El zebro ibérico, el equino que bautizó a la cebra africana
La acción humana ha cambiado la naturaleza, alterando los ecosistemas y las especies que predominan en ellos. Como el alca gigante o el níspero, hubo especies lo suficientemente comunes para que se bautizara con su nombre a otros seres vivos, pero que desaparecieron o se convirtieron en marginales. El resultado es que esas nuevas especies parecen las portadoras originales de ese nombre. El zebro ibérico es una muestra autóctona de la península homónima cuya identidad fue tomada por la cebra africana.
Primeros estudios
Durante siglos, se confundía a este animal con la cebra africana (Equus quagga) y el onagro (latín: onager), el asno salvaje asiático (Equus hemionus). En 1761, el padre Martín Sarmiento, mediante el estudio del término "zebra", determinó que la cebra africana, la zebra ibérica medieval y el onagro eran el mismo animal, pues los términos parecían usarse como sinónimos, pero que había desaparecido de la península, proponiendo repoblar estas tierras con el équido rayado.
A pesar de ello, no resultó del todo convincente. El naturalista Mariano de la Paz Graells expresaría sus dudas en Fauna mastodológica ibérica (1897), pues no se podía deducir esa conclusión tan solo desde un estudio etimológico que ni siquiera se apoyara en el registro fósil, donde las cebras africanas estaban ausentes en la península ibérica. En textos legales y topónimos portugueses se reconocían palabra como Zêbro, Zêbra o Zebrum, que a principios del siglo XX no se sabía si era un ciervo, una cabra, un buey o una vaca.
Por ello, se estimó a partir de las descripciones de los siglos XIII y XVI que este animal debía ser un Equus hydruntinus. Este habría existido desde periodo Villafranquiense (3,5-1 mda) hasta la Edad del Bronce en Europa, habiendo sobrevivido más tiempo en España.
Etimología
Estrabón, Varrón e Isidoro de Sevilla hablaban de la presencia de caballos salvajes en la península ibérica. De esta manera, el término Equus ferus derivaría en equiferus entre los siglos I-VII. A su vez, en los siglos IX-XV, se transformaría en eciferus, ecebro o encebro. Entre todas las variantes, los términos cebro o zebro aparecerían a partir del siglo XII, apareciendo en catalán como atzebro. Su denominación variaba temporal y geográficamente. En Portugal, fueron más conocidos como zevro, mientras en Castilla lo eran como cebro. Se usaba mayoritariamente con el género masculino, pero a partir del siglo XIV se prefirió el femenino.
Este punto de inflexión explica por qué las cebras africanas tienen un nombre femenino. Estas eran conocidas desde la época romana. Dion Casio y Timoteo de Gaza las llamaban "caballo tigre" (hippotigris), mientras Filostorgio las describió como asnos salvajes
blancos y negros en las montañas de la Luna, sin nombrarlas. Alfonso X
de Castilla (1221-1284) y Juan I de Portugal (1357-1433) las llamaron "asnas rayadas". Sería a la llegada de los exploradores y comerciantes portugueses al Congo cuando empezaron a ser llamadas cebras, término que se extendió a otros idiomas. El explorador Antonio Pigafetta las describió y señaló que las cebras estaban presentes en la península ibérica, donde se reconocía su rapidez en el refrán "raudo como una cebra". Por entonces, en Europa apenas había testimonios de cebras africanas, por lo que se deduce que se trataba de una especie autóctona.
Por otra parte, la confusión con el onagro se debía a que en los textos latinos, ambos animales eran referidos como onager. En consecuencia, en las traducciones de la Vulgata podían aparecer cebras. Esta equivalencia entre el onagro y el zebro comenzaría a predominar a partir del siglo IX.
Descripción
Hasta el siglo IX, los equinos identificados como zebro se equiparaban con los caballos, pero su equivalencia en latín con el onagro hizo que se le viera más afinidad con los asnos. Por lo tanto, este es uno de los retos aún presentes en su identificación. En 1265, el notario Brunetto Latini nos describió un ejemplar de mayor tamaño que un ciervo común (Cervus elaphus), con una larga línea dorsal, orejas muy largas y gran velocidad. Debido a un error de un copista, el texto dice pezuñas en vez de pies esbeltos. En 1576, en Chinchilla de Montearagón, lugar común para la caza mayor, se describió a las cebras como "yeguas cenizosas, de color de pelo de las ratas, un poco mohinas, que relinchaban como las yeguas y corrían tanto que no había caballo que las alcanzara".
