San Guinefort, el perro mártir

El santoral está repleto de personajes extraordinarios, pero algunos lo son más que otros. Si un neonato puede demostrar su valía para la santidad nada más salir del vientre materno, ¿qué impide que un perro logre los mismos méritos? Es el caso de San Guinefort, un galgo cuyo enterramiento recibió peregrinaje en la Edad Media.

El milagro del santo canino


Ocurre a menudo que, a pesar de su condena, el cristianismo mantiene viva las costumbres paganas o, al menos, deja constancia de su existencia. En el siglo XIII, en la obra inacabada Tractatus de diversis materiis predicabilibus o De septem donis Spiritus Sancti, el inquisidor dominio Esteban de Borbón nos presenta un manual con ejemplos didácticos para crear sermones para lograr la salvación, clasificándose en base a las siete virtudes del Espíritu Santo y sus correspondientes vicios. Algunos de estos exempla eran textos bíblicos, de Gregorio el Grande o Vida de los padres. Otros eran historias que había oído o visto. Ese es el caso del relato de San Guinefort, del que fue testigo en Dombes, a 40 km al norte de Lyons, Francia.

Todo comienza con unas mujeres que llevaban a sus hijos a San Guinefort, un santo que el dominico desconocía. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que se trataba de un galgo. Este habría vivido en un castillo junto a su dueño, su esposa y el hijo de ambos, en el territorio del señor de Villars, cerca de un pueblo de monjas de clausuras llamado Neuville, en la propia diócesis de Lyons. Un día de primavera, la pareja dejó solo al bebé con el perro. Cuando volvió su cuidadora, se encontró la cuna volcada y el perro junto a ella, con el cuerpo y las fauces llenas de sangre. A su grito, llegó la madre, que reaccionó de la misma manera. Los gritos de ambas mujeres alertaron al padre que, al ver al perro, juzgó matarlo con su espada. Sin embargo, inmediatamente después, descubrieron que el bebé dormía plácidamente junto al cadáver de una serpiente y que el perro, en vez de su verdugo, fue su protector. Arrepentidos por matar a un perro tan servicial, arrojaron su cadáver al pozo y lo cubrieron de rocas. A su lado plantaron un árbol en su memoria. Con el paso del tiempo, el castillo acabaría destruido y nadie trabajaría sus tierras, pero los aldeanos siguieron visitando al galgo para honrarlo como un mártir.

Cuando un niño estaba enfermo o necesitaban algo, las madres buscaban a una anciana en una ciudad fortificada a una liga de distancia para que guiarles y enseñarles los rituales para hacer ofrendas a los demonios e invocarlos. Primero, hacían ofrendas de sal y otras coas, colocando los pañales en los arbustos de su alrededor. Entonces usaban los árboles para eliminar tal enfermedad. Les clavaban clavos y pasaban los bebés desnudos hasta nueve veces entre los troncos de dos árboles. Luego invocaban a los faunos del bosque de Rimite para llevarse al niño enfermo, que reconocían como propio, y devolver al de la madre sano y gordo.

El ritual no acababa ahí, pues las madres colocaban al niño desnudo al pie del árbol, encendiendo dos velas de una pulgada junto a su cabeza, retirándose para no oírlo llorar. Si seguía vivo al volver, lo llevaba a las rápidas aguas del Chalaronne, afluente del Saone, y lo sumergía nueve veces. Si no moría entonces ni días después, demostraba su constitución fuerte.

Para Esteban de Borbón, esta práctica era negativa por varias razones. En primer lugar, como definía Tomás de Aquino, era un tipo de superstición que rendía un culto inadecuado al Dios verdadero. Al venerar a un perro como un mártir, se burlaba sacrílegamente de los peregrinajes verdaderos y atacaba a la jerarquía eclesiástica, pues la canonización era una actividad exclusiva del papa, que implicaba un largo proceso con tres cardenales que interrogaban y registraban los testimonios de testigos fidedignos. Consideraba que los rituales con árboles antiguos u hormigueros eran ejemplos de idolatría. Por eso, reunió a gente de esas tierras, desenterraron la cabeza del perro y cortaron y quemaron la madera sagrada. También logró que los señores de esas tierras promulgaran un edicto de que a quien fuera allí se le arrebatarían y venderían sus posesiones.

