El obispo de Cádiz que renunció a la fe tras morir


En abril de 1864, el obispo de Cádiz, Juan José Arbolí y Acaso, se presentó ante algunos gaditanos ilustres y les dijo que no se consideraba católico porque había aprendido a poner su confianza en la ciencia y no en la fe ciega, obediente e irreflexiva que pide la iglesia. Estas declaraciones no solo eran sorprendentes por venir de un representante de la iglesia, sino porque llevaba 14 meses muerto.

Esta peculiar anécdota ilustra el encontronazo del espiritismo con la iglesia católica en España ya en sus inicios cuando, pretendiendo actuar de nexo de unión entre ciencia, filosofía y religión, solo las unió en su contra.

El espiritismo en España

En abril de 1953, tras el éxito de los ruidos en la casa de las hermanas Fox en los Estados Unidos cinco años antes, el espiritismo llegó a Europa en forma de mesas giratorias que, deteniendo o produciendo ruidos mientras alguien recitaba el alfabeto, era capaz de producir mensajes. Todo era tan sencillo que solo hacía falta sentarse en círculo en torno a ella con los meñiques entrelazados con los de los compañeros. La presencia del sonambulismo, el mesmerismo y el swedenborgismo no hizo más que allanar el camino para su adopción.

A España llegó a través de los ingleses y franceses por el sur, comenzando informalmente a través de la capital gaditana, donde en 1855 se fundaría la Sociedad Espiritista de Cádiz, que la autoridad eclesiástica disolvió dos años después. Aún así, en la siguiente década el movimiento se extendió por las capitales penisulares y se iniciarían las primeras publicaciones, comenzando en Barcelona y Valencia gracias a las obras espiritistas traídas en barcos mercantes desde Marsella. La influencia británica se la debemos a los aristócratas ingleses que venían de sus hogares.

Popularidad y legitimización


Por una parte, el público se interesó por el espiritismo por el espectáculo, ya fuera en sesiones privadas o en números extraordinarios, posibles supuestamente gracias al poder de los espíritus. Los espectadores llenaban los teatros hasta que las autoridades intervenían por las denuncias de fraude. A pesar de ello, se siguieron haciendo actos clandestinos accesibles tan solo por invitación. Aún teniendo esto en cuenta, para el público general fue una moda pasajera que acabó restringida a pequeños círculos.

Por otra parte, no debemos ignorar el interés del contacto con los difuntos. Ya sea por una motivación puramente sentimental o con ánimo de ahondar en una nueva área del conocimiento, las posibilidades que ofrecía eran únicas. Por ello, teniendo en cuenta su potencial, estos fenómenos fueron explorados desde un punto de vista científico. Debido a las aparentes causas fisiológicas, los médicos se lanzaron a experimentar el fenómeno de las mesas giratorias, que afectaba también a objetos más pequeños, como sombreros o sortijas. Para obtener resultados satisfactorios, observaron que necesitaban armarse de paciencia, aunque contar con el número adecuado de participantes, especialmente si tenían experiencia o eran susceptibles a las influencias del entorno, ayudaba a acortar la espera. Estos experimentos revelaban que la susceptibilidad variaba entre las personas. Mientras con unas las sesiones podían durar más de una hora sin obtener una respuesta, con otras era cuestión de minutos. Esta diferencia necesitaba una explicación y, con ella, el espiritismo comenzaría a distanciarse de la ciencia, aunque pretendiera formar parte de ella.


Desde la comunidad científica, se favoreció la explicación dada por el químico Michel Eugène Chevreul en 1853. Según Chevreul, los giros y ruidos de las mesas se debían a vagos movimientos musculares involuntarios de los participantes, surgidos con el cansancio, tras permanecer largo rato inmóviles, y que estos eran imitados con una intensidad creciente por el resto de miembros de la mesa. Michael Faraday creó un instrumento que permitía demostrar que, efectivamente, se trataba de una consecuencia del efecto ideomotor.

Desde el espiritismo, mediante el racionalismo, se defendía que su contacto con los muertos era una prueba de la inmortalidad del alma y, mediante el empirismo, se realizaban experimentos que pretendían demostrar los fenómenos sobrenaturales. Intentaban explicar los movimientos de mesas y otros objetos giratorios como accionados por un fluido eléctrico o el magnetismo animal. Esta era una hipótesis vitalista, es decir, señalaba que la materia viva tenía unos elementos o principios ausentes en la materia inerte. Por lo tanto, también rechazaban el materialismo.

Aunque buscaban aunar fe y ciencia, sus actitudes provocaron un cisma que provocaría el rechazo académico y religioso. A pesar de haber comenzado abiertos a todo y a todos, con los años adquirirían una postura más definida. Así, mientras se mostraban como un avance científico más, equivalente a la fotografía o al telégrafo, rechazaban otros, como la selección natural de Darwin o el psicoanálisis de Freud. El desenmascaramiento de los mecanismos para fingir la actividad fantasmal tampoco le otorgó simpatías.

Crisis de fe


Muchos miembros del espiritismo pertenecían también al krausismo y a la masonería, grupos que se consideraban librepensadores que inicialmente no rechazaban el cristianismo, sino que buscaban reformarlo a una forma más pura. El espiritismo y su interpretación de la ciencia eran herramientas que servían para demostrar de una vez por todas las verdades bíblicas, pero también criticaban la naturaleza punitiva de la religión, la existencia del demonio y el monopolio de la iglesia sobre la fe. Consideraban que cada uno debía ser capaz de conocer la verdad por sus propios medios sin las restricciones de un dogma.

La iglesia, por supuesto, no vio con buenos ojos esta postura. Como no podía negar la otra vida ni los milagrosos fenómenos sobrenaturales porque se estarían tirando piedras contra su propio tejado, señalaban que el espiritismo era un fraude, una superstición, un conjunto de creencias propias de paganos o la propia obra del diablo, que actuaba en nombre de los espíritus. En 1856, el papa Pío IX condenó el mesmerismo y el espiritualismo, prohibiendo sus textos entre los católicos. Al año siguiente, el obispo de Cádiz con el que comenzaba la entrada actuaba sobre la Sociedad Espiritista de Cádiz, motivo por el que tras su muerte sería invocado oportunamente en una sesión para retractarse. Las condenas y quemas de libros se sucederían sucesivamente por la geografía española y el papa León XIII volvería a condenar la práctica en 1898, amenazando con la excomunión.

A pesar de su rechazo, la relación se volvió codependiente. La iglesia llenaba las misas con el miedo al espiritualismo, mientras este lo consideraba publicidad gratuita. Además, aunque inicialmente se preocupaban por la regeneración del país y la libertad, con esta relación fueron despojándose de su apoliticismo inicial para señalar a la iglesia católica como el gran mal de España. Esta batalla ideológica con la defensa del secularismo, la propiedad de los cementerios y los ritos funerarios se produjo notablemente a partir del sexenio revolucionario (1868-1874). Conforme la iglesia negaba los enterramientos a los espiritistas en los camposantos, las tendencias políticas del grupo se inclinaban al republicanismo, el anarquismo y el socialismo. En las primeras décadas del siglo XX, el movimiento fue decayendo. Entonces era una práctica marginal que reunía miembros entre las clases obreras en vez de la aristocracia.

Fuentes

  • de Pablo, Á. G. (2006). Sobre los inicios del espiritismo en España: la epidemia psíquica de las mesas giratorias de 1853 en la prensa médica. Asclepio, 58(2), 63-96.
  • Abend, L. (2004). Specters of the secular: Spiritism in nineteenth-century Spain. European History Quarterly, 34(4), 507-534.
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