El fin del mapa
La historia comienza en la Gran Biblioteca de Alejandria en torno al 330 a.C., el lugar donde realmente comenzó el estudio de la geografía. Los primeros estudiosos crearon un importante proto-mapa del mundo, basado mayormente en las escrituras del historiador griego Herodoto. Su "Historiografía" de nueve volumenes habían sido completados un siglo y medio antes, pero su descripción del auge y caida del imperio persa y las guerras greco-persas seguía siendo la fuente más detallada de información de la forma del mundo conocido.
Estos estudiosos tenían mucha razón, e inevitablemente también se equivocaron. El mapa que crearon mostraba al mundo redondo, o al menos redondeado, que por el siglo IV a.C. era comúnmente aceptado (desestimando la visión Homérica en la que si navegabas lo suficiente, se terminaría el mar y te caerías).
Erastótenes de Cirene (actualmente Libia) fue uno de los primeros estudiosos en reunir el nuevo conocimiento geográfico en el arte de la cartografía, haciendo un uso completo de los pergaminos de la biblioteca de Alejandría, las declaraciones de aquellos que habían recorrido Europa y Persia en el siglo anterior, y las visiones pertenecientes a los historiadores y astrónomos contemporáneos.
Su mapa mundi fue dibujado en torno al 194 a.C., y la forma de su reconstrucción victoriana (el original desapareció hace mucho tiempo) se parece más a la del cráneo de un dinosaurio. Hay tres continentes reconocibles - Europa al noreste, África (Descrita como Libia y Arabia) por debajo y Asia ocupando la mitad este del mapa. La gran zona norte de Asia recibe el nombre de Escitia, que ahora abarcaría a Europa del Este, Ucrania y el sur de Rusia.
El mapa es escaso pero sofisticado, y destaca por su uso de paralelos y meridianos en un sistema de cuadrícula (con la isla de Rodas, entonces un importante puesto comercial, como el centro de todo). Se creía que el mundo habitado (al que los romanos llamarían más tarde "el mundo civilizado") ocupaba un tercio del hemisferio norte y estaba contenida completamente en este.
El punto más al norte, representado por la isla de de Thule (que podría ser Shetland o Islandia) fue el último bastión ante de que el mundo se hiciera insoportablemente frío; el extremo más al sur, etiquetado como Cinnamon Country (correspondiendo a Etiopía/Somalilandia), era el punto en el que el calor quemaría tu piel. No hay polos, y los tres continentes aparecen apiñados a propósito, como si los los grandes océanos invasores y las vastas zonas de mundo desconocido unieran fuerzas contra ellos. Por supuesto, no hay Nuevo Mundo, ni China, y solo una pequeña parte de Rusia.
En el siglo II, el trabajo de Erastótenes pudo haber sido una de las plantillas usadas para producir lo que tradicionalmente se considera el puente entre el mundo antiguo y el moderno: "Geographia" de Claudio Ptolomeo. Esta contenía una vasta lista de nombres de ciudades y otros lugares, cada uno con una coordenada, y si los mapas de los atlas actuales se describieran en vez de dibujarse, se parecerían al trabajo de Ptolomeo, una laboriosa y agotadora empresa basada en un simple sistema de cuadrícula. No solo proporcionó detalladas descripciones para la construcción de un mapa mundi, sino también de 26 zonas más pequeñas.
Como se podría esperar, Ptolomeo aún poseía una visión sesgada del mundo, con distorsiones de África e India, y el mar Mediterraneo demasiado ancho. Pero su proyección de la forma del mundo es algo que aún reconoceríamos hoy, y la localización de las ciudades y países en el imperio greco-romano es muy precisa. Da el crédito necesario a otra fuente esencial, Marino de Tiro, cuyo mapa fue el primero en incluir tanto a China como la Antártida.
Pero Ptolomeo era propenso al mayor y más contagioso vicio de los cartógrafos: cuando faltaba información precisa, se la inventaba. Como la propia naturaleza, los cartógrafos siempre han aborrecido el vacío. El espacio en blanco en los mapas revelaba ignorancia y algunos no podían soportarlo. Ptolomeo no podía resistir rellenar zonas en blanco en sus mapas con concepciones teóricas, algo que afecta a la exploración hasta el día de hoy. El océano Índico se mostraba como un gran mar rodeado de tierra, mientras muchas de sus medidas de longitud (algo que era muy difícil de medir con precisión hasta que el reloj de John Harrison ganó la famosa competición en el siglo XVIII) eran muy imprecisas. El peor fallo de calculo, la posición longitudinal del Lejano Oriente, habría sugerido a Colón que Japón podría alcanzarse navegando al Oeste desde Europa.
