El hombre cuyos intestinos centelleaban como estrellas

La medicina y el conocimiento médico en el último siglo ha avanzado a tal nivel que cualquier procedimiento de épocas anteriores parece una lotería con pocas posibilidades de sobrevivir. En la siguiente carta publicada en el número XIX de la revista médica Richmond and Louisville, se cuenta el extraordinario caso de un hombre cuyas vísceras, aplastadas y llenas de cristal y arena después de que un vagón le pasara por encima, son limpiadas y devueltas a su lugar sin provocar una infección y salvando la vida de la víctima.

J.T., un cantero galés de unos 25 años, de buena constitución, pero algo "adicto a las espirituosas", en un estado de intoxicación, cayó de un vagón de pizarra, en abrupto movimiento, y cargado con otras cinco o seis personas. El vehículo entonces cargado, pasó sobre él y le atravesó la mitad de su cuerpo; rompió el cuello de una gran botella de cristal, cuya base, parece, penetró su abdomen, vaciando sus entrañas, que fueron aplastadas en la arena por las ruedas.
29 de mayo de 1869, me llaman para que lo vea; llego antes de la puesta de Sol. El accidente ocurrió unas horas antes, y había sido llevado a un cómodo hogar de un amable y hospitalario vecino. Lo encontré yaciendo en la cama con un peck [9 litros] de intestino delgado y algún omento reposando fuera de su abdomen, envuelto en paños húmedos. En una inspección más exhaustiva, me percaté de que las entrañas habían escapado a través de una punción hecha por la botella rota (que tenía en su bolsillo o su seno) cuando el vagón pasó por encima suyo. La punción estaba situado en el hipogastrio dos pulgadas y media o tres sobre el ombligo, y en la línea media, penetrnado la pared abdominal entre los vientres y los músculos rectos. Ni los intestinos ni el omento fueron cortados o rasgados, pero estaban tristemente magullados, y tenían un puñado de cristal y arena molida en la superficie peritoneal. La superficie de toda la masa apareció ennegrecida y magullada, y, en llamativo contraste, centelleaban las brillantes partículas de cristal y arena incrustadas en él. El movimiento vermicular era bastante activo, y presentaba una vívida escena por la luz de las lámparas traídas en mi ayuda. Ahora se estaba poniendo oscuro.
Con bastante cantidad de agua caliente limpia y trapos secos suaves, me dispuse a trabajar, primero para eliminar los cuerpos extraños, y luego para devolver las entrañas. ¡Pero ay! es más fácil decirlo que hacerlo. Lavando y limpiando cuidadosa y pacientemente, con la ayuda de muchas manos voluntarias, y como tantos ojos observadores, durante más de dos horas lavé, limpié y tomé, amablemente como debe ser, hasta la última de las centelleantes partículas que aún brillaban. Una y otra vez continué hasta que la paciencia dejó de parecer una virtud, dado que ni al doctor, sus ayudantes ni al paciente le quedaban más. Claramente era una imposibilidad física eliminar todo esta fina arena y cristal. Dejemos a aquel que dude intentar este experimento en un bruto sin valor. O quizás simplemente debiera dejar un trozo de carne fresca en un montón de arena y cristal roto - no necesita aplastarlo con su talón - y luego tomar su propio tiempo para limpiarlo, pero bajo la condición, de que debe comérselo cuando termine. Si tiene algún diente, no dudará más.
Al devolver las entrañas (la primera en salir, la primera en volver), que fue cumplido fácilmente, se encontraron muchas partículas, algunas bastante grandes, que habían escapado de la detección previa. Aún, sé que no todas pudieron haber sido, y no podían ser, eliminadas. Tras la reposición de la masa extruida, la abertura de su salida presentaba este aspecto: la abertura en la piel parecía algo dentada, pero fue hecha verticalmente; el tejido muscular, salvo las fibras del transversal y oblicuo, fueron divididas bastante claramente o apartadas a un lado. Por lo que no hubo dificultad en devolver los labios en aposición; que hecho (por la ayuda del dr. A. H. Harris, de Gravel Hill, que había llegado ahora), aseguré la abertura con dos o tres suturas interrumpidas pasadas a través de la anchura de las paredes, siendo el corte apenas de dos o dos pulgadas y media, Estos fueron apoyados por tiras adhesivas situadas transversalmente, y en total cubierta por un vendaje de agua fría.
El postratamiento fue simplemente este: ordenamos silencio absoluto y lo aseguramos por dosis total de opio. No se le permitía más que una dieta líquida blanda - mayormente mantequilla fresca; las entrañas mantenidas completamente en reposo por el opio; y se le aplicaba asiduamente agua fría. Este plan fue seguido rígidamente durante una semana. AL final de esta época concluímos que todo el peligro de la inflamación estaba a punto de acabar, y dimos una dosis de aceite de castor; tras lo cual se descontinuó el opio, y su dieta mejoró gradualmente. La herida externa curó pronto (en ocho o diez días) y el hombre se recuperó sin ningún mal síntoma.
Se cree que pocas personas, profesionales o no, que hubieran visto la situación hasta la sutura de la herida, habrían esperado acaso la mitad. Este hombre sigue vivo, o lo estaba hace seis meses; nunca ha enfermado o estado molesto desde que se levantó a andar, ahora hace más de cuatro años.
Consulta.- ¿Qué ha sido del cristal y la arena? La salida era imposible. La reabsorción está fuera de toda consideración. ¿Podría haber sido enquistado?
Respetuosamente,
A. W. Fontaine, M. D.
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