La enfermedad en la antigua Mesopotamia

La salud, y como recuperarla, ha sido una preocupación presente desde la prehistoria. A través de las interpretaciones y tratamientos, podemos comprender la forma de pensar de cada cultura en distintas épocas. En el caso de Mesopotamia, nos encontramos con una visión que combina la práctica médica con las creencias religiosas con el fin de entender y controlar la enfermedad.

Profesiones

Este interés se demuestra en la existencia de dos oficios dedicados a la curación. Por una parte, tenemos al sanador (āšipu/mašmaššu), un sacerdote que recurría a la magia, tratando con rituales y exorcismos. Por otra, tenemos al médico (asû), que recetaba remedios y aplicaba tratamientos directos. No obstante, como cualquier clasificación en esta época, la división entre ambos no es definida y el pensamiento mágico formaba parte de la práctica de ambos. En este sentido, tuvieron un desarrollo similar al de su vecino Egipto.

Enfermedades


Ahora bien, ¿cómo veían las patologías que afectaban a sus pacientes? Como ocurre habitualmente con los humanos, intentaron explicar por qué había sufrimiento y dolor y qué lo causaba. Entonces, la religión ofreció un camino para racionalizar estos sucesos inexplicables recurriendo al mito.

En el mito de Atramhasīs, se explica que los humanos fueron creados para servir a los dioses y aliviar la carga de los dioses menores, que se habían revelado. Estos humanos se reproducían con mucha facilidad, por lo que Enlil mandó hambrunas, sequías, epidemias y diluvios para reducir su número y poder descansar sin su ruido. A pesar de ello, su número volvía a crecer, por lo que se liberaron enfermedades que limitaban la reproducción, como la infertilidad femenina o Lamaštu, que amenazaba la supervivencia de los bebés.

El mito de Enki y Ninhursaĝ, una relación incestuosa múltiple intergeneracional y el consumo de ciertas plantas deriva en la generación de una serie de molestias en zonas concretas del cuerpo y el nacimiento de deidades dedicadas a ellas. Los propios mitos de creación desvelaban el nacimiento de demonios, nacidos del cielo (An) o de la tierra (Ki), como plantas, teniendo de esta manera conexiones celestes o con el inframundo. De esta manera, los mitos explicaban como una especie que no conocía el dolor ni el sufrimiento, se encontró con la enfermedad y la muerte. Además, presentaba sutilmente un principio básico: ya se hubiera originado en los albores de la humanidad o en el cosmos primigenio, cuando se creaba un mal, este nunca desaparecía y los dioses no podían más que contenerlo.

Clasificación

Las patologías descritas en las tablillas llegaron a tener clasificaciones en su día, pero esto no siempre fue así. Al igual que ocurre en sistemas médicos tradicionales locales de la actualidad, las clasificaciones no tenían ni orden, ni estabilidad ni coherencia. Estas se basaban en la percepciones corporales y sensoriales tanto del sanador como del paciente; las observaciones y razonamientos basados en la experiencia; la imaginación y las analogías. En consecuencia, un conjunto de enfermedades no tenían necesariamente siempre los mismos componentes y convivían con las contradicciones.

Actual


En la actualidad, las patologías conocidas en Mesopotamia se pueden clasificar en dos grupos: aquellas cuyo responsable es un agente natural o sobrenatural y las causadas por fenómenos naturales. Pero, como decía, la variabilidad en las tablillas implica que existan ejemplos a caballo entre ambas categorías o que, según el texto, pertenezca a una u otra.

En las patologías provocadas por un agente, este agredía al enfermo provocándole tanto síntomas físicos, como psicológicos y mentales. El agente podía ser un humano, un espíritu o un dios. En el primer caso, estarían víctimas como las de mal de ojo. En el segundo, personas atacadas por espíritus, incluyendo de los muertos. Estas víctimas podrían ser inocentes que estaban en el lugar equivocado (aseos, desiertos, ríos, lugares oscuros, etc) o haber sido castigados por las deidades, que actuaban directamente o a través de un espíritu (šanû/šēdu). Estas deidades también podían castigar directamente, siendo más habitual la acción de divinidades destructivas, como Adad e Ištar. Las deidades castigaban la falta de culto, las transgresiones morales, no respetar ciertos tabúes o las malas acciones. Así, en este tipo de patología se decía que había sido tocado por la "mano de" el agente responsable o por un juramento [roto] (mamītu) . Con frecuencia, estas eran tratadas por el sanador (āšipu/mašmaššu) con sus rituales, que buscaba tanto expulsar el mal como restaurar el orden en la vida de la persona. El pronóstico era más favorable en afecciones causadas por los dioses, mientras los espíritus causaban afecciones de larga duración y/o letales.

Como llegaría a decir siglos después Hipócrates de Cos (c. 460-c. 370 a.C.), algunos padecimientos podían estar causados por la humedad, la temperatura, el viento o el clima. Entonces se entendía que la fisiología corporal podía fallar por su cuenta, provocando un proceso anormal que debía corregirse. Estas eran causas más leves atendidas por el médico (asû) y eran nombradas de acuerdo al lugar donde se adquiría, como las montañas o alguna localización concreta. Como en ambos casos tenía un trasfondo religioso, en estas enfermedades también podía llegar a participar un agente indefinido, como el ser que toma la "bolsa" (takaltu), posiblemente el estómago, o la comida en mal estado que estaba embrujada. Algunos nombres aludían a la brujería, como "corte de la garganta" (ZI.KU5RU.DA) o "apoderado de la boca" (KA.DAB.BÉ.DA).

Contemporánea


En el pasado, habrían clasificado las enfermedades según la zona del cuerpo afectada, los nombres que describían al agente causante o los términos o expresiones metafóricas o descriptivas. En estos últimos, se debe a que los conjuros solían hacer una analogía del proceso curativo con una actividad cotidiana o natural (p.ej. tareas agrícolas, la lluvia, el flujo del río), comenzando con la acción de una deidad. Si había un agente responsable, el encantamiento iba dirigido a este. 

Algunas enfermedades se clasificaban en base a algún síntoma característico, como los ataques epilépticos, pero ni estos síntomas suelen ser evidentes desde nuestra perspectiva ni los miembros de estos grupos son estables. En casos como la diarrea, la ictericia (