Dopaje en el deporte, un rechazo reciente


En los Juegos Olímpicos modernos, así como en otras pruebas deportivas competitivas, el dopaje es motivo de descalificación, pero esto no siempre fue así. Durante el siglo XIX y XX, la experimentación, el deseo de obtener mayores logros y la ausencia de penalizaciones implicaba una barra libre para el uso de todo tipo de sustancias que pudieran mejorar el rendimiento.

Uso experimental

Durante el siglo XIX, el uso de estimulantes en el rendimiento físico comenzó limitándose meramente a la curiosidad científica, sin tener como fin superar ningún récord. El neuropsiquiatra Philippe Tissié (1852-1935) fue un pionero al estudiar las propiedades estimulantes del té, la leche, el agua de menta, la limonada, el ron y el champán con el ciclista Stéphane. Al contrario que otros científicos posteriores, no solo no tenía la intención de mejorar su rendimiento, sino que además se oponía a las prácticas insanas del deporte de élite. Este interés prosiguió a finales del mismo siglo, cuando el sociólogo Gustave Le Bon probó consigo mismo y con el ciclista Charles Henry (1841-1931) las nueces de cola, que tienen cafeína, considerándolas un poderoso recurso.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, conociendo como los los nativos en Sudamérica usaban las hojas de coca para aliviar la fatiga, decidieron probarlas en los deportistas. El Dr. Mantegazza observó en 1859 que las hojas proporiconaban una "fuerte tendencia a la acción muscular, gran vigor mental, seguido de una calma placentera [e] imaginativa". En la década de 1870, tanto el Dr. Alexander Bennet como el profesor Sir Robert Christison probaron independientemente el efecto estimulante de las hojas de coca en sus estudiantes, que recuperaron sus energías tras caminar entre 26 y 48 km. Ninguno observó efectos adversos. Christison, por entonces con 78 años, las probaría él mismo en dos ocasiones, en una caminata de 24 km y subiendo el Ben Vorlich en Escocia.


A finales del siglo, las compañías comerciales, como Coca-Cola, querían aprovechar el mercado que suponía la coca. El farmaceutico Angelo Mariani fue el primero en hacerlo en 1863 con el Vin Mariani, preparado con extracto de coca y vino de Burdeos. El Vin Mariani se vendió por Europa y Estados Unidos, ligándose a la juventud, la salud y beneficiándose del apoyo de los famosos. En 1884, Sigmund Freud favoreció su consumo, pues intuía que podría servir contra la debilidad nerviosa, la indigestión, la caquexia, la adicción a la morfina, el alcoholismo, el asma por altitud y la impotencia. John Pemberton, qiuen desarrolló la Coca-Cola, la incluyó desde 1885 con la cafeína por ser los estimulantes más efectivos conocidos. Las nueces de cola también disfrutaban de gran popularidad en bebidas como Vino-Kolafra. El Dr. Charles Yarborough mostraba en 1899 en el Journal of the American Association su preferencia por la cola, pues, a diferencia del alcohol y la coca, no creaba un hábito y no tenía un efecto secundario depresivo tras la estimulación. Como Freud, la recomendaba para un abanico de afecciones, como la tosferina, el asma, la melancolía y como diurético.

La estricnina en dosis bajas también se usó para combatir la fatiga y mejorar la fuerza aumentando el tono muscular. H. R. Rivers observó que la cafeína mejoraba el rendimiento en el levantamiento repetido de peso al 20-30%, aunque anotó que en exceso aceleraba la fatiga. El alcohol fue un candidato a estimulante, pero los resultados mostraron que el rendimiento se resentía y no disminuía los efectos de la fatiga.

Uso


El Vino-Kolafra se publicitó en la revista americana de deportes Outing en 1896. Anunciaba su éxito en soldados, fatigados, enfermos y los atletas de las mejores universidades, ya que estimulaba sin fijar hábitos perniciosos ni estar seguida por una depresión, como otros estimulantes. Afirmaba haber ayudado a ganar en los juegos de Yale-Cambridge y en los clubes atléticos de Nueva York-Londres, entre otros. En definitiva, otorgaba ese empujoncito para triunfar. Era un medicamento que ni siquiera disimulaba ser un refresco, como revelan las declaraciones en la misma revista.

Aún con ello, los deportistas preferían un impulso mayor. En una carrera americana de seis días en diciembre de 1900, según el New York Times, solo completaron la carrera tres de las siete parejas, pues la mayoría había tomado un estimulante desconocido que provocó graves efectos secundarios. En los Juegos Olímpicos de San Luís en 1904, Thomas Hicks ganó a duras penas la maratón después de recibir dos dosis de estricnina, clara de huevo y brandy durante el recorrido y tras ser descalificado Fred Lorz, quien recorrió 17,5 de los 39,99 km en coche. Su médico Charles Lucas argumentó que Hicks siguió en movimiento gracias a las drogas, aunque casi muere al llegar a la meta.


