La moda de llevar adhesivos en la cara

En Bien está lo que bien acaba (1623) de William Shakespeare, cuando llega Beltrán de la guerra de Florencia, el bufón dice: "¡Oh, señora! He ahí venir a vuestro hijo con un pedazo de terciopelo en el rostro. Si disimula una cicatriz o no, el terciopelo lo sabrá". El bufón habla de las mouches ("moscas") o plaisters surgidas en Francia o Italia en el siglo XVI que se extendieron a Inglaterra y los Países Bajos, perdurando durante el siglo XVIII.

Una cuestión social

Estos eran parches de seda, satén, tafetán, terciopelo o cuero untados con un ungüento para pegarlos a la piel. Su habitual color negro servía para resaltar la blancura de la piel, pero también para las cicatrices que indicaran heroísmo en batalla, aunque estas fueran más simbólicas que reales. Por lo tanto, la adopción masculina creció junto a los conflictos militares, pero también en ambos sexos tras las epidemias de viruela.


Entre las mujeres aristócratas y algunas sirvientas, los parches potenciaban la belleza de su portadora como el lunar en la mejilla de la diosa Venus, una imperfección que realzaba su atractivo. Además de las formas de lunares y cicatrices, tenían forma de corazón, estrella, lunas, castillo, animales o polígonos. Con estos, como si fueran tatuajes de quita y pon, se creaban dibujos en la cara, como árboles o pájaros, o se los colocaban en otras zonas, como los pechos. No obstante, también se indicaba que una mujer casta no exponía su piel ni necesitaba parches para ocultar las posibles lesiones venéreas, como las primeras que aparecen con la sífilis. Por esto, no todos compartían la idea de que un defecto pudiera ser positivo. La iglesia también atacó su uso pues caía dentro del pecado de vanidad. En cualquier caso, no se consideraba un complemento apto para el luto.


Por otra parte, a los parches también se le atribuyeron funciones. En Hudibras (1663), Samuel Butler relacionó la colocación de los parches con la astrología, pues cada signo gobernaba una parte de la cara, como Acuario en el ojo izquierdo. En The True Preserver and Restorer of Health, being a choice Collection of Select experienced & Remedies (1682) de George Hartman, se decía que colocarlos en los temporales aliviaba la cefalea o la migraña. Otros indicaban que reducía el dolor de muelas. Aparentemente, también servía para transmitir mensajes, como las ambiciones políticas o sexuales. En Francia, donde era más habitual entre los jóvenes, la posición en la mejilla derecha indicaba que estaba casada; en la izquierda, que estaba prometida; en el rabillo del ojo, que era una amante, mientras en la boca señalaba que estaba libre. En la Inglaterra del siglo XVIII, los toris y whigs las llevaban en lados opuestos de la cara.

Una antigua práctica romana

La costumbre de llevar adhesivos en la cara ya se practicaba en la antigua Roma. Entonces, se llamaban splenia o alutae y se usaban tanto para ocultar arrugas, manchas o cicatrices como por mera coquetería, con formas de luna o otras formas. Los esclavos o los libertos podían usarlo para ocultar las marcas de sus amos.

Fuentes

  • Hearn, K. (2015). Revising the Visage: Patches and Beauty Spots in Seventeenth-Century British and Dutch Painted Portraits. Huntington Library Quarterly, 78(4), 809-823.
  • Abrams, A. (2018). The Art of Appearance: The Concept and Implications of Cosmetics in the Eighteenth Century.
  • Eldridge, L. (2015). Face paint: The story of makeup. Abrams.
  • Martin, M. (2009). Selling Beauty: Cosmetics, Commerce, and French Society, 1750–1830 (Vol. 127). JHU Press.
  • Rodrigues, P. (2017). The pursuit of beauty in ‘the age of powder and paint. Mátria Digital, (Nº5), 443-467.
  • Yarwood, D. (2011). Illustrated Encyclopedia of World Costume. Courier Corporation.
  • Orizaga, R. Y. (2013). Roman Cosmetics Revisited: Facial Modification and Identity. Tattoos and Body Modifications in Antiquity, 115.
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