El mar cálido del Ártico que nadie encontró


En el Renacimiento, en plena era de la exploración, los geógrafos discutían sobre el texto Inventio Fortunata, ahora desaparecido. Este se basaba en el viaje del sacerdote y matemático oxoniense Nicholas de Lynn en 1360 hacia los mares del Ártico, similar al fantástico viaje de los hermanos Vivaldi. Debido a esto, el globo de Lenox (1511) y los mapas de Gerard Mercator (1569), Abraham Ortelius (1570) y Petrus Plancius (1592) muestran un anillo ártico de islas con cuatro ríos.

No obstante, los geógrafos habrían pensado en el Ártico como un lugar gélido, acorde a las franjas climáticas que se conocían desde la antigüedad, por lo que esta zona solía ser representada como un vacío etiquetado como Mare Glaciale. A pesar de ello, otros países buscaron rutas alternativas a las Indias por el norte, intentando hacerle la competencia a españoles y portugueses, especialmente tras la circunnavegación de Magallanes y Elcano. Uno de los primeros fue Giovanni da Verrazano, a servicio de Francisco I de Francia, que en 1524 llegó a la bahía de Narragansett. Le seguiría Jacques Cartier, también al servicio de la corona francesa, que exploró el golfo y el río de San Lorenzo en 1534-1536. Los comerciantes Robert Thorne y Roger Barlow pidieron a Enrique VIII de Inglaterra mandar barcos para encontrar un atajo por el norte a las islas de las especias. La necesidad de bordear el Ártico, en vez buscar una ruta más directa a Asia, surgía porque Juan Caboto ya lo había intentado en 1497, encontrándose con Norteamérica. Estas expediciones no se iniciaron hasta finales del siglo XVI, en los sucesivos viajes de Martin Frobisher (1576, 1577, 1578), John Davis (1585, 1586, 1587, 1591), Thomas Cavendish (1591), Henry Hudson (1607, 1608, 1609, 1610) y William Baffin (1617). Todos estos viajes buscaban el paso del Noroeste, bordeando Norteamérica, y dejaron como testigo los topónimos entre Canadá y Groenlandia.

En las tierra firme, la idea de una ruta polar accesible era el sueño de geógrafos y eruditos como John Dee o Richard Hakluyt. Quizás convencido de que los borrachos no mienten, Joseph Moxon, hidrógrafo de Carlos II de Inglaterra, entrevistó a marineros neerlandeses ebrios que afirmaban haber cruzado esos mares. Sorprendentemente, cuando publicó esta información en A Brief Discourse of a Passage by the North-Pole to Japan, China, etc (1674) para la Royal Society, no tuvo el éxito esperado. Tampoco tuvo éxito Daines Barrington cuando trató el tema un siglo después.

Interés renovado


En 1770, Daines Barrington propuso a la Royal Society un viaje para descubrir este mar polar abierto. Tres años después, respaldado por Joseph Banks y liderado por Constantine Phipps, emprendió la misión de superar la latitud de 80º36'N de la expedición de Hudson. En 1818, tras las guerras napoleónicas, el Almirantazgo británico retomó el interés por los mares del norte y se planteó alcanzar el polo directamente en barco. Esta posibilidad había sido sugerida por Barrington, que razonaba que en el norte había mares libres de tierras y de hielo. Esta idea partía de la hipótesis que postulaba un mar cálido en el Ártico. Si la marina británica alcanzaba este mar, podía extender su hegemonía donde no había llegado ninguna otra nación.

Aunque la idea de aguas cálidas en el Ártico pueda parecer absurda, se alimentaba de testimonios que observaban que, en algunas zonas, las aguas eran más frías al sur. También se razonaba que, debido a sus días de 6 meses y la creencia de su mayor cercanía al Sol, era posible que el mar se calentase más en el polo que en sus alrededores. Sin embargo, como dijo el explorador Louis Antoine de Bougainville, "La geografía es una ciencia de hechos - ningún hombre en este estudio puede crear un sistema sin el riesgo de cometer grandes errores, que a menudo solo son corregidos a costa del navegante en el mar". Dicho en otras palabras, desde un sillón es muy fácil elaborar hipótesis si luego es otro quien se encarga de probarla o pagar sus errores.

