El dinosaurio de la antigua Babilonia

Berlín Mushussu 02

En 1902, Robert Koldewey descubrió las Puerta de Ištar en Babilonia. Aunque ya se conocía previamente, le sorprendió la anatomía del sirrušu (actualmente mušḫuššu), dragón del dios patrón Marduk, que se repetía junto al león sagrado de Ištar y el toro salvaje sagrado de Adad, dios de la tormenta. Por eso, en su descripción publicada en Das Wieder Erstehende Babylon (1913) y en Das Ischtar-Tor in Babylon (1918), señaló que podría haber sido un dinosaurio que hubiera sobrevivido en la época babilónica.

El dinosaurio de Koldewey


En la Puerta de Ištar se repetían tres animales. El león era un león asiático (Panthera leo persica), que desapareció de Mesopotamia y otras zonas de Oriente Medio entre finales del siglo XIX y principios del XX, pero que aún se conservan unos centenares en el bosque de Gir en la India. El toro era un uro (Bos primigenius) que, aunque sobrevivió en Polonia hasta el siglo XVI, cuando se construyó la puerta en el siglo VI a.C. ya estaba extinto en Babilonia. Por eso, cabía preguntarse si el último era una de esas criaturas míticas que resultaron ser reales.

De esta manera, describió con detalle la anatomía quimérica de esta criatura. Su esbelto cuerpo escamoso comenzaba con un largo cuello con crín y tirabuzones. Su cabeza mostraba pliegues de piel, un cuerno recto perpendicular y una lengua similar a la de una serpiente. Sus cuartos delanteros tenían garras de gran felinos, pero las garras de los cuartos traseros eran de rapaz. Finalmente, al final de la cola tenía lo que parecía el aguijón de un escorpión. 

Debido a estos rasgos, le parece una criatura única, pero, a pesar de ello, considera posible su existencia. En 1913, la diferencia entre las patas le servía para descartar que fuera un dinosaurio, pero esa idea cambió en 1918. Entonces, esta diferencia entre los miembros, junto con su largo cuello y cola, serían rasgos comunes con el Brontosaurus excelsus y el Allosaurus fragilis; sus cuernos serían como el Triceratops serratus; las garras de ave con tres dedos anteriores y uno anterior, como los Anchisaurus donanus y A. colurus; por último, las garras del Iguanodon bernissartensis y sus diferencias entre miembros le llevaron a una conclusión: el dragón era un ornitópodo, siendo el iguanodon encontrado en Bélgica su pariente más cercano. El detalle de la crín no parecía ser un impedimento para su clasificación.

Razonó que los babilonios debían haber tenido contacto con esta criatura, alojándola en el recinto del templo y apareciendo en la historia bíblica de Bel y el dragón.

Dinomanía en Alemania

Réplica del Diplodocus Carnegii del MNCN

Tras casi dos décadas en Bagdad, volviendo a Berlín en marzo de 1917 tras la ocupación inglesa, Koldewey había escrito esto sin experimentar en primera persona la dinomanía ocurrida en Alemania. 

Todo comenzó en 1899, cuando se descubrió el Diplodocus carnegii en Wyoming, el mayor dinosaurio conocido por entonces, y lo expuso en el Museo Carnegie de Pittsburgh. Como medida diplomática para facilitar la paz entre las naciones, Andrew Carnegie proporcionó réplicas a varios países. Empezó en 1905, cuando le llegó al Museo de Historia Natural de Londres. En 1908, llegaron a Francia y a Alemania, seguidos los siguientes años con Italia, Rusia y España. La réplica se expuso en el Museo de Historia Natural de Berlín y causó furor.

En 1909, Carl Hagenbeck, dueño del zoológico Hagenbeck Tierpark, planeó crear el Urzeltpark, el parque prehistórico en el zoológico de Hamburgo, que mostraría un diplodocus de hormigón de Josef Pallenberg. Por su parte, en 1913, los Jardines Zoológicos de Berlín desvelaron en el exterior de su nuevo acuario las imágenes de Heinrich Harder en azulejos de cerámica. Heinrich Harder también ilustraba las cartas intercambiables creadas con Wilhelm Bölsche.

