La nube imparable que eclipsó el Sol pero desapareció para siempre
Como vimos con las
plagas de Egipto, los nefastos desastres naturales son amenazas reales que no requieren de la
furia divina. En 1875, en las Grandes Llanuras de Norteamérica una oscura nube
eclipsó el Sol durante cinco días, arrasando con los cultivos. Esa nube no era
de tormenta, sino de langostas. Y no traía lluvia, sino más de diez mil
millones de individuos que se precipitaban para diezmar la vegetación de la
extensa región agrícola.
Según el segundo informe de 1880 de la Comisión Entomológica de los Estados
Unidos, el Dr. A.L. Child del Cuerpo de Señales del ejército de los Estados
Unidos había estimado, calculando la velocidad de los insectos al frente y
telegrafiándose con las ciudades vecinas, que la nube de langostas medía 2897
km de largo (como de Madrid, España, a Riga, Letonia, en línea recta) y 177
millas de ancho. Esa masa de 27 millones y medio de toneladas de langostas de
las montañas rocosas (Melanoplus spretus) era tan singular que recibió
el nombre del enjambre de Child, en honor a Albert Child, que la describió.
A pesar de todo, este frenético estilo de vida no era sostenible y en 1902 se
avistó el último ejemplar vivo de la especie en Canadá. Al contrario de lo que
cabría esperar, no se preservó ningún ejemplar para su estudio. En los
glaciares, especialmente los glaciares Grasshopper (Saltamontes) se conservan
muchos ejemplares, pero suelen estar descompuestos o ser más recientes. No
obstante, se han encontrado especímenes intactos en el glaciar Knife Point en
la cordillera Wind River que datan del siglo XVII.
Ya entonces, mucho antes de que la actividad humana pudiera alterar sus
condiciones de vida, vivían auténticas y destructivas explosiones demográficas
de las que sobrevivían unos pocos dispersos por el territorio. Como se dijo en
la entrada de las plagas de Egipto, este comportamiento es un ciclo ligado a
los periodos de sequía. Cuando escasea el agua, las plantas van muriendo y los
saltamontes se van acumulando en las que quedan. El contacto físico estimula
la transformación a la fase adulta, alterando su comportamiento a uno más
gregario que se desplaza en grandes enjambres. De esta manera, la especie
puede sobrevivir al desplazarse a zonas más fértiles.
Durante años, el destino de las langostas fue un misterio. Se pensó que
podrían ser la fase adulta de unos saltamontes que en todo este periodo no han
vuelto a formar enjambres, pero ninguna de las especies supervivientes de
saltamontes se desarrollaba de la misma manera en la fase adulta. Por ello se
acepta que la tala de los bosques para crear campos de cultivo pudieron
destruir el hábitat donde aguardaban los reservorios de supérstites.
Fuente:
High Country News