El lobo en Japón, de dios a alimaña

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Con la industrialización, la destrucción de los bosques y la expansión de los campos de cultivos, en muchos países se redujeron drásticamente las poblaciones de lobos, que entraban en contacto con más frecuencia con los humanos. En Japón, a pesar del respeto por la naturaleza profesado por el sintoísmo, ocurrió lo mismo, hasta el punto de extinguir a las dos especies autóctonas. Esto contrata aún más porque los lobos, como los zorros, eran venerados.

Serie: Japón sobrenatural

Culto


Los granjeros japoneses adoraban a lobos (Ōkami), como Ōguchi-no-Magami (大口真神, "Dios puro de la gran boca") del monte Fuji, en los santuarios para que protegieran sus cultivos de los jabalíes y ciervos. Los santuarios sintoístas mostraban talismanes con imágenes de lobos para proteger contra el fuego, la enfermedad, robos y otras catástrofes. Cuando se mostraban con lobeznos, traían fertilidad tanto para los cultivos como para las parejas. Según las leyendas, correspondían la ayuda que recibían, pero también se debilitaban si no eran atendidos en los santuarios, pudiendo maldecir a los culpables.

Como se cuenta en el Nihonshoki y en las antiguas antologías poéticas, los lobos están relacionados con los primeros emperadores, situando el valle del lobo (Ōkami-dani y Ōguchi no Magami no hara) como la naturaleza pacificada exterior del palacio. El lobo, concretamente el blanco, se consideraba un dios de un terreno sagrado asociado con la incertidumbre y peligros del mundo exterior al palacio. Eran un símbolo de la soledad y la impernanencia ligado a las montañas. El Ōkawa Daimyōjin usaba al lobo de mensajero divino igual que Inari usaba al zorro. De hecho, el nombre del dios se leía antiguamente como Ōkami (, "Lobo"; 大神; "Gran deidad"), siendo el lobo el dios, no el mensajero. En el santuario de Mitsumine de la prefectura de Saitama, dos lobos flanquean la entrada como los guardianes niō y los komainu.

Con el incremento de las carreteras, viajeros y comerciantes en los siglos XVII y XVIII, los encuentros con lobos se hicieron más comunes. Esto dio pie a leyendas que implicaran a los lobos y a los viajeros. El Okuriōkami era una deidad impredecible y elusiva que podía ayudar a los viajeros en peligro. El nombre subespecífico del lobo japonés, hodophilax (hodo, "camino"; philax, "guardia"), hace referencia a esto. Ante él, el viajero no debía correr ni mirar atrás, pues sería atacado. Llevar el fusible de un mosquete lo mantenía alejado porque, según el Wakan sansai zue, el olor asustaba a los lobos. 

Influido por las creencias budistas y su sentimiento de culpabilidad por la muerte de su hijo, que consideraba un castigo por una matanza realizada en otra vida, el shogun Tokugawa Tsunayoshi prohibió dañar a cualquier animal, salvo contadas excepciones en las que se requerían permisos. Las extraordinarias protecciones que ofrecía a los perros también se extendió a los lobos.

Los ainu incluso creían que los lobos habían surgido de la unión de una diosa y lobo blanco. Para ellos, los lobos, los osos y los búhos eran dioses y ancestros, que sacrificaban en las ceremonias iomante ("enviar lejos"), para liberar sus esencias divinas de sus cuerpos terrenales, permitiendo que viajen al kamuy moshir ("tierra de los dioses"). El lobo era uno de sus dioses más importantes, llamándolo Horkew Kamuy ("Dios aullador"). En su caso, sus creencias se basaban en el lobo de Hokkaido (Canis lupus hattai), a quienes los ainu dejaban parte de sus presas cazadas. Ellos también asociaron a los lobos con las montañas, pero sin otorgarles una naturaleza tan ambigua. Probablemente se debe a que tenían una relación más estrecha con ellos, domesticándolos y cruzándolos con sus perros para obtener mejores ayudantes para la caza.

Extinción


En los antiguos textos japoneses, los ataques y asesinatos de lobos se han informado puntualmente en los manuscritos desde el siglo VIII. Esta amenaza se convirtió en un problema más importante en zonas no aptas para el cultivo, donde predominaba la cría de caballo, ya que su subsistencia dependía de ello. Los ataques de los lobos a los caballos fueron el detonante en el siglo XVIII de las Ōkamigari ("cazas de lobos"), donde los cazadores solicitaban el permiso de armas de fuego al gobierno. Los señores también ofrecieron recompensas por matar lobos, siendo mayores en las hembras, pues podían criar lobeznos.

A pesar de todo, las cazas de lobos tuvieron un alcance limitado. Fue la rabia la que mató en la misma época un gran número de lobos, que probablemente la contrajeron siendo jóvenes, cuando son vulnerables. La epidemia se mantuvon durante décadas, matando en poco tiempo a sus víctimas y afectando también a los perros. A mediados del siglo, la infección cruzó el estrecho de Tsugaru y afectó también a los lobos de Hokkaido. Por la letalidad de la rabia, las autoridades se encargaron de sacrificar a todos los individuos sospechosos.

En el periodo Meiji (1868-1912), la población de lobos recibe su mazazo final. La modernización de Japón favoreció la promoción de la ganadería, la búsqueda del dominio japonés sobre Hokkaido y la adquisición de una mentalidad occidental propició que se abandonara la visión del lobo como parte de la naturaleza y se considerara una alimaña. Finalmente, en 1889 se mató el último lobo de Hokkaido (Canis lupus hattai), mientras en 1905 se hizo lo mismo con el último lobo japonés (Canis lupus hodophilax).

Cultura popular

Los lobos aún siguen ligados a la cultura japonesa, como la loba Moro de La princesa Mononoke. En One Piece, Yamato "Oden", hija del temible emperador pirata Kaido, muestra el poder de la fruta Inu Inu: modelo Oguchi no Makami. Este dios también es la inspiración de la montura Oguchi Makami del MMORPG Onigiri y Garurumon en Digimon. En Megami Shin Tensei y Persona, Makami es un demonio neutral de la luz con cuerpo plano y alargado. Por supuesto, el inolvidable Ōkami de Clover Studio es otro ejemplo donde se partió de un lobo de la cultura japonesa. El manga Ookami no Hi: Ezo Ookami Zetsumetsuki trata la extinción de la especie en Japón.

Fuente

  • Walker, B. L. (2009). The lost wolves of Japan. University of Washington Press.
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