Dinosaurios en lugares recónditos


La idea de Koldewey pasó sin pena ni gloria por la comunidad científica. Se valoraban sus contribuciones, se mencionaba y comentaba brevemente la idea del dinosaurio, pero es un detalle que pronto quedó olvidado. Como dijo Wilhelm Valentiner, director del Instituto de Arte de Detroit, en 1931: "No debe asumirse que los antiguos artistas...conocían tales animales prehistóricos, ya que yacen muchos cientos de miles de años entre su existencia y los primeros comienzos de la cultura en Babilonia. Uno puede, no obstante, asumir que partes del esqueleto de tal criatura podrían haberse encontrado en las arenas del desierto, que podría haber actuado como motivo para la personificación o deificación del dragón de Babilonia".

En 1918, la comunidad científica descartaba totalmente la existencia de un pariente próximo de los dinosaurios. La relación entre las aves y los dinosaurios se sugería desde el siglo anterior, pero no existía manera de comprobar su relación genética. Además, desde el principio del siglo XIX se aceptaba la extinción de los seres vivos, aunque había excepciones puntuales. El geólogo Charles Lyell expuso en Principles of Geology (1830-1833) su creencia, motivada por los informes de serpientes marinas, que todas las especies existen a la vez en todo momento.

No obstante, el público general era receptivo a estas ideas, como demuestra El mundo perdido (1912) de Arthur Conan Doyle. Carl Hagenbeck, que revolucionó los zoológicos al crear escenarios panorámicos en los fosos y por exhibir humanos y animales exóticos, escribió en Von Tieren und Menschen (1909) que sus agentes y cazadores buscaban criaturas monstruosas en Rodesia (Actual Zimbabue) y el interior de África. Estaba convencido de que había algún tipo de brontosaurio. Aunque la prensa americana y europea lo trató con entusiasmo, la prensa colonial africana dudaba de tales afirmaciones y de que los nativos no lo hubieran visto, ya que era una leyenda inventada generalmente por extranjeros. Este fue el inicio de la leyenda del Mokele-Mbembe. Peter Chalmers Mitchell, secretario de la Sociedad Zoológica de Londres, habló en un artículo de 1919 sobre un supuesto dinosaurio en el Congo, citando al káiser, que le habló de una criatura similar en el África Oriental Alemana. La búsqueda de esta criaturas era un enorgullecía a los alemanes, especialmente la idea de dominar la imponente naturaleza primitiva.

Criptozoología y teorías marginales

La idea del dinosaurio babilónico fue revivida por Willy Ley, quien se crió en Berlín, junto el Museo de Historia Natural, y huyó de los nazis a Estados Unidos. En The Lungfish and the Unicorn: An Excursion into Romantic Zoology (1941), dedicó todo un capítulo al dragón de la Puerta de Ištar, cuestionando que fuera un mito. Basándose en las lecturas de su infancia, indicó que este dragón no había vivido en Babilonia, sino que era un recuerdo de un contacto en África, donde seguía existiendo el Mokele-Mbembe. Para apoyar su tesis, cita a Carl Hagenbeck, a exploradores alemanes y a personas que mencionan a nativos que lo vieron.

A su vez, Ley sería citado por Bernard Heuvelmans, creador del término criptozoología, en Sur la Piste des Bêtes Ignorées (1955). Razonaba que este tema debía tratarse con cautela, pero también con una mente abierta. Heuvelmans defendía la creación de la criptozoología como rama de la zoología, pero se encontró el rechazo de la comunidad científica. Sin embargo, se vio favorecido por la contracultura, que buscaba explicaciones alternativas de la ciencia y la historia.

La Sociedad Internacional de Criptozoología fundada en 1982, presidida por Heuvelmans, publicaba la revista Cryptozoology y tenía como misión encontrar al Mokele-Mbembe. Su vicepresidente Roy Mackal lideró dos expediciones a la República del Congo a principio de la década de 1980 y otra docena a la República del Congo y Camerún, con muchas lideradas por William Gibbons, de los Creacionistas de la Tierra Joven. Esta relación entre creacionistas y criptozoologos se haría más frecuente a finales del siglo XX, pues servía para apoyar la creencia de que los humanos convivieron con dinosaurios y los relatos bíblicos.

Pero no todo acaba ahí. Hay a quien la presencia de un superviviente de los dinosaurios le parece un concepto insípido. Para Joseph P. Farrel, el dragón de Babilonia es una criatura creada con tecnología divina de modificación genética y bioingeniería de los antiguos alienígenas, que revelaba una antigua guerra cósmica, donde los dioses y ángeles de los mitos son reales y cuya tecnología superavanzada está en manos de las élites misteriosas, que siguen controlando nuestros destinos.

Fuente

  • Miller, E. (2021). The dinosaur from 600 BCE! Interpreting the dragon of Babylon, from archaeological excavation into fringe science. Endeavour, 45(4), 100798.

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