Cómo los romanos ganaron un nombre y perdieron los demás
Dua nomina
En los pueblos indoeuropeos, las personas tenían un único nombre propio, como le ocurría a Rómulo y Remo. Según Prisciano, cuando los romanos adoptaron a los sabinos en su estado, ambos colocaron su propio nombre frente al suyo para confirmar su unión. No obstante, este sistema ya estaba presente en la península itálica en el siglo VII a.C. El nombre propio de la persona era el praenomen, de menor importancia y de escaso valor identificativo, seguido por el nomen, que se heredaba.
El praenomen era descriptivo (p.ej. Porcio: cerdo; Flavio: rubio; Tarquinio: un topónimo; Marcio: patronímico griego) o una mezcla de abreviaciones de nombres compuestos. No había mucha variedad. En el periodo monárquico y republicano, de 56 praenomen, la gran mayoría de los hombres usaban 17, mientras, en el 350 a.C., las mujeres, si tenían alguno, era vestigialmente. El primogénito varón solía compartir nombre con su padre, desaconsejándose en general la acuñación de nuevos nombres. En consecuencia, de algunos solo se conserva su recuerdo en el nomen (p.ej. Séptimo en Septimio; Octavo en Octavio), un privilegio que tuvieron muy pocos.
Los nomina denotaban la prosapia patrilineal, que en el dialecto de Lacio tenían la terminación -ius/ia, determinando la pertenencia a un clan (gens) y, por ello, actuando como gentilicium en nobles, aunque, como los apellidos hoy en día, se podía compartir el mismo nomen y no tener ni la más mínima relación. A pesar de ello, cuando una familia ganaba importancia, intentaba relacionarse a través de su nomen con figuras importantes del pasado. Este nomen era tan importante que, en ausencia de hijos, los adoptaban para que heredaran este nomen y sus privilegios, perpetuándolo. Las hijas eran denominadas por el nomen, siendo reconocidas por su vínculo con su padre o esposo y recibiendo dentro de la familia nombres ordinales como Prima, Secunda, Tertia, Quarta, Quinta, Sexta, Septa, etc, o Maior y Minor. Los hombres podían incorporar un patrónimo en honor al abuelo o bisabuelo para distinguirse, en contraste con el matrónimo de los etruscos.
Tria nomina
El uso de praenomen y nomen era común a todos los romanos, no solo los nobles. De hecho, era tan común que entre los etruscos y otros pueblos de Lacio era la norma en el 650 a.C. El cognomen actuaba en principio como un apodo, refiriéndose a cualidades personales, a menudo físicas y peyorativas, u ocupaciones. Aunque fueran insultos, si pertenecían a personas destacadas, era tradición heredarlos, distinguiendo a la familia dentro del clan, razón por la que su uso comenzó entre los patricios ya a finales del siglo V a.C. Los plebeyos no comenzaron a usarlo hasta el 125 a.C., tardando un siglo en ser común. Esto se debe principalmente a los libertos que, al adquirir el nombre (praenomen y nomen) de su patrón, pero no su cognomen, usaban su propio nombre original en su lugar, pues de otra manera no habrían podido distinguirse
La preferencia que podía llegar a poseer el cognomen frente al nomen revelaba su distinción, pues los tria nomina tan solo se usaban al completo en entornos muy formales. Esto tenía aún más lógica cuando el cognomen no se limitaba a una sola palabra. A pesar de ello, los romanos no podía añadirlos sin más, sino que se incluían los aprobados en la tradición familiar. En consecuencia, podía conservarse un nombre completo idéntico durante varias generaciones de padres e hijos, distinguiéndose entre hermanos por el praenomen. ¿La solución infalible que tan bien ha funcionado previamente? Distinguirse con otra palabra más, un cognomen adicional denominado agnomen, que conmemoraban grandes hazañas o su origen cuando eran adoptados. Publio Cornelio Escipión Africano y su nieto adoptivo Publio Cornelio Escipión Emiliano, quien además adquirió el agnomen Numantino, son ejemplos de ambos casos.
Entre plebeyos romanos nativos, el cognomen permitía cierta creatividad a los padres para identificar a su descendencia, especialmente a las hijas, sin seguir las rígidas convenciones, salvo evitar generalmente la terminación -ius del nomen. Incluso podía honrarse a la estirpe materna.
