La huelga de los bigotes


A finales del siglo XIX, con el bello facial como símbolo de masculinidad y madurez, los señoritos de buenas familias se encapricharon en marcar la diferencia entre ellos y los camareros exigiéndoles a estos que se afeitaran sus bigotes. Cuando los restaurantes se plegaron ante sus sugerencias, los camareros se unieron para dar una sonora negativa.

Cuestión de hombría y clase


El primer caso registrado se mencionó en los periódicos británicos y franceses en octubre de 1890. La noticia se situaba en uno de los mejores hoteles de Viena, donde un joven noble amenazó con que él y sus amigos dejarían de ser clientes si los camareros no se afeitaban para evitar ser confundidos con los huéspedes. Lo que podría haber quedado en una anécdota, inició el debate sobre la libertad de los camareros de llevar bigote.

Por una parte, el diario La Justice señalaba que, aún siendo llamados garçons, eran hombres casados cuyas esposas se negarían a tener relaciones conyugales si se afeitaban. Por otra, viendo la reacción negativa de los camareros veteranos cuando los jóvenes imberbes ocuparon sus puestos, el Globe londinense señaló que desconocía que afeitarse fuera una especie de "marca de Caín", algo que comprobó al consultar con un cámarero, que expresaba que la ausencia los situaba en desventaja frente a las mujeres con otras profesiones. A esto se le sumaba también los rifirrafes entre ingleses y franceses cuando La Justice aseguró que al otro lado del canal de la Mancha tendrían un gran número de cámareros imberbes, dejando entrever que la homosexualidad predominaba en las islas británicas.

Durante dos décadas, el enfrentamiento entre los sindicatos de camareros y los nobles continuó apareciendo esporádicamente en los periódicos. La posesión de bigote no era solo un tema de masculinidad, sino también de clases. Habitualmente, los únicos afeitados en los servicios de lujo los criados del servicio doméstico, cada vez más femenino, por lo que los camareros se negaron a ceder para parecerse al sumiso servicio de épocas anteriores. La dedicación de estos criados dificultaba el matrimonio y les negaba la consideración pública de cabeza de familia. Además, los camareros, de por sí, eran el objetivo de las bromas porque se consideraba que su trabajo era propio de mujeres, por lo que obligarles a afeitarse se sentía como un recochineo excesivo. Cuando los extranjeros comenzaron a ocupar estos puestos, sus acentos también solían ser motivos de mofa

Modas y tradiciones

La barba y el bigote se puso en boga a mediados del siglo XIX. Para finales de este, salvo en los hombres más mayores, lo habitual era mantener solo el bigote. Hay varios motivos que argumentan esta tendencia. Aunque en algunos sectores pudo influir el abandono de los servicios doméstico, la explicación más general es que marcaba una diferencia respecto a los hombres de los pueblos colonizados, a los que se acusaba de infantilismo, degeneración y afeminación. El posterior abandono de la barba habría permitido distinguir a los europeos de los sij indios y los musulmanes del norte de África.

Nuevos ricos


En esta época, los restaurantes y hoteles de lujo permitían a todo tipo de persona acaudalada tener una asistencia digna de un rey. Los nuevos plutócratas querían disfrutar de la opulencia de la aristocracia, por lo que cada detalle ostensoso contaba y la hostelería se rindió a los deseos de quien acudía con una fortuna. Cada cliente era el protagonista en su propio escenario, por lo que era conveniente despersonalizar a los trabajadores, que no debían sentir ni padecer, solo servir. El uniforme y la prohibición de bigotes marcaba aún más esa línea divisoria. Adicionalmente, la dependencia de las propinas situaba a los clientes en una posición de superioridad, que calmaba la ansiedad de los nuevos ricos. Estas propinas, que para algunos eran su única remuneración, eran criticadas por indignas, ya que ridiculizaban su hombría. No obstante, también tenían defensores que asumían que, con ellas actuaban como si compartiesen los beneficios con el dueño del negocio y que, con ellas, podrían permitirse su propio local. De hecho, unos de los problemas de los síndicatos en su lucha para asegurar un sueldo es que había camareros que preferían mantenerse con las propinas.

El afeitado se extendió


Aunque las protestas, huelga y lucha política se extendieron durante dos décadas por Austria, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Argentina, para 1920, la ausencia de vello facial dejó de ser un problema, ya que era habitual que la mayoría de los hombres se afeitase. No obstante, por tradición, se siguió evitando que los camareros llevaran bigote.

Fuente

  • Eyben, R. (2019, April). ‘The Moustache Makes Him More of a Man’: Waiters’ Masculinity Struggles, 1890–1910. In History Workshop Journal (Vol. 87, pp. 188-210). Oxford Academic.
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