El duende minero que abandonó su judeidad en el Viejo Mundo


Principalmente en Europa, se contaba que los mineros estaban acompañados por diminutos ancianos que les gastaban bromas, les avisaban del peligro, les guiaban hacia tesoros o castigaban sus transgresiones. Este comportamiento era común con otros miembros del pueblo invisible, como los klabautermann en los barcos.

Pequeños seres de la tierra


Este tipo de seres pequeños  asociados a la tierra y, por lo tanto, con sus riquezas, fueron una constante desde tiempos antiguos, comenzando con los míticos pigmeos. En los relatos medievales, solían caer bajo el cliché de considerar maliciosa o, al menos, lejos de ser heroica, a toda persona pequeña. Cuando una tradición local se envolvía bajo el manto del cristianismo, los duendes podían considerarse diablillos, ángeles caídos, almas en pena o cualquier otro tipo de grupo intermedio entre ángeles y demonios. Luego, los distintos pueblos podían dotar características propias a sus duencecillos locales.

En De Animantibus Subterraneis de Georgius Agricola (1494-1555) ya se muestra un ejemplo de ellos al hablar de los Cobalos alemanes, supuestamente compartidos con los griegos. Estos medían dos pies de altura y vestían como mineros, con un delantal de cuero. Aunque los describía como vagos, metidos en los pozos pretendiendo trabajar y tirando piedrecitas a los trabajadores, era muy activos en donde se había encontrado metal o donde hay esperanzas de encontrarlos. Cada región les otorgaba un nombre. Los alemanes los llamaban Kobolde o Wichtlein; los galeses, Coblynau; en Bohemia, Haus-Schmiedlein; los malayos, Chong Fus; en los Andes, Muquis; los ingleses los llamaban goblins o enanos. Finalmente, en Cornualles, eran Tommyknockers, abreviado como Knockers o Knackers o también llamados Bucca, Bogle, Spriggan o los "Hombres Pick y Gad".

Los mineros córnicos


Durante el siglo XIX, se comenzaría a registrar el folclore de esta región eminentemente minera, rica en cobre y estaño. Las creencias locales señalaban que estos seres eran los espíritus de los judíos que traicionaron a Cristo e hicieron que lo crucificaran, siendo enviados por los romanos a trabajar en las minas y las viejas fundiciones. Como supuestos judíos, estos no trabajaban los sábados, pero tampoco en la Pascua, el Día de Todos los Santos ni en Navidad. También cantaban villancicos y hacían misas de Navidad en las minas como si fueran cristianos.

Al mismo tiempo, el fin de las guerras napoleónicas y el agotamiento de las minas empujaron a muchos mineros córnicos a emigrar a América. Un tercio de los mineros de la región, que conformaban una parte importante de la población, abandonaron el país. Al fin y al cabo, antes de eso siempre habían tenido costumbre de cambiar su destino conforme se agotaban unas minas y se abrían otras. La fiebre del oro hizo que muchos se concentraran en la costa oeste. Aunque inicialmente no necesitaban mineros experimentados, esto cambió cuando hizo falta acceder a mayor profundidad. Entonces, los mineros córnicos fueron fundamentales.

En América, las historias de los duendes mineros cambiaron. Dejaron de ser espíritus de antiguos judíos y, conforme la creencia se fue difuminando, se confundían con fantasmas genéricos que habitaban las minas. Como antes, solían ser traviesos, escondiendo las herramientas o provocando ruidos que podían corresponderse con las señales sonoras entre los propios mineros. Sin embargo, también perdieron su cualidad moral. En Cornualles, premiaban a quienes les dejaban comida y castigaban a quien no o les espiaban. También se creía que la minería era un negocio conjunto y no debía extraer ni acumular de manera egoísta todo el metal, pues se perdería su bendición al trabajar la roca si no se dejaba una parte para ellos. En América, avisaban con sus ruidos de los lugares donde había minerales valiosos y era más frecuente que advirtieran del peligro. Si se les veía en una mina abandonada, simplemente se veían moverse sus linternas y martillos por su cuenta, pero sin ninguna consecuencia para los curiosos.

Con la profesionalización de la minería, la mejor iluminación y el ruido de la maquinaria pesada, estas leyendas fueron desapareciendo a ambos lados del Atlántico, repitiéndose en la población, en el mejor de los casos, los detalles de los testimonios de cuando estas creencia era común.

Fuente

  • James, R. M. (1992). Knockers, knackers, and ghosts: immigrant folklore in the Western mines. Western Folklore, 51(2), 153-177.

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