Distribución y usos
Por los topónimos y menciones en los fueros, su distribución formaría aproximadamente un triángulo con los vértices en Galicia, Murcia y el Algarve. Esta se vería afectada con la Reconquista. Gracias a Ibn al-Awwan en el siglo XII, sabemos que los musulmanes domaban a estos animales salvajes, a diferencia de los cristianos, donde el único ejemplar domado en un documento no musulmán aparece en una dote de 1682 en Extremadura. Como el onagro oriental, lo habrían usado como bestia de carga o para cabalgar.
En cambio, entre los cristianos se consideraba una plaga de los cultivos de cereales. Conforme avanzaba la Reconquista, se destruyeron bosques para convertirlos en fértiles cultivos. De esta manera, se redujeron los territorios de los zebros. Al mismo tiempo, se convirtió en un objetivo de caza mayor. La túrdiga, es decir, la piel de su lomo, se usó en escudos y, en Portugal, para los zapatos zebrunos. Como tenía fama de veloz y enérgico, se decía que su carne curaba la pereza, mientras que en un tratado de cetrería del siglo XIII la consideraba apta para tratar la tuberculosis aviar.
Su distribución se reduciría en el siglo XIII hacia el centro y sureste peninsular. En el siglo XVI, aún quedarían reductos en torno a Albacete, determinándose por los textos que la mayoría habría desaparecido en torno a 1540, con una pequeña población mencionada en Higuera de la Rede, Badajoz, en 1682. Por entonces, los lexicógrafos contemporáneos ya confundían al desaparecido animal con la cebra africana.
Identificación
El mayor problema respecto a esta especie de equino es su identificación. Se han propuesto varias hipótesis, pero ninguna ha sido concluyente. En primer lugar, se planteó que se tratase del asno salvaje europeo (Equus hydruntinus). Este se habría retirado a le península durante el Último Máximo Glacial. Por una parte, los análisis de ADN han revelado que esta especie es un cajón de sastre donde se han incluido a otras. Por otra, desde su extinción hasta sus menciones en los textos, pasa más de un milenio. Resulta poco creíble que siguiera siendo común hasta la Edad Media pero su rastro se perdiera varios milenios antes. Del mismo modo, no hay representaciones del zebro. En la gruta de Trois Frères, cerca de los Pirineos, hay una imagen de un equino de orejas largas, crín corta y cola larga que combina rasgos del onagro y el caballo. Este podría ser el asno salvaje europeo, pero si no hay nexo que lo conecte con el zebro, no nos sirve para imaginarnos al animal medieval.
También cabe la posibilidad de que los zebros fueran onagros introducidos por los musulmanes. Sin embargo, hay documentos que sustentan la presencia de dromedarios (Camelus dromedarius), erizos morunos (Atelerix algirus), y la gineta (Genetta genetta), pero no estos zebros. Otra posibilidad es que se trate del sorraia, un caballo primitivo portugués relacionado genéticamente con el tarpán (Equus ferus ferus). Estos caballos podrían ser los famosos zebros o sus descendientes.
Por último, se plantea que, en vez de salvajes, fueran animales asilvestrados. Debido a su naturaleza más inquieta, es más probable que el asilvestramiento de un caballo que el de un burro. Del mismo modo, cómo había más caballos, era más sencillo que uno de estos escapara. Además, los caballos han estado presente en la península desde mucho antes que los burros.
En definitiva, sresulta complicado reconciliar lo que dicen los textos con la zoología, por lo que sabemos que en la península ibérica había un equino distintivo hasta finales de la Edad Media, pero no sabemos con precisión qué era.Fuentes
- Quesada, C. N., & Liesau, C. (1992). La Zoología Histórica como complemento de la Arqueozoología. El caso de Zebro. Archaeofauna, (1), 61-71.
- Nores, C., Muñiz, A. M., Rodríguez, L. L., Bennett, E. A., & Geigl, E. M. (2015). The Iberian zebro: what kind of a beast was it?. Anthropozoologica, 50(1), 21-32.