Precedentes

Este motivo no es único. En el Panchatantra, un tratado educativo sánscrito para príncipes del siglo VI a.C., un brahmán y su esposa cuidan a una mangosta y a su hijo, que crían como propio. Al llegar una serpiente negra, la madre mangosta defiende a su hijo, pero muere, por lo que la esposa acusa al brahmán de su muerte por dejarla sola.

El Panchatantra era bastante popular, por lo que un príncipe sasánida lo tradujo al persa medio en el 570 d.C. Tras la invasión árabe del 652, Ibn al-Muqaffa lo tradujo al árabe por orden del califa abasí Al-Mansur en el siglo VIII d.C., incluyéndolo en el libro de Calila y Dimma. En el siglo XI, un tal Simeón, hijo de Seth, lo tradujo al griego. A mediados del siglo XIII, el rabino Joël lo tradujo al hebreo en Mishle Sendabat. Por último, entre 1263 y 1278, el judío converso Juan de Capua lo tradujo al latín en Directorium humanae vitae. No obstante, no habría relación entre este último y Esteban de Borbón porque murió en 1261.

Pausanías contó una historia similar en Descripción de Grecia en alusión al origen de Anficlea en Focis. En este caso, un jefe, sospechando que sus enemigos están tramando algo contra él, colocó a su hijo en una jarra y lo escondió donde estuviera más seguro. Cuando un lobo fue a atacarlo, una serpiente se enroscó en torno a la jarra y lo vigiló. Al regresar el padre, creyendo que iba a atacar al niño, lanzó una jabalina, matando a ambos. Entonces, los pastores le dijeron que había matado al protector de su hijo. Pausanías añadió que el lugar parecía entonces una pira y que la ciudad fue nombrada en honor a la serpiente, Ofitea.

En la versión más antigua del Roman des sept sages, de c. 1155, y en el tratado latino Dolopathos, la versión de la obra anterior Juan de Alta Silva en 1184, se cuenta un relato similar pero mucho antes. Ambos cuentan las aventuras de un joven príncipe criado lejos de casa por su tutor que, tras la muerte de su madre, es enviado con su padre que se vuelve a casar. Pero, antes de partir, el maestro le aconseja fingir estupidez al llegar a la corte. Confiando en su silencio, la madrastra intenta seducirlo pero, al no lograrlo, lo acusa de violación. Cuando quiere ejecutarlo, siete sabios persuaden al rey contándole cada uno una o dos historias para ilustrar las consecuencias terribles de las decisiones apresuradas. Una de ellas es la del perro fiel. Por eso, el rey acaba perdonándolo y al final se descubre su inocencia. Esta leyenda podría haber derivado en estas narraciones a través de la traducción griega, pasando entonces de los aristócratas a los campesinos, o ser un desarrollo independiente en los pueblos indoeuropeos, siendo una historia tipo 178A en la clasificación Aarne-Thompson-Uther.

Simbolismo

Por otra parte, el relato de Esteban de Borbón estaría cargado de simbolismo. La elección del galgo no es casual, pues eran los perros mejor valorados y asociados con la caballería. Cuando el padre, como caballero, ataca al perro, lo hace a su propio sistema de valores, pues era un símbolo masculino de la virtud de la fe, la ocupación de la caza y, en general, de la vida aristocrática. Acababa él mismo con su linaje. Como decía un proverbio del siglo XVII, "matar a su perro trae desgracia para el asesino o para alguien que viva en su casa". La serpiente es su opuesto, fría y traicionera, en contraste al calor y fidelidad que ofrece el perro. No puede ignorarse su relación con la propia serpiente del Edén, asociada al diablo.

