El cristianismo medieval y la amenaza de las antípodas


Es habitual creer que en la Edad Media la iglesia católica produjo un atraso cultural en Europa durante siglos, manteniendo vigentes creencias como el terraplanismo. Ya vimos como esto no era así, pero lo realmente fascinante es que la verdadera amenaza se encontraba en un concepto ahora tan inofensivo como las antípodas. La preocupación concernía tanto al supuesto lugar como a sus hipotéticos habitantes.

Imposibilidad 

Mapa mundi de Lamberto de Saint-Omer en el Liber Floridus
En el 748, Bonifacio de Mangucia, entonces arzobispo de Mainz y crítico de las opiniones de un tal Virgilio, le preguntó al papa Zacarías sobre las antípodas y su gente. Zacarías respondió que debía expulsar del sacerdocio a quien declarara las perversas enseñanzas, opuestas a Dios y a su propia alma, de la existencia de otro mundo y personas bajo la Tierra, con su propio Sol y Luna. Esta opinión era compartida por su contemporáneo Beda el venerable, quien en De temporum ratione divide a la Tierra en cinco zonas según su clima y habitabilidad, discutiendo la reflexión de Plinio(1) de que los humanos pudieran cruzar la franja central para habitar en la otra zona templada, ya que no podrían sobrevivir al calor. Además coincidía con Isidoro de Sevilla, quien en Etimologías no concebía que hubiera personas que estuviesen al revés. Isidoro se basaba en Institutiones Divinae de Lactancio y en De civitate Dei de Agustín, quienes consideraban imposible un lugar donde los árboles y las personas estuvieran invertidos y las precipitaciones cayeran hacia arriba. Dado que no era posible cruzar la zona tórrida y, según el Génesis, los supervivientes del diluvio eran descendientes de Adán y Eva, solo la franja templada superior tenía humanos. 

No obstante, a pesar de su peligrosa opinión y su amistad con el duque de Bavaria, de quien el papa también se quejaba, Virgilio consagró la diócesis de Salzburgo en el 767, presidiéndola desde la abadía de San Pedro hasta el 784. Además fue canonizado por Gregorio IX en 1233. Esto se debió a que, a pesar de los intentos iniciales de reconciliar el conocimiento clásico con la Biblia, el primero, más abierto a distintas posibilidades, persitía, siendo esto más notorio conforme avanzaban los siglos y se tenían contactos con otros pueblos en las cruzadas, con los mongoles y los viajes en torno a África y el Atlántico (2). Por eso convivían tanto la teoría de que las antípodas estaban deshabitadas como que allí vivían humanos o monstruos. A pesar de ello, todo estaba envuelto en misterio: su geografía, si se podía ir y/o volver, la relación con otros continentes, si estaba conectado con estos, si había más continentes al sur de este, su cultura, etc. Lo que sí acertaron es que las estaciones eran las opuestas a las de Europa. Sin embargo, hay que resaltar que consideraban a las antípodas como un continente adicional, no como un hemisferio. Es la razón por la que en los mapas de Lamberto de Saint-Omer y Beato de Liébana aparece como una masa de tierra.

A pesar de la canoninación de Virgilio, cuando en 1605 se publicó una colección completa de las cartas de Bonifacio, el astrónomo Johannes Kepler, copernicano convencido, citó la carta de Zacarías para mostrar la obcecación ante las pruebas de la iglesia, añadiendo falsamente que el papa se retractó. De igual manera, en 1634, un año después de la condena de Galileo Galilei, el René Descartes criticó la posición del papa frente a las pruebas y la experimentación científica.

Tierra de monstruos


A pesar de su rechazo, la idea de las antípodas atraía la curiosidad incluso de sus detractores. Igual que en la antigüedad Herodoto, Ctesias de Cnido y Megástenes hablaban de razas humanoides extraordinarias en las tierras lejanas, las antípodas debían estar habitadas por seres inusuales. Esta forma de pensar es similar a la idea de los extraterrestres, seres con los que no tenemos contacto, separados por una barrera infranqueable, tan distintos y a la vez tan parecidos a nosotros. Isidoro de Sevilla creía que las antípodas de Libia estaban habitadas seres creados por la voluntad divina con los pies invertidos y ocho dedos por pie, combinando al abarimon del Himalaya con otras razas con número inusual de dedos. Además era fiel al significado etimológico de "antípodas".

Agustín también habla de ello, pero de forma paradójica. Muchas de estas razas derivaban de deformaciones naturales que habían sido consideradas malos presagios. Agustín defendía que, siempre que se tuviese la certeza de que no eran animales, eran humanos y, por tanto, descendientes de Adán y obras de la voluntad divina. Por ello no debían ser apartados. Defendía que ocurría lo mismo con las razas monstruosas, dado que los humanos no podemos ver su propósito como lo haría Dios. Además relaciona que tanto estos monstruos como las deformaciones deben tener un origen común. Este razonamiento, a pesar de su buena intención, choca frontalmente con su rechazo de humanos en las antípodas.