Pero al menos Ptolomeo cartografiaba basandose en principios científicos. A diferencia del mappa mundi, una colección de grandes interpretaciones del mundo que llenó nuestras imaginaciones desde el siglo XI hasta el renacimiento. Estos mapas, que principalmente adornaban las iglesias del mundo y otros lugares de poder y aprendizaje, triunfaron en devolver la cartografía a una edad oscura, haciéndolos más erróneos y alegres. Su meta no era la navegación y el conocimiento preciso, sino adoctrinar. Los mapas contenían lugares que muy pocas veces vemos en las cartas de navegación actuales, como el paraíso o el infierno,así como un surtido de bestias míticas que uno se esperaría encontrar en la Tierra Media de Tolkien. Podemos maravillarnos con una especie de búfalo llamado Bonnacon, por ejemplo, excretando deshechos ácidos sobre Turquía, y el esciápodo, unas personas con un solo pie tan grande que lo usaban de sombrilla.
Con el renacimiento y la edad de oro de la exploración la cartografía se volvió más estricta y los mapas se hacían en los mismos viajes que realizaban los exploradores portugueses y españoles. En conjunto, esto resultó en la famosa proyección de Gerardus Mercator en 1569, un plano del mundo que aún se utiliza en la enseñanza y en Google Maps. La proyección proporcionó una solución al puzzle que había preocupado a los cartógrafos desde que se asumió que le mundo era una esfera: cómo representas una superficie curva en una plana. La solución de Mercator fue una bendición para los marineros hasta la actualida, incluso con la distorsión de los tamaños relativos de África y Groenlandia.
El catalogo de inexactitudes prosigue. A aquellos que viven en California les interesará saber que durante más de dos siglos su estado no estuvo unido a la costa oeste del continente, sino que pensaba que era una isla del Pacífico. No era un acto político radical, ni un error (como un desliz del cartógrafo), sino un juicio erróneo. Lo curioso es que ese error permaneció en las cartas mucho después de que los navegantes intentaran bordearla sin éxito, lo que tuvo que causar un gran desconcierto. Entre su primera aparición en el mapa español de 1622 y su cariñosa despedida en una publicación japonesa de 1865, California apareció como una isla en al menos 249 mapas independientes. ¿A quien hay que culpar por el error? A fray Antonio de la Ascensión, un monje de las Carmelitas quien la señaló como "isla" en su diario tras un viaje en 1602-03.
Pero el mejor error cartográfico son las montañas de Kong, una cordillera que supuestamente se extendía como un cinturón desde la costa oeste de África dividiendo por la mitad el continente. Estaba presente en mapas mundi y atlas durante casi todo el siglo XIX. Las montañas aparecieron por primera vez en 1798 por el reputado cartógrafo inglés James Rennell, ya famoso por cartografiar grandes partes de la India. El problema es que confiaba en informes erróneos de fatigados marineros y sus propia imaginación. Las montañas de Kong nunca existieron, pero tal y como un artículo fiable de Wikipedia que aparece en millones de trabajos universitarios, la cordillera fue reproducida en mapas por los cartógrafos. Fue un casi un siglo antes de que un emprendedor francés viajara al lugar en 1889 y encontrara que allí no había ninguna colina. Incluso en 1890, las montañas de Kong aún aparecían en el mapa de Rand McNally de África.
Y entonces estaba el caso de Benjamin Morrell, que vagó por el hemisferio sur entre 1822 y 1831 en busca de tesoros, riquezas y fama. Habiendo encontrado un poco de cada, encontró divertido inventarse unas cuantas islas durante el viaje. La publicación de los relatos de sus viajes fue tan popular que sus descubrimientos, incluidas la isla Morrell cerca de Hawaii y New South Greenland cerca de la Antártida aparecieron en las cartas navales y en los atlas del mundo. En 1875, el capitán naval británico Sir Frederick Evans siguió la misma ruta descubriendo no menos de 123 islas falsas de las cartas del almirantazgo británico. Hasta la expedición Endurance de 1914-17 de Ernest Shackleton no desaparecó la isla de New South Greenland. Shackleton descubrió que ese punto no era más que océano profundo con sondeos de hasta 1900 brazas (3475 metros). La isla Morrell desapareció poco después.
Pero quizás no debamos ser tan duros con los primeros cartógrafos, esos pioneros del error. Se podría decir que Morrell y sus equivocados aventureros hicieron del mundo un lugar más romántico y emocionante que vivir. ¿No hemos perdido lago importante cuando la cartografía se ha convertido en una ciencia de logaritmos, aplicaciones y direcciones precisamente calibradas? Aquellos que tengan Google Maps en sus teléfonos no estarán de acuerdo, pero hay algo de valor en perderse ocasionalmente, incluso en nuestro pixelado mundo interconectado. Los niños de esta generación serán más pobres si permanecer ante un amplio mapa de papel y después intentan en vano doblarlo a la posición original. Se perderán descubrir que el mundo en un mapa no es más que una invitación a soñar.