Los pozos, como al que se arrojó el perro, solían compararse con pasajes al infierno, como Poncio Pilato, que en una leyenda apócrifa se suicidó y su cuerpo se tiró primero al Tíber, luego al Ródano, causando inundaciones y crecidas, y, finalmente, a un lago alpino o un pozo. Taparlo con una piedra era un castigo adicional, pero este no es el uso aquí. Los pozos se tapaban cuando había una derrota militar completa o para evitar la ocupación de unas tierras. En este caso, habría sido porque se había mancillado el castillo con un crimen. Por eso, también se plantan árboles, para dar vida donde ha habido muerte. Al pasar por la puerta para salir fuera a ser enterrado, se evidenciaron dos realidades. Mientras el castillo donde había vivido desapareció, su memoria se conservó fuera, donde podía seguir sirviendo.

Como humano


A pesar de poder rastrear el trayecto de la leyenda, esto no explicaría en absoluto por qué el perro es santo y su nombre. Si fuera así, no sería un caso único y el santo canino estaría más extendido. Lo que se sabe es que San Guinefort como perro es una excepción. Entre los siglos VIII y XII, se compuso Vida de San Guinefort (Guinifortus, Gunifortus) y, en Passio Sancti Guiniforti de Letrán y en Miracula Sancti Guniforti del siglo XIV de Novara tenemos una lista de milagros.

Tenemos así a un humano cuyo nombre se escribe de tantas formas que puede dificultar seguir su distribución por Europa. Guinefort habría vivido en la época de los emperadores Diocleciano (284-305) y Maximiliano (286-305). Huyendo de las persecuciones de cristianos, habría dejado su Irlanda natal con su hermano Guiniboldus y sus hermanas Pusillana y Favilla. Al cruzar Alemania, estas murieron como mártires por las tribus teutónicas, siendo su festividad el 9 de enero. Eludiendo a las autoridades, los hermanos llegaron a Italia y comenzaron a predicar en Como, donde fueron arrestados y un príncipe local hizo decapitar a Guniboldus. Por la noche, los cristianos huyeron en secreto con su cuerpo y lo enterraron, siendo su festividad el 14 de octubre. Finalmente, Guinefort continuó viajando solo, llegando a Milán, donde volvió a predicar. El tirano lo condenó a ser decapitado fuera de la ciudad pero, de camino, los verdugos lo lapidaron, lo atravesaron con flechas y le pegaron con barras de hierro. Reconociendo que no sobreviviría hasta llegar a la ejecución, llenaron al mártir con tantas flechas que parecía un erizo. Creyéndolo muerto al caer al suelo, lo abandonaron. Aun así, Guinefort se arrastró hasta Pavía, done los cristianos lo llevaron hasta su hogar, cerca de la iglesia de Santa Romana, donde habían curado a varios discapacitados, ciegos y leprosos. En Pavía, su festividad fue el 22 de agosto, cuando se enterró.

Es probable que esta historia os recuerde a la de San Sebastián de Milán, ligado a Pavía porque en la plaga que hubo allí de julio a septiembre del 680, se reveló que esta cesaría si se llevaba su altar a la basílica de San Pietro in Vincoli. Al hacerlo, la epidemia cesó. Las enfermedades se habrían comparado con las flechas que recibió. En 1348, aumentó su popularidad y compartió funciones con la virgen María, San Roque, San Antonio y otros santos menores, incluido San Guinefort.

Esta leyenda se parecía a la de San Sebastián, también ligado a Pavia. En la plaga de julio a septiembre de 680 en Pavia, alguien reveló que cesaría si se llevaba el altar de san sebastián a la basilica de Saint Pietro in vincoli. Al llevar las reliquis de Roma a Pavia, la epidemia cesó. Las flechas eran como enfermedades y fue popular po rello, aumentando su popularidad, especialmente tras la plaga en 1348, compartiendo su título antiplga con la virgen maría, San Roque, San Antonio y otros santos menores, incluido San Guinefort.