En los Juegos Olímpicos de Londres de 1908, Dorando Pietri llegó con dificultades a la meta. Según Maxwell Andrews, que le ayudó en los últimos 300 metros junto al Dr. Bulger, Pietri había tomado estricnina y atropina. Aunque fue descalificado a favor de Johnny Hayes, gracias a su popularidad, sus esfuerzos fueron premiados y la reina Alejandra de Dinamarca le regaló una copa de plata a petición de Arthur Conan Doyle, que estaba presente en la carrera.

El acercamiento entre la ciencia y el deporte en las décadas de 1920 y 1930 creó nuevos métodos de entrenamiento que demostraban que el cuerpo no tiene límites fijos o innatos, pero también descubrió nuevas ayudas. La investigación fisiológica demostró que las hormonas esteroideas reducían la sensación de fatiga. Entonces, se defendía que estas ayudas servían para contrarrestar situaciones no deseadas, como la menstruación, que reducía el rendimiento. En este periodo de entreguerras, los ciclistas demostraron recurrir a las ayudas tradicionales como la cocaína y la cafeína, entre otras. En 1926, en la carrera de seis días de Nueva York, cayeron intoxicados por la cocaína por una carrera calificada de "lunáticos". En Alemania, donde se aceptaba que el consumo de drogas era habitual en el deporte, el arsénico también era una sustancia habitual. En el fútbol inglés se utilizaron hormonas y pastillas de anfetaminas, que descontrolaban al equipo cada vez que se cancelaba un partido en el último momento.

Las ayudas podían ser puramente físicas, y quizás psicológicas, como los rayos ultravioleta que el equipo de remo de la universidad de Yale creía que le habían ayudado a ganar. Lo mismo pensaban los corredores olímpicos Allan Woodring y Jackson Scholz, que participaron en los 200 metros en los Juegos Olímpicos de 1920 y 1924, respectivamente. Otros suplementos usados por los remeros universitarios eran terrones de azúcar o una libra de menta.

El fisiólogo Peter Karpovich opinaba en 1941 que, mientras no dañaran a los atletas, toda ayuda era bienvenida, pues no serían diferentes a un masaje, una dieta o un ejercicio especial que mejorara el rendimiento sobre el de los demás. Lo que le preocupaban eran las investigaciones entusiastas pero mal diseñadas que luego tardaban en retractarse, fomentando prácticas que luego resultan no tener los resultados esperados y que cuestan de erradicar. Sus opiniones nos permiten definir el catálogo de sustancias utilizadas. Señalaba que el alcohol podía ser útil para calentar, aunque perjudicase el rendimiento muscular; a las bases, como el bicarbonato sódico, les atribuía una mejora en el rendimiento; no recomendaba el cloruro de amonio, pues los resultados eran contradictorios; la benzedrina, primera forma comercial de la anfetamina, no ofrecía conclusiones definitivas, pues, aunque combatía la fatiga, tenía peligrosos efectos secundarios; la cafeína retrasaba la fatiga y aumentaba la productividad; la cocaína aumentaba el rendimiento, pero su adicción era peligrosa; hormonas, como esteroides anabolizantes y testosterona, que aumentaban el metabolismo y la fuerza, pero no mencionaba efectos secundarios; planteaba que el efecto de los rayos ultravioletas fuera psicológico; por último, el oxígeno extra se consideraba útil durante unos minutos, al igual que el azúcar y las vitaminas.

Oposición

En 1895, un artículo en la sección médica del New York Times compartía los rumores de ciclistas que tomaban compuestos con cola y coca para asistirles. Aseguraba que las competiciones podían ganarse sin tomar drogas y que, además, los efectos de los estimulantes eran perjudiciales. La fraternidad de ciclismo de Inglaterra denunciaba al entrenador "Choppy" Warburton, que daba a sus deportistas una bebida sospechosa, pues la ofrecía a escondidas. James Michael fue acusado por los espectadores de tomarla durante una carrera en 1896, al igual que Arthur Linton, a quien, según Sporting Life, Warburton le había dado repetidamente estricnina, trimetilo y heroína.

El nadador Jabez Wolffe intentó cruzar el canal de la Mancha 22 veces entre 1906 y 1913, sin lograrlo. En 1908, fue criticado por su rival Montague Holbien, quien tampoco tuvo éxito, y por Lord Lonsdale por tomar dosis adicionales de oxígeno mediante un método desconocido. Destacaban la falta de deportividad y la inmoralidad impropia de un inglés. El fisiólogo Leonard Hill respondió que era una práctica no era diferente a la de consumir alimentos y que el deporte moderno se realizaba con ayudas artificiales. Añadía que los logros contemporáneos, más que deporte, eran un negocio letal. Por ello, aseguraba que, o bien se restringían los logros deportivos a aquellos que el cuerpo podía realizar sin ayuda, o se incluía el oxígeno entre los productos ya utilizados, ya que así, al menos, se reduciría el daño en los atletas.