Fuente:
The Wall Street Journal - The Saturday Essay
Estos estudiosos tenían mucha razón, e inevitablemente también se equivocaron. El mapa que crearon mostraba al mundo redondo, o al menos redondeado, que por el siglo IV a.C. era comúnmente aceptado (desestimando la visión Homérica en la que si navegabas lo suficiente, se terminaría el mar y te caerías).
Erastótenes de Cirene (actualmente Libia) fue uno de los primeros estudiosos en reunir el nuevo conocimiento geográfico en el arte de la cartografía, haciendo un uso completo de los pergaminos de la biblioteca de Alejandría, las declaraciones de aquellos que habían recorrido Europa y Persia en el siglo anterior, y las visiones pertenecientes a los historiadores y astrónomos contemporáneos.
Su mapa mundi fue dibujado en torno al 194 a.C., y la forma de su reconstrucción victoriana (el original desapareció hace mucho tiempo) se parece más a la del cráneo de un dinosaurio. Hay tres continentes reconocibles - Europa al noreste, África (Descrita como Libia y Arabia) por debajo y Asia ocupando la mitad este del mapa. La gran zona norte de Asia recibe el nombre de Escitia, que ahora abarcaría a Europa del Este, Ucrania y el sur de Rusia.
El mapa es escaso pero sofisticado, y destaca por su uso de paralelos y meridianos en un sistema de cuadrícula (con la isla de Rodas, entonces un importante puesto comercial, como el centro de todo). Se creía que el mundo habitado (al que los romanos llamarían más tarde "el mundo civilizado") ocupaba un tercio del hemisferio norte y estaba contenida completamente en este.
El punto más al norte, representado por la isla de de Thule (que podría ser Shetland o Islandia) fue el último bastión ante de que el mundo se hiciera insoportablemente frío; el extremo más al sur, etiquetado como Cinnamon Country (correspondiendo a Etiopía/Somalilandia), era el punto en el que el calor quemaría tu piel. No hay polos, y los tres continentes aparecen apiñados a propósito, como si los los grandes océanos invasores y las vastas zonas de mundo desconocido unieran fuerzas contra ellos. Por supuesto, no hay Nuevo Mundo, ni China, y solo una pequeña parte de Rusia.
En el siglo II, el trabajo de Erastótenes pudo haber sido una de las plantillas usadas para producir lo que tradicionalmente se considera el puente entre el mundo antiguo y el moderno: "Geographia" de Claudio Ptolomeo. Esta contenía una vasta lista de nombres de ciudades y otros lugares, cada uno con una coordenada, y si los mapas de los atlas actuales se describieran en vez de dibujarse, se parecerían al trabajo de Ptolomeo, una laboriosa y agotadora empresa basada en un simple sistema de cuadrícula. No solo proporcionó detalladas descripciones para la construcción de un mapa mundi, sino también de 26 zonas más pequeñas.
Como se podría esperar, Ptolomeo aún poseía una visión sesgada del mundo, con distorsiones de África e India, y el mar Mediterraneo demasiado ancho. Pero su proyección de la forma del mundo es algo que aún reconoceríamos hoy, y la localización de las ciudades y países en el imperio greco-romano es muy precisa. Da el crédito necesario a otra fuente esencial, Marino de Tiro, cuyo mapa fue el primero en incluir tanto a China como la Antártida.
Pero Ptolomeo era propenso al mayor y más contagioso vicio de los cartógrafos: cuando faltaba información precisa, se la inventaba. Como la propia naturaleza, los cartógrafos siempre han aborrecido el vacío. El espacio en blanco en los mapas revelaba ignorancia y algunos no podían soportarlo. Ptolomeo no podía resistir rellenar zonas en blanco en sus mapas con concepciones teóricas, algo que afecta a la exploración hasta el día de hoy. El océano Índico se mostraba como un gran mar rodeado de tierra, mientras muchas de sus medidas de longitud (algo que era muy difícil de medir con precisión hasta que el reloj de John Harrison ganó la famosa competición en el siglo XVIII) eran muy imprecisas. El peor fallo de calculo, la posición longitudinal del Lejano Oriente, habría sugerido a Colón que Japón podría alcanzarse navegando al Oeste desde Europa.