Desuso del praenomen
El praenomen originalmente permitía distinguir entre hermanos, pero cuando se usaba la misma combinación de praenomen y nomen durante generaciones, que también se compartía con libertos, su función identificativa se perdió. Si esta función podía tomarla el cognomen, que además tenía más variedad, el praenomen estaba condenado a la extinción.
Ya Posidonio de Apamea (135-51 a.C.) intentó refutar que el cognomen fuera el nombre principal de los romanos. Plutarco (46-120 d.C.), de origen griego, le criticó por ello, indicando que las mujeres no tendrían nombre y veía extraño que algunos personajes destacados republicanos no tuvieran cognomen. Se indica que es propio de los libres en Institutio Oratioriae de Quintiliano, donde dice "son propios de un hombre libre aquello que nadie tiene salvo los libres: el praenomen, el nomen y el cognomen", como en la pulla que lanza Juvenal en Saturnalia de "como si tuvieras tres nombres".
Lo común se convirtió en usar formalmente nomen y cognomen. No obstante, el praenomen no se olvidó y esta ruptura con la tradición era despreciada. Entre el nomen y cognomen podía indicarse de manera abreviada su relación de hijo (filius) o nieto (nepos) con un antepasado, indicado por su praenomen de este. Sirva como ejemplo de nuevo Publio Cornelio P.f.P.n. (Publi filio, Publi Nepoti) Escipión Emiliano Africano Menor Numantino, más conocido como Escipión Emiliano o Escipión Africano el Joven.
Hubo familias que lucharon por mantener la tradición y el praenomen en el siglo I a.C., reviviendo algunos arcaicos o usando el cognomen como praenomen, pero quedó como una práctica reservada para los aristócratas. En la época imperial, en las familias donde el cognomen era el identificador del individuo, todos los hijos heredaban el praenomen del padre, no solo el primogénito varón. Este fenómeno fue extendiéndose, incluso en patricios y emperadores. Sirva el ejemplo de Tito: el militar Tito Flavio Petrón; su hijo Tito Flavio Savino; los hijos de este, el cónsul Tito Flavio Sabino y su hermano, el emperador, Tito Flavio Vespasiano, conocido como Vespasiano; los hijos del emperador, su sucesor Tito Flavio Vespasiano, conocido como Tito, y Tito Flavio Domiciano, conocido como Domiciano. Para finales del siglo I d.C., prácticamente se había vuelto a la dua nomina, un sistema compartido por hombres y mujeres, de cualquier origen y sin preponderancia patrilineal, aunque no contuviera los mismos componentes.
Por lo tanto, el praenomen se convirtió en un vestigio presente en contextos oficiales, y aun ahí cada vez menos frecuente, hasta mediados del siglo III d.C. El último testimonio del uso del praenomen corresponde a Quinto Aurelio Memio Símaco (?-526), nieto del orador y escritor Quinto Aurelio Símaco (345-402 d.C.).
Esto tampoco significó que en el periodo imperial abogaran por la sencillez. Los aristócratas incorporaban o repudiaban cognomina de la familia paterna o materna a conveniencia, innovando y acumulando nombres. Tampoco era necesario recurrir a los antepasados directos, pues Ausonio (310-395 d.C.) despreciaba a quienes usaban la relación más tenue en este sentido. Gracias a esto tenemos a Quinto Pompeyo Seneción Sosio Prisco, cónsul del 169 d.C., que hizo acopio de 38 nombres en 14 grupos de 3 generaciones: Quinto Pompeyo Senecio Roscio Murena Celio Sexto Julio Frontino Silio Deciano Gayo Julio Euricles Herculaneo Luscio Vibulio Pío Augustano Alpino Belicio Sollers Julio Aper Ducenio Próculo Rutiliano Rufino Silio Valente Valerio Níger Claudio Fusco Saxa Amintiano Socio Prisco. Dentro de este caos, fueron agrupándose juntos los gentilicia en vez de alternarlos con cognomina.
El nomen muere de éxito
Durante siglos, este sistema de nombrado fue usado por los romanos nativos, sus hijos en las provincias y quienes habían obtenido la ciudadanía. La Constitutio Antoniniana de Caracalla en el 212 d.C. otorgó la ciudadanía a todos los habitantes del imperio, salvo a los dediticii. Hasta entonces, la adquisición de los tria nomina era un privilegio y quienes lo obtenían habían tenido relación con los dirigentes y conocían sus actitudes. ¿Qué ocurrió con esos habitantes que no habían tenido ese contacto? Tomaron el nombre Marco Aurelio en honor al emperador Marco Aurelio Antonino "Caracalla", pero por lo general omitían el praenomen. En oriente, Aurelio se convirtió en el nomen atestiguado más común, mientras en occidente quedaba por detrás de Julio. En el este, también se pudo ver que mantuvieron el sistema anterior, con el patrónimo en genitivo posterior al cognomen, que era su nombre original. Esto permite distinguir quién había adoptado el nombre romano antes o después del edicto. Aunque el nomen Aurelio era signo de ciudadanía, también había familias que lo desechaban, pues esa distinción era innecesaria.
