La carta que los tiburones africanos mandaron al parlamento británico

Durante el siglo XVIII, los tiburones de África pidieron amablemente al parlamento británico no acabar con el tráfico de esclavos, denunciando los "locos desvaríos del fanatismo" abolicionista y confiando en que no dejarían morir de hambre a los leales súbditos de su majestad, ya que contaban con la "sabiduría y sentimiento de compañerismo" de la Cámara de los Lores. Al fin y al cabo, los tiburones deben actuar con unidad.

Esta era una carta satírica republicada en Edimburgo, Filadelfia, Nueva York y Salem y escrita por James Tytler. El escocés Tytler era un médico, poeta, compositor, editor de la Enciclopedia Británica y primer aeronauta de globo de aire caliente, que por su radicalismo fue finalmente arrestado y condenado por sedición, lo que le llevó al exilio. En 1793 se fue a Irlanda y luego a Salem.
A los muy honorables Lores espirituales y temporales de Gran Bretaña, reunidos en el parlamento.

La petición de los tiburones de África

Sheweth,

Que sus solicitantes son un grupo numeroso y están presentes en una situación floreciente, debido principalmente a las visitas constantes de barcos de su isla.

Que merodeando estas mazmorras flotantes tus solicitantes son suministrados con grandes cantidades de su alimento predilecto — carne humana.

Que sus solicitantes están suministrados, no solo de los cadáveres de aquellos que han caído por dolores de garganta, sino que son gratificados frecuentemente con ricos ágapes de los cuerpos de negros vivos que se sumergen voluntariamente en las moradas de sus solicitantes, prefiriendo la destrucción instantánea por sus mandíbulas a los horrores imaginarios de una esclavitud prolongada.

Entre los numerosos cachones y oleaje que se revuelven en las costas de sus solicitantes, numerosos barcos ingleses son destruidos, cuyas tripulaciones suelen caer a su suerte, y les brindan una deliciosa comida, pero, sobre todo, los grandes barcos abarrotados con negros, son lanzados en ocasiones sobre las rocas y bancos que abundan en las regiones de sus solicitantes, por lo que cientos de seres humanos, tanto negros como blancos, caen de una vez a su elemento, donde la masticación de carne humana y la rotura de huesos permiten a sus solicitantes la mayor gratificación que su naturaleza es capaz de disfrutar.

Así beneficiados, como están sus solicitantes, por este tráfico ampliamente extendido, un tráfico que nunca antes ha sido alterado, es con la mayor indignación que oyen que hay en Bretaña hombres que, bajo la súplica engañosa de la humanidad, se esfuerzan por lograr su abolición. — Pero sus solicitantes confían que este intento de innovar, este auge de la trompeta de la libertad, por la cual "se entiende más de lo que llega al oído", sea frustrada efectivamente.
Si la rama inferior de la legislatura está tan obsesionada por esta humanidad de última moda tan seriamente como para meditar la destrucción de este comercio tan altamente beneficioso, sus solicitantes tienen la mayor confianza en la sabiduría y sentimiento de compañerismo de los Lores espirituales y temporales de Gran Bretaña.

Sus solicitantes saben, que el realmente benevolente será siempre consistente – que no sacrificará una parte de la naturaleza animada para la conservación de la otra, que no dejará que los tiburones mueran de hambre para que los negros sean felices;—sin embargo, sus solicitantes temen que la funesta influencia de la manía filantrópica pueda sentirse ya incluso entre los muros de sus Señorías, por lo que anhelan ser oídos por el consejo en la barra de su augusta asamblea, cuando, sin importar los locos desvaríos del fanatismo, esperan demostrar, que el sustento de los tiburones, y los mejores intereses de sus Señorías, están íntimamente ligados con el tráfico de carne humana.

Temerosos de volvernos tediosos, sus solicitantes solo tienen que añadir que, de tener lugar la abolición, que el dios de los tiburones evite, la prosperidad de sus solicitantes será destruida inevitablemente, y sus números, por ser privados de su alimento acostumbrado, disminuidos rápidamente. Pero, por otra parte, deberían sus señorías en su capacidad legislativa, despreciar los sentimientos de los vulgares e interferir noblemente, ya sea abiertamente o por procrastinación, para conservar este estimulante comercio de la ruina que parece esperarnos, sus solicitantes, y su bocona posteridad, como les pide la naturaleza, siempre, siempre cazarán.
De esta manera, conocemos que no todos los abolicionistas eran serios, devotos y piadosos cristianos como William Wilberforce.

Fuente: Boston y Encyclopedia Virginia
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