Un paso atrás


Irónicamente, con el Renacimiento la existencia de estos monstruos producía miedo y rechazo, como podemos ver en Des monstres et prodiges (1585) de Ambroise Paré, donde sitúa sus orígenes en intervenciones demoniacas, fechorías sexuales y la ira divina. En De ortu monstrorum commentarius (1595) de Martin Weinrich, eran la maldición divina tras el pecado original y debíamos alejarnos de ellos y de lo que representan. En 1605, De monstro nato lutetiae de Jean Riolan, defendía que los monstruos, nacidos de humanos normales, debían ser ejecutados porque su existencia contradecía las leyes de la naturaleza y eran producto de relaciones ilícitas. En 1616, Fortunio Liceti, en De monstrorum causis, natura et differentiis no solo coincidía sino que trataba a las razas de Plinio como quimeras que de ninguna manera expresaban la belleza del mundo. Este rechazo a estas razas del hemisferio opuesto afianzaba la creencia de que este estuviese inhabitado o que debiera estarlo.

Exploración

Los viajes de Bartolomé Díaz y Vasco de Gama alrededor de la costa africana cruzaron la temible zona tórrida, probando que no solo se podía sobrevivir a ella, sino que también estaba habitada. Es más, el descubrimiento de Cabo Verde demostró que la vegetación podía florecer en ella. Lo más importante es que también mostró como África no estaba conectada a Asia por un puente de tierra que rodeaba el Índico, como mostraba el mapa de Ptolomeo. Este puente de tierra había sido interpretado como el continente de las antípodas.

En los primeros mapas, como le pasaba a África, Sudamérica se extendía indefinidamente hacia el sur. El navegante y cosmógrafo Duarte Pacheco Pereira no se quedaba ahí, pues intentando reconciliar la geografía con la Biblia, en 1508 consideró que la tierra rodeaba al mar, formando un puente que conectaba Sudamérica con Asia. A su vez, Europa estaría conectada al norte con América. Esta visión fue representada en los mapas de Lopo Homem, de Alessandro Zorzi e incluso del famoso Piri Reis. En este momento, las antípodas se corresponden con el sur de África y la región denominada Brasil. La terra incognita unida a Sudamérica por el sur se consideraba un análogo del ártico que conecta con el norte de Europa.

Sorprendentemente, Francesco Rosselli creó en 1508 un mapa que por primera vez mostraba un continente austral independiente bajo el cabo de Buena Esperanza y una cuadrícula con la longitud y la latitud. El globo de Johannes Schöner de 1515 fue el primero en situar este continente aislado en el polo sur.

El mismo espíritu temerario que lanzó a Cristobal Colón a embarcarse en su viaje a Asia motivó a Fernando de Magallanes a cruzar el extremo sur del Nuevo Mundo, rompiendo otro puente ficticio y probando que la Tierra es una esfera, pero aún manteniendo el misterio sobre el continente austral. En los siguientes siglos, la búsqueda de este continente dio nombre a Australia, que inicialmente fue llamada Nueva Holanda. La zona continental de la Antártida no fue avistada por primera vez hasta 1820 por Fabian Gottlieb von Bellingshausen.

Notas

  1. Plinio a su vez se basaba en Crates de Malos, quien dividía la esfera terrestre en cuatro zonas habitables, y Parménides, quien separaba la Tierra en zonas según su clima: dos heladas e inhabitables en los extremos, dos templadas en las zonas intermedias y una zona tórrida también inhabitable entre estas. En el periodo clásico, autores como Virgilio en la Eneida y Geórgicas, Cicerón en El sueño de Escipión, Ovidio en Metamorfosis, y sus respectivos comentarios, ya hacían mención a esta teoría.
  2. De hecho, el propio Petrarca juega puntualmente en sus epístolas, en África, Secretum y su Cancionero con los límites entre el conocimiento pagano y cristiano de las antípodas, mostrando como ese tipo de ideas estaban extendidas.

Fuentes

  • Flint, V. I. (1984). Monsters and the Antipodes in the Early Middle Ages and Enlightenment. Viator, 15, 65-80.
  • Goldie, M. B. (2010). The Idea of the Antipodes: Place, People, and Voices (Vol. 26). Routledge.
  • Stallard, A. J. (2016). Antipodes. Monash University Publishing.
  • Hiatt, A. (2005). Petrarch's antipodes. Parergon, 22(2), 1-30.
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3 Comments
  • Unknown
    Unknown 22 de noviembre de 2020, 18:48

    Interesantísimo, como siempre.

  • Raúl
    Raúl 25 de noviembre de 2020, 0:00

    Muy interesante como los seres humanos rellenamos los vacíos del conocimiento. En el s XVI John Mandeville (pseudónimo) tuvo gran fama con su libro Viajes, en el que describe seres monstruosos en lejanos lugares, que en aquel momento eran tenido por cierto. Saludos.

    • TDI
      TDI 25 de noviembre de 2020, 1:11

      Yo conocí esas razas por Mandeville y por Las Crónicas de Núremberg. Están disimuladas en muchas obras de todo tipo, desde libros, cuadros e incluso en elementos arquitectónicos.

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