Dado que el cognomen te identificaba y era el usado principalmente, fue cayendo en desuso, salvo cuando la situación lo requería, comenzando con los nuevos romanos. Su uso común se volvió tan infrecuente que Historia Augusta, del siglo IV, no es fiable ni para obtener los nomina de los emperadores. Por ello se puede observar que al nomen se le trata de praenomen y al cognomen de nomen, reflejando que los verdaderos nomina seguían el mismo camino de pérdida de importancia e identificación que los praenomina. Este cambio no fue homogéneo. A mediados del siglo VII, aún podían encontrarse nomina gentilicia, que denominaban al clan familiar, en Italia y en rincones aislados del imperio.
Signa y cognomina griegos
El edicto de Caracalla también trasladó al latín costumbres en los nombres en otros idiomas. En el siglo II, los griegos extendieron el uso del sufijo ος (latín: -ius), que hasta entonces usaban en nombres hierofánicos y teofóricos, en la creación de nuevos nombres, surgiendo con un uso similar al que tuvo inicialmente el cognomen. De esta manera, eran conocidos únicamente por un nombre particular, una sola palabra. Tras el edicto, este nombre único se mantuvo entre los griegos y en el siglo III se extendió al oeste. El sufijo en latín -ius facilitó su expansión, especialmente en nuevos romanos, pues se asemejaba al nomen.
Hasta principio del siglo IV, los patricios se limitaron a usarlo en apodos conocidos como signa (signum o supernomen, indicados como "s."), pero no como nombres propios. Incluso a finales del siglo IV, cuando la aristocracia senatorial ya usaba estos nuevos nombres acabados en -ius como cognomen, en las lápidas, podía seguir usándose el signum, que en las lápidas podía tener una colocación diferente al resto del nombre. Cuando se pretendía acortar el nombre, solía aprovecharse el signum en lugar del nomen, seguido por el cognomen.
Los cristianos adoptaron como cognomen nombres arameos, hebreos o compuestos relacionados con su fe. En lugar de Aurelio, Flavio, Julio u otros nomina comunes, aquellos ordenados usaban Abba.
El prestigio no se destruye, se transforma
Cuando gran parte del imperio comenzó a llamarse Aurelio, y el nomen fue perdiendo prestigio, las élites fueron adoptando el nomen de Flavio hasta desbancar a Julio de la segunda posición a comienzos del siglo IV. En este caso coincide con el emperador Flavio Valerio Constantino y su dinastía (305-363). Sin embargo, salvo en casos especiales, no parecía heredarse y podía compartirse con la esposa, siendo usado a modo conmemorativo cuando se obtenía una buena posición. Lo mismo ocurrió con Valerio o, durante el reinado del emperador Adriano, el aumento de personas llamadas Publio Elio en torno al Egeo.
Aquellos nuevos romanos que ascendieron y ocuparon los nuevos altos cargos del imperio no podían alargar sus nombres a través de los nomina de sus antepasados, por lo que usaron los cognomina en su lugar. Por ejemplo, Gregorio de Tours (538-594) era llamado Gregorio Florencio Gregorio en honor a su abuelo homónimo y a su padre. Estos podían conmemorar ancestros patrilineales y matrilineales, incluyendo tíos o tíos-abuelos, aunque se repitieran sus nombres varias veces. En unos pocos casos, los cristianos podían empezar este grupo de cognomina cristianos ordenados por nivel de importancia: relacionados con dios, la Virgen, arcángeles, apóstoles, santos y mártires y, finalmente, los nombres cristianos.
Con la caída del Imperio romano de Occidente, las tradiciones que resistían en la aristocracia sucumbieron, volviendo al nombre único.
Fuente
- Salway, B. (1994). What's in a Name? A Survey of Roman Onomastic Practice from c. 700 BC to AD 700. The Journal of Roman Studies, 84, 124-145.