El proyecto para construir un puerto en Alaska con explosiones nucleares

Mapa en la costa del mar de Chukchi, con las elevaciones indicadas y el recorrido y el tamaño de las explosiones para crear un puerto.
El inicio de la llamada era atómica llevó a plantear que las armas nucleares no debían tener únicamente un propósito destructivo, sino que podían utilizarse para cambiar rápidamente el terreno. Este era el fin pacífico de la Operación Plowshare anunciado por la Comisión de la Energía Atómica (AEC) en junio de 1957, pero pronto se encontrarían con oposición.

Proyecto Chariot

Acantilados en el cabo Thompson.

En febrero de ese año se plantearía el proyecto Chariot en el Laboratorio de Radiación Lawrence (LRL) de la AEC en Livermore, California, dirigido por Edward Teller, que sería el pionero en este tipo de usos. Consistía en la colocación de seis bombas enterradas en fila en el cabo Thompson para crear un puerto. Las cuatro primeras, de 100 kilotones, abrirían un canal hacia las dársenas creadas por las dos siguientes, de 1 megatón cada una. Mientras 54 millones de m3 de tierra volaban hasta la estratosfera, el mar llenaría el puerto y la radiación se dispersaría por la atmósfera.

En una conferencia en Juneau el 15 de julio de 1958, Teller contó su plan a los alaskeños, pero, aunque la LRL reveló los depósitos de carbón de mayor calidad del estado y que 2/3 del presupuesto de 5$ se gastaría en Alaska, los líderes empresariales locales no estaban convencidos. ¿De qué serviría gastarse el dinero en construir un puerto que se pasaría 9 meses al año congelado y, por ello, no operativo? Aunque Teller se abrió a otros proyectos, como abrir un canal a través de la península de Alaska o un puerto en Norton Sound, donde se sabía que había petróleo, ya había comenzado los preparativos unos meses antes. Dos meses atrás, el LRL pidió al AEC la aplicación al Departamento de Interior para reservar un territorio en el cabo Thompson del tamaño de Delaware (~6500 km2).

El economista alaskeño George Rogers, a quien buscó para obtener su apoyo, le proporcionó las mismas respuestas que los líderes empresariales. Ante el puerto inoperativo, Teller aseguró que mantendrían el carbón guardado en almacenes y, cuando le preguntó cómo traerían el carbón desde el otro lado de la cordillera de Brooks, afirmó que construirían un ferrocarril. Siguiendo esa dinámica, Teller cambió de tema, preguntando sobre dónde podía comprar un recuerdo cuando le cuestionó si la AEC sabía el coste de ese proyecto.

Peligro para los nativos

Estación ballenera de Point Hope.

Aunque finalmente le comunicó al general Alfred Starbird, director de aplicaciones militares de la AEC, en una carta clasificada, el rechazo de los alaskeños, eso no detuvo su afán de realizar pruebas atómicas a menor escala en la zona. En la Conferencia de Usos Pacíficos de la Energía Atómica de septiembre de 1958, en Ginebra, la URSS señaló lo que parecía un intento de eludir un posible tratado para prohibir las pruebas atómicas. No obstante, la URSS llevó a cabo un equivalente al programa Plowshare. Entonces, Teller buscó apoyo en Alaska, prometiendo prosperidad y la capacidad de modificar el terreno a su antojo. Se ganó el favor de cámaras de comercio, líderes eclesiásticos, editores de periódicos y administradores universitarios.

Entonces, encontró la horma de su zapato en aquellos que no visitó hasta marzo de 1960: los esquimales de Point Hope o Tikiraq, a 50 km de distancia de la zona de explosión. Aunque partían con desventaja al ser nativos y por hablar solo iñupiaq en su mayoría, no les convencía que la radiación fuera tan pequeña que no afectara al pescado, al ambiente ni a su salud, y tampoco la atractiva oportunidad de convertirse en mineros de carbón. Conocían el destino de los nativos del atolón Bikini y las consecuencias de la explosión Castle Bravo sobre el ambiente. Algunos habían participado en la limpieza de Nagasaki durante la guerra. Tras varias reuniones de la AEC en 1960 y 1961 con otros pueblos de la zona, los nativos manifestaron que no tenían derecho de arrebatarles sus tierras y su preocupación por los efectos de la radiación en la salud. Así se lo comunicaron al presidente John F. Kennedy, a la AEC, al secretario de interior y a la Asociación de Asuntos Indios Americanos (AAIA), de quien obtuvieron servicios legales y de investigación para todos los esquimales de Alaska. Fue una razón para que los distintos grupos de nativos remaran en la misma dirección.

En la Universidad de Alaska estaban preocupados por los efectos biológicos de la explosión. John N. Wolfe, de la División de Biología y Medicina de la AEC, organizó 42 investigaciones de geología, hidrología, meteorología, oceanografía, arqueología, geografía humana, botánica, ornitología, mastozoología, ictiología, así como estudiar el zooplancton, las lagunas en la tundra y la radiación existente. En Environment of the Cape Thompson Region (1966), publicó un extenso estudio medioambiental.

Los esquimales vivían en esa zona desde hacía milenios porque era el lugar de paso de ballenas en su migración al norte. También cazaban morsas, focas y belugas, pero su principal objetivo eran los caribúes, especialmente porque en los siglos anteriores los balleneros redujeron drásticamente el número de ballenas y morsas. Sin haberse realizado ninguna prueba nuclear, observaron que los esquimales estaban expuestos a la radiactividad en su dieta, con niveles altos de estroncio. La causa estaba en el liquen, que capta con eficiencia los minerales de la atmósfera, donde se había transportado los radionucleidos peligrosos de las pruebas nucleares. Los caribúes se alimentaban de estos líquenes y, a través de estos, se transmitían estos radionucleidos a los esquimales.

Aunque esto afianzó la oposición, William R. Wood, presidente recién nombrado de la Universidad de Alaska tras dejar la Universidad de Nevada, donde fue director del Instituto de Investigación en el Desierto y contratista de la AEC, alegó que, si el gobierno de los Estados Unidos decide que el proyecto es seguro, no había de qué preocuparse. Desde su posición, saboteó los esfuerzos para informar de la situación, no renovó el contrato de los críticos y evitó que fueran contratados en otras universidades.

Afortunadamente, se logró dar voz a esta preocupación a través de la prensa, donde se indicó el riesgo ambiental que podía escalar más allá de un daño local. Además, el permafrost se podría descongelar con el agua marina, por lo que fracasarían en mantener los cráteres, los vientos del norte no contendrían la lluvia radiactiva y las anteriores pruebas en Nevada desacreditaban los modelos optimistas de la AEC. Aunque la AEC negaría haber tomado una decisión durante un año, en abril de 1962 se canceló el proyecto, manteniendo la preocupación sobre la viabilidad del programa Plowshare.

Fuentes

  • O'Neill, D. (1989). Project Chariot: How Alaska Escaped Nuclear Excavation. Bulletin of the Atomic Scientists, 45(10), 28-37.
  • O'Neill, D., & Norton, D. W. (1997). The firecracker boys. Arctic, 50(2), 178.
  • Hedman, W., & Diters, C. (2007). The legacy of Project Chariot. Bureau of Indian Affairs, Alask Region, Regional Archeology.

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