El rechazo a las drogas fue creciendo en consonancia con los movimientos por la templanza que llevaron a las leyes secas. Sin embargo, lo más criticado era el abuso, pues su utilización se consideraba útil cuando se estimaba necesario. Por otra parte, también se juzgaba la necesidad de combatir la fatiga para mantener el ritmo de la sociedad moderna, rendida a la productividad y hostil al cansancio. Aunque en los mayores niveles competitivos los deportistas que buscaban una buena salud también usaban drogas, en consonancia con el interés mostrado por los científicos, a niveles menores de competición la actitud era la opuesta. Además de los movimientos de templanza, también hubo un rechazo religioso, pues, como los conquistadores españoles, lo consideraban un vicio pagano. Estos grupos se preocupaban por la salud física y moral del país, acusando aleatoriamente de suministrar opio o coca a los trabajadores para aplacar la fatiga. También veían un uso generalizado del opio, el laudano u otras drogas, señalando su presencia en todo tipo de productos. Asociaron las drogas a criminales y grupos marginales, como las prostitutas y los afroamericanos. La asociación de estas sustancias con el crimen, los problemas sociales, de salud y la adicción incitó su restricción y posterior prohibición.

La batalla entre quienes querían obtener una ventaja mediante métodos deshonestos y quienes se oponían al dopaje fue, y sigue siendo, un tira y afloja. El profesor Otto Reiser señalaba en 1930 que la fisiología de los atletas era demasiado compleja para pensar que el consumo de una sustancia implicaba una simple suma de un efecto, pues podría desencadenar otros menos aparentes. Además, era consciente que los atletas no eran lo suficientemente pacientes para esperar resultados concluyentes, centrándose en su lugar en las promesas que le ofrecía la publicidad. Por último, razonaba que la mejora artificial del rendimiento era incompatible con el espíritu del deporte, pues los resultados dependían más del dopaje que del entrenamiento.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el rechazo al dopaje en el deporte comenzó a hacerse patente lentamente. En los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952, el entrenador Bob Hoffman acusó a los soviéticos de usar testosterona y el médico Ludwig Prokop encontró jeringuillas en los vestuarios de los esquí sobre hielo en los Juegos Olímpicos de Oslo del mismo año. En los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, el corredor Gordon Pirie confesó que era un problema serio fomentado por el nacionalismo extremo. Ese mismo año murió el ciclista Knud Enemark Jensen, que fue hospitalizado con dos compañeros, y cuya autopsia, según afirmaba Prokop, revelaba trazas de anfetaminas en su cuerpo. No obstante, la autopsia nunca fue pública y las autoridades italianas tampoco ofreció penalizaciones.

A pesar de ello, en la década de 1960 y 1970, la sociedad mostró su rechazo a la utilización de anfematinas. La normalidad que experimentaba el dopaje décadas atrás se perdió. Simultáneamente, las anfetaminas fueron sustituyéndose por los esteroides, que para los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964 eran usados tanto por estadounidenses como por los soviéticos. Aunque más países siguieron su estela, los efectos de la Guerra Fría se notaban en el deporte. Se usaban esteroides porque se sospechaba que el rival lo hacía. La carrera por los logros no solo era espacial, sino también deportiva, patriótica. A esto se le sumaba unos datos científicos contradictorios, pues los datos apoyaban tanto sus beneficios, como los perjuicios y la presencia de un efecto placebo.

Control


A mediados del siglo XX, la Federación Italiana de Médicos Deportivos (FMSI) se interesó por el dopaje, especialmente en el ciclismo, donde se descubrió la naturalidad con la que se tomaban anfetaminas y como llegaban a afectar la estabilidad mental de los deportistas. En 1961, al trabajar con la Federación de Fútbol Italiano, descubrió que el 17% de los jugadores usaban aminas en los partidos. Aunque otros deportes estaban afectados, la práctica era mayoritaria en el ciclismo y el fútbol, incluso en competiciones aficionados. En 1962 se definió el dopaje y se creó el primer laboratorio antidopaje en Florencia. Aunque se criticaba que entonces los métodos de detección no eran lo suficientemente sensibles, otros países europeos siguieron los pasos de Italia. A mediados de la década, el Consejo Europeo lideraría la creación de una normativa que luchase contra el dopaje. 

Dado que el interés público había tomado un caracter emocional, la posición sobre el dopaje fue totalmente dicotómico. Aún apoyándose en la ciencia, la decisión se situaba entre mantener o prohibir el dopaje, sin tener en cuenta la dosificación controlada por expertos que evitara o redujera perjuicios. El COI, que no mostraba una respuesta tajante sobre el dopaje al encontrarse entre las tensiones político-económicas entre las dos grandes superpotencias, se vio favorecido por esta iniciativa. El desarrollo de métodos más sensibles de identificación de sustancias dopantes también favoreció la decisión de prohibir esta práctica.

Fuente

  • Dimeo, P. (2007). A History of Drug Use in Sport 1876-1976: Beyond Good and Evil. Journal of Sports Science & Medicine, 6(3), 382-382.
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