Intento en vano convencerme de que el Polo es la morada del hielo y la desolación. Sigo imaginándomelo como la región de la hermosura y el deleite. Allí, Margaret, se ve siempre el sol, su amplio círculo rozando justo el horizonte y difundiendo un perpetuo resplandor. Allí pues con tu permiso, hermana mía, concederé un margen de confíanza a anteriores navegantes, allí, no existen ni la nieve ni el hielo y navegando por un mar sereno se puede arribar a una tierra que supera, en maravillas y hermosura, cualquier región descubierta hasta el momento en el mundo habitado.

Frankestein o el moderno Prometeo (1818) - Mary Shelley

La idea del Almirantazgo fue criticada por el experimentado ballenero William Scoresby, Jr., quien alcanzó la latitud 80º23'N en 1806. Scoresby, quien se había ganado la aceptación de la comunidad científica por sus observaciones sobre los cambios de las masas de hielo en el Ártico, señalaba que no era posible llegar al polo en barco. En su lugar, recomendaba usar perros, renos o trineos con velas propulsados por vientos favorables sobre el hielo. Por eso, cuando se desoyeron sus consejos, el viaje de John Barrow a Spitsbergen en 1818 fue incapaz de superar el récord de Scoresby doce años antes. Simultáneamente, la expedición de John Ross a Lancaster Sound se topó con un espejismo que le impidió avanzar, un fenómeno también conocido por Scoresby. Solo William Parry, su segundo al mando, alcanzó con éxito su destino en la isla Melville

En 1845, tras tres exitosas expediciones y equipado con barcos de vapor con cascos reforzados y detallados mapas árticos, John Franklin partió a explorar la zona aún desconocida del paso del Noroeste. Había grandes esperanzas en su triunfo, pero nunca volvió. A pesar de años de búsqueda, se tardaría más de siglo y medio en encontrarle. Aun con eso, la esperanza se mantuvo durante años.

Un nuevo modelo climático


Elisha Kent Kane, oficial médico de la expedición De Haven, observó que habían abandonado rápidamente un campamento y se habían dirigido al norte en la isla de Beechey, donde habían enterrado a varios compañeros. Kane razonó que se habría abierto el paso del norte y Franklin partió rápidamente para aprovecharlo, pero que el hielo habría bloqueado el canal de Wellington a sus espaldas, atrapándolos. Para Kane, la abundante fauna de esta hipotética región cálida habría permitido la supervivencia de la expedición. Esto reavivó el interés por el cálido mar polar, captando el interés de aventureros y científicos, especialmente tras su expedición de 1853-1854, cuando Kane habló de mar abierto más allá del estrecho de Smith, lo que confirmó Isaac Hayes en 1860. La comunidad científica trató de explicar este fenómeno. Al fin y al cabo, ya sabían que el clima no se limitaba a las latitudes y que, gracias a la corriente del Golfo, en Europa se podía disfrutar de un clima más cálido que en Norteamérica. Para Matthew Fontaine Maury y Alexander Dalles Bache, esta corriente sería la responsable de transportar aguas cálidas al norte. Razonaban que, por ello, los mares tropicales mantenían sus temperaturas a pesar de recibir más energía del Sol. El geógrafo August Petermann añadía que el mar polar también era alimentado por la corriente Kuroshio del Pacífico. Los avistamientos rusos de zonas de mar abierto entre el hielo, las aves que migraban al norte en el invierno o la presencia de ballenas con arpones de balleneros del Pacífico sugerían que posiblemente había un mar abierto en el Ártico. Hay que tener en cuenta que, entonces, se creía que las ballenas eran incapaces de cruzar el Ecuador.

Esta optimismo por encontrar un nuevo mar acabó en la década de 1880. La expedición Jeannette (1879-1881), que pretendía cruzar el Ártico aprovechando la corriente de Kuroshio a través del estrecho de Bering, quedó atrapada, vagando durante más de un año y siendo aplastada por el hielo en la costa siberiana. Por si fuera poco, los estudios indicaron que el Ártico no se alimentaba de un gran flujo de aguas calientes de las corrientes del sur. Con esto, el sueño de encontrar una vía natural para cruzar el Ártico vio su fin y comenzó el proyecto de crearla de manera artificial.

Fuentes

  • Smith, J. S. (2014). North America’s Colonial European Roots, 1492 to 1867. North American Odyssey: Historical Geographies for the Twenty-First Century, 30-37.
  • Robinson, M. (2007). Reconsidering the theory of the open polar sea. Extremes: Oceanography’s Adventures at the Poles, 15-29.
  • Martin, C. (1988). William Scoresby, Jr.(1789-1857) and the Open Polar Sea—Myth and Reality. Arctic, 39-47.
 

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