Popularización


Hasta entonces, el culto de San Guinefort era marginal. Su culto estuvo principalmente en Pavía, donde una visita episcopal en 1236 menciona la presencia de su cuerpo en la iglesia de Santa María, cerca de San Romagna, y, en 1330, una capilla suya. 

Todo cambió en el siglo XIV en Pavía por varios motivos. Para empezar, se decía que la familia patricia Morzano sufría la ira divina porque, cuando el crucifijo de la capilla del santo cayó sobre la esposa y la hirió, su esposo cometió sacrilegio al tirarlo al río. Esto afectó a sus descendientes hasta que el santo intercedió y obtuvo el perdón. Entre ellos, un niño llamado Albricus de Morzano, cojo de nacimiento, se habría curado a los cinco años en presencia de muchos familiares cuando iban a celebrar el festival de este santo.

En Milán, apareció para establecer la inocencia de un caballero y su siervo en Como, que habían sido acusados falsamente de robo. En 1340, un comerciante de Génova cayó accidentalmente en el mar en Pera (Constantinopla), teniendo el tiempo justo para invocarlo, apareciendo inmediatamente sobre la iglesia de San Miguel y salvándole tirándole del pelo. Finalmente, en 1350, con la pandemia de peste negra, un niño Todescus fue salvado de la enfermedad por su hermano Franciscus, que invocó al santo. Tres años después, el hermano renovó la puerta y campana de la iglesia como agradecimiento y, en 1356, la revisitó y testificó de la autenticidad del milagro.

En la plaga de 1374, se formaron los Disciplinati di S. Guniforto junto a su iglesia, que lo invocaban contra la enfermedad. En adelante, se mostró como un caballero, como San Sebastián, y en las letanías se asoció con los grandes santos que protegían contra la plaga. Su popularidad siguió creciendo en el siglo XV, cuando la casa de Visconti financió en 1415 y 1419 la facultó de juristas de San Guinefort y el papa Martín V otorgó indulgencias a los peregrinos de San Guinefort. En 1446, su culto se extendió a Milán, donde se construyó una capilla de San Jacobo y San Guinefort en la iglesia de San Lorenzo, junto a la puerta de Pavía.

En enero de 1650, las canonesas del Monasterio Nuovo ganaron el derecho de transferir el cuerpo del santo a su propia iglesia, excavándose y extrayéndose el cuerpo en tres días. Se desenterraron reliquias y se llevaron a la procesión de las hermanas. En 1670 y 1726 se extrajeron más reliquias para reforzar su culto, pero, en 1768, la supresión del monasterio provocó otra dispersión, con lo que quedaba del cuerpo en la iglesia parroquial de Santa Maria Gualtieri. Entonces, se vistió al santo como soldado romano, con casco con la palma mártir en su mano y estirada sobre una pieza roja de damasco con flecos de oro. Salvo el cráneo y algunas reliquias de hueso bajo él, el resto es un maniquí.

Su culto se mantuvo en Pavía durante más tiempo, pero perdió su antigua gloria. Al final, el día de celebración del santo cambió del 22 de agosto al 11 de septiembre.

De humano a perro


Ahora bien, ¿qué relación tiene un santo humano de Pavía, Italia, con un perro homónimo en la región de Dombes, al este de Francia? El mérito lo tiene la propia Pavía, que como capital del reino lombardo y posteriormente del Reino de Italia, dentro del Imperio Carolingio y del Sacro Imperio Germánico, hasta el 1021, disfrutaba de una posición influyente. Además, la orden de Cluny extendió su culto desde el norte de Italia hasta Picardía, en el norte de Francia. Por eso, Esteban de Borbón, dominico nacido en la otra orilla del Saone, afluente del Ródano, y habiendo estudiado en París, desconocía la existencia del santo.

El día de San Guinefort en Pavía es el 22 de agosto, en plena canícula, que comienza con el orto helíaco de Sirio, estrella principal de la constelación del Can mayor. Esta dura unas dos o tres semanas. Curiosamente, en el periodo del 25 de julio al 24 de agosto se concentran un mayor número de santos asociados a los perros, como Santa Librada, el 20 de julio; San Cucufato, el 25 de julio; San Roque, el 16 de agosto; Santo Domingo de Guzmán, el 4 de agosto, y San Bernardo de Claraval, el 20 de agosto. Además, Santo Domingo de Guzmán, tenía una asociación como fundador de la orden de los predicadores o dominicana (Domini canes). En Pavía, el mismo día que San Guinefort, se celebraba también el día de San Domingo de Sora, que tenía el poder de librar la tierra de las serpientes y alejar a los lobos.

Culto duradero


El texto de Esteban de Borbón no fue dado a conocer hasta que Albert Lecoy de la Marche lo publicó en 1877. A pesar de ello, la leyenda del perro San Guinefort sobreviviría en la región, aunque con pequeñas variaciones, como en los padres del niño, que eran granjeros. Al preguntar entonces a los lugareños, decían que su nombre se debía a que movía mucho la cola, como si guiñara (guigner) con ella, siendo este movimiento la señal de que recibía favorablemente las oraciones. En figuras de otros santos, como la estatua de San Blas en Torcieu, supuestamente guiñaban con el mismo fin.

Aunque esta relación seguía siendo posible en la Edad Media, se puede encontrar otra a través de la primera continuación de Perceval de Chrétien de Troyes. En esta, Carados descubre que no es hijo del esposo de su madre Ysave, sino del mago Eliaures, con quien cometió adulterio. Para vengarse, le obliga a emparejarse con un galgo, una cerda y una yegua, engendrando un hijo con cada una. El cerdito se llamó Tortain, el potro Lorigal y el galgo Guinalot. Este provendría de guinier, una forma infrecuente de gruñir (graigner). Etimológicamente, Guinafort era un nombre masculino germánico de persona. Guini- o wini- era común en Lombardía, como San Winifred, mejor conocido como San Bonifacio. Su raíz implica la noción de ganancia, prosperidad o amistad, reapareciendo en palabras alaemanas como el verbo gewinnen ("ganar") o el nombre wünsch ("deseo").

Su culto ya se había atestiguado antes del descubrimiento de Lecoy de la Marche. Durante la Restauración borbónica en Francia, se restauró la diócesis de Belley y, a partir de 1823, el obispo repartió un formulario para registrar las supersticiones en las parroquias. El 17 de septiembre de 1826 llegaría una carta de un tal Dufournet, un cura de Châtillon-sur-Chalaronne, que aludía a otra anterior. En este, hablaba de un mendigo que llevaba unos dos o tres años viviendo en el bosque de M. Duchatelard, no lejos de Châtillon, que pedía que se estableciera allí una capilla. Se había alojado sin permiso, atraía bastante público, M Duchatelard temía que causara un incendio y se negaba trasladarse. Afirmaba haber descubierto a un santo en el bosque, sabiendo dónde estaba enterrado. Había recolectado pequeñas estatuillas de madera y piedra que había situado en una pequeña capilla, decorada lo mejor que pudo con distintas hierbas. Allí la gente le daba cosas. Las madres con niños o aquellos con fiebre iban a honrar a San Guinefort, atando y anudando una pequeña rama de árbol, como si pudieran anudar la fiebre. 

Estas costumbres persistieron hasta la primera mitad del siglo XX, cuando solo eran recordadas por los más mayores. Así perdieron, casi al unísono, el santo en su varias formas. Un santo invocado para sanar la enfermedad y salvar de grandes peligros.

Fuente

  • Schmidtt, J. C. (1983). The holy greyhound: Guinefort, healer of children since the thirteenth century (No. 6). Cambridge University Press.
  • Schmitt, J. C. (1984). La herejía del santo lebrel. Guinefort, curandero de niños desde el siglo XIII.
     

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