en una entrevista de 1983:
Yo era uno de los dos chicos obligados a entrar en un camión en mi pueblo y llevados a la oficina del gobierno, donde habían sido recogidos varios miles de coreanos de entre 14 y 20 años. Después de una noche en una posada, donde nos llevaron en camión a una ciudad cercana, y después en tren al puerto en Pusan y un barco de allí a Shimonoseki. Sobre 300 miembros del grupo, yo incluido, fuimos llevados en tren a Nagasaki, donde llegamos la mañana siguiente. Todos fuimos enviados a Hashima. 
Tenía parientes en Japón, no solo a mis padres en Nagoya, sino también a un pariente en Sasebo. Pensaba que no importaba a que parte de Japón fuera enviado, que sería capaz de escapar para encontrar refugio con ellos. Pero tan pronto como vi Hashima perdí toda esperanza. La isla estaba rodeada por altos muros de hormigón de hasta nueve pisos...Los coreanos fuimos alojados en edificios de cemento en los límites de la isla. Siete u ocho de nosotros fueron puestos juntos en una pequeña habitación, dando a cada uno no más de un pie de espacio.
Los edificios estaban hechos de cemento reforzados con mortero en el exterior, pero el interior estaba sucio y cayéndose a pedazos...Nos dieron uniformes que parecían sacos de arroz y forzados a empezar a trabajar la mañana después de llegar. Eramos constantemente vigilados y ordenados por guardas japoneses, algunos con espadas. 
La mina estaba en las profundidades del mar, los trabajador se bajaban por el ascensor a un estrecho pozo. El carbón era extraído de una espaciosa cámara subterránea, pero los lugares de excavación eran tan pequeños que teníamos que agacharnos para trabajar. Era un trabajo insoportable y agotador. Los gases contenidos en los túneles y las rocas del techo y de las paredes podían derrumbarse en cualquier minuto. Estaba convencido de que nunca dejaría la mina vivo.

De hecho, morían cuatro o cinco trabajadores cada mes en accidentes. Los conceptos modernos de seguridad eran inexistentes. Los cadáveres fueron incinerados en Nakanoshima, la pequeña isla al lado de Hashima. 
El fin de la II Guerra Mundial trajo cambios radicales a la isla de Hashima y nuevos objetivos para sus productos. En lugar de combustible para acorazados y acero para las balas de cañón, el carbón de Hashima forjó las herramientas para la recuperación de Japón del pozo de humillación y derrota. Irónicamente, sin embargo, había otro conflicto - La Guerra Coreana (1950-1953) - que catapultó las minas de carbón, y virtualmente a cualquier otra industria japonesa, a un periodo dorado de prosperidad y crecimiento.

La población de Hashima alcanzó las 5.259 personas en 1959. La gente estaba literalmente amontonada en cualquier rincón o esquina de los bloques de apartamentos. Las laderas rocosas que soportaban todos esos edificios representan el 60% del tamaño de la isla de 6,3 hectáreas, mientras que la zona quitada al mar era usada para instalaciones industriales, constituyendo el 40% restante. Con 835 personas por hectárea en toda la isla, o la increíble densidad de población de 1.391 en el distrito residencial, se dice que tiene la densidad de población más alta jamás registrada. Incluso más que Warabi, la ciudad más densamente habitada de Japón en la actualidad, con 141 personas por hectárea.

Hashima tenía todos los recursos y servicios necesarios para la subsistencia de la ciudad. En los pocos huecos entre los apartamentos había una escuela primaria, una escuela secundaria, un pargue infantil, gimnasio, salón de billar, cine, bares, restaurantes, 25 tipos de tiendas, hospital, peluquería, templo budista, santuario sintoísta e incluso un burdel. No había vehículos a motor. Como dijo un minero en una ocasión, se podía llegar de un punto a otro de la ciudad en menos tiempo de lo que se tarda en terminar un cigarrillo. Los paraguas eran innecesarios: un laberinto de corredores y escaleras conectaba todos los bloques de apartamentos.

La igualdad podía haber reinado en los pasillos, pero la asignación de los apartamentos reflejaba la rígida jerarquía de clases sociales. Los mineros solteros y empleados de compañías subcontratistas estaban en viejos apartamentos de una sola habitación; los trabajadores casados de Mitsubishi y sus familias tenían apartamentos con dos habitaciones de seis tatamis, aunque compartían retretes, baños y cocinas; el personal de oficina de alto nivel y profesores disfrutaban del lujo de apartamentos de dos habitaciones con cocinas y retretes con cisterna. El gerente de la mina de carbón de Mitsubishi, mientras, vivía en una residencia privada de madera situada simbólicamente en la cumbre de la roca original de Hashima.

De hecho, Mitsubishi poseía la isla y todo en ella, como una especie de dictadura benevolente que garantizaba la seguridad laboral y daba vivienda, electricidad y agua gratis. Sin embargo,, los residentes tenían que turnarse para limpiar y mantener las instalaciones públicas. Así se reunían todos los habitantes de la isla, bajo el ala de "La Compañía", todo con un objetivo común.

Pero el carbón no era comestible. La comunidad dependía completamente del exterior para la alimentación, ropa y otros productos básicos. Incluso el agua tenía que ser llevada a la isla a través de tuberías conectadas a los depósitos continentales en 1957. Cualquier tormenta que impedía el paso de los barcos más de un día se traducía como miedo y austeridad en Hashima.

El rasgo más destacado de la isla es su completa ausencia de suelo y vegetación autóctona. Hashima, después de todo, no era más que un puñado de carbón rodeada por rocas. Una película de Shochiku Co. Ltd. en 1949 fue oportunamente titulada Midori Naki Shima (La isla sin verde).

En 1963 se inició una campaña para aumentar el número de plantas. Usando el suelo de la isla original, hicieron jardines en las azoteas, disfrutando del placer sin precedentes de verduras de cosecha propia y las flores. Fue en ese tiempo cuando las cocinas eléctricas de arroz, los frigoríficos y los televisores se convirtieron en los aparatos estándar de los apartamentos de la isla.

Pero el optimismo no duró mucho. A finales de la década de los 60, cuando la economía de Japón se disparó y el petróleo sustituyó al carbón como el pilar de políticas energéticas nacionales. Las minas de carbón de todo el país empezaron a cerrar. Mitsubishi redujo la plantilla poco a poco, formando a los trabajadores y mandándolos a otras ramas de la empresa. El golpe de gracia llegó el 15 de enero de 1974, cuando la compañía realizó una ceremonia en el gimnasio de la isla, anunciando el cierre de la mina.

El subsecuente éxodo procedió con una velocidad impresionante. El último residente se fue en barco a Nagasaki el 20 de abril de 1984, sosteniendo un paraguas con una ligera lluvia y mirando atrás a los vacíos bloques de apartamentos.

Primera parte - Tercera parte

Fuente: Cabinet Magazine 
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1 Comments
  • Jlin
    Jlin 3 de julio de 2010, 10:19

    Vaya vaya, interesante post (junto con el anterior) desconocía la existencia de este lugar y voy a indagar más sobre él. Terrible. Un saludo

    Mi palabra de verificación es IRUPEC: ave zancuda gigante de pico largo y fino que se alimenta de peces espada que engulle de una sola vez.

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