Pero al menos Ptolomeo cartografiaba basandose en principios científicos. A diferencia del mappa mundi, una colección de grandes interpretaciones del mundo que llenó nuestras imaginaciones desde el siglo XI hasta el renacimiento. Estos mapas, que principalmente adornaban las iglesias del mundo y otros lugares de poder y aprendizaje, triunfaron en devolver la cartografía a una edad oscura, haciéndolos más erróneos y alegres. Su meta no era la navegación y el conocimiento preciso, sino adoctrinar. Los mapas contenían lugares que muy pocas veces vemos en las cartas de navegación actuales, como el paraíso o el infierno,así como un surtido de bestias míticas que uno se esperaría encontrar en la Tierra Media de Tolkien. Podemos maravillarnos con una especie de búfalo llamado Bonnacon, por ejemplo, excretando deshechos ácidos sobre Turquía, y el esciápodo, unas personas con un solo pie tan grande que lo usaban de sombrilla.
Con el renacimiento y la edad de oro de la exploración la cartografía se volvió más estricta y los mapas se hacían en los mismos viajes que realizaban los exploradores portugueses y españoles. En conjunto, esto resultó en la famosa proyección de Gerardus Mercator en 1569, un plano del mundo que aún se utiliza en la enseñanza y en Google Maps. La proyección proporcionó una solución al puzzle que había preocupado a los cartógrafos desde que se asumió que le mundo era una esfera: cómo representas una superficie curva en una plana. La solución de Mercator fue una bendición para los marineros hasta la actualida, incluso con la distorsión de los tamaños relativos de África y Groenlandia.
El catalogo de inexactitudes prosigue. A aquellos que viven en California les interesará saber que durante más de dos siglos su estado no estuvo unido a la costa oeste del continente, sino que pensaba que era una isla del Pacífico. No era un acto político radical, ni un error (como un desliz del cartógrafo), sino un juicio erróneo. Lo curioso es que ese error permaneció en las cartas mucho después de que los navegantes intentaran bordearla sin éxito, lo que tuvo que causar un gran desconcierto. Entre su primera aparición en el mapa español de 1622 y su cariñosa despedida en una publicación japonesa de 1865, California apareció como una isla en al menos 249 mapas independientes. ¿A quien hay que culpar por el error? A fray Antonio de la Ascensión, un monje de las Carmelitas quien la señaló como "isla" en su diario tras un viaje en 1602-03.
Pero el mejor error cartográfico son las montañas de Kong, una cordillera que supuestamente se extendía como un cinturón desde la costa oeste de África dividiendo por la mitad el continente. Estaba presente en mapas mundi y atlas durante casi todo el siglo XIX. Las montañas aparecieron por primera vez en 1798 por el reputado cartógrafo inglés James Rennell, ya famoso por cartografiar grandes partes de la India. El problema es que confiaba en informes erróneos de fatigados marineros y sus propia imaginación. Las montañas de Kong nunca existieron, pero tal y como un artículo fiable de Wikipedia que aparece en millones de trabajos universitarios, la cordillera fue reproducida en mapas por los cartógrafos. Fue un casi un siglo antes de que un emprendedor francés viajara al lugar en 1889 y encontrara que allí no había ninguna colina. Incluso en 1890, las montañas de Kong aún aparecían en el mapa de Rand McNally de África.
Y entonces estaba el caso de Benjamin Morrell, que vagó por el hemisferio sur entre 1822 y 1831 en busca de tesoros, riquezas y fama. Habiendo encontrado un poco de cada, encontró divertido inventarse unas cuantas islas durante el viaje. La publicación de los relatos de sus viajes fue tan popular que sus descubrimientos, incluidas la isla Morrell cerca de Hawaii y New South Greenland cerca de la Antártida aparecieron en las cartas navales y en los atlas del mundo. En 1875, el capitán naval británico Sir Frederick Evans siguió la misma ruta descubriendo no menos de 123 islas falsas de las cartas del almirantazgo británico. Hasta la expedición Endurance de 1914-17 de Ernest Shackleton no desaparecó la isla de New South Greenland. Shackleton descubrió que ese punto no era más que océano profundo con sondeos de hasta 1900 brazas (3475 metros). La isla Morrell desapareció poco después.
Pero quizás no debamos ser tan duros con los primeros cartógrafos, esos pioneros del error. Se podría decir que Morrell y sus equivocados aventureros hicieron del mundo un lugar más romántico y emocionante que vivir. ¿No hemos perdido lago importante cuando la cartografía se ha convertido en una ciencia de logaritmos, aplicaciones y direcciones precisamente calibradas? Aquellos que tengan Google Maps en sus teléfonos no estarán de acuerdo, pero hay algo de valor en perderse ocasionalmente, incluso en nuestro pixelado mundo interconectado. Los niños de esta generación serán más pobres si permanecer ante un amplio mapa de papel y después intentan en vano doblarlo a la posición original. Se perderán descubrir que el mundo en un mapa no es más que una invitación a soñar.
Fuente:
The Wall Street Journal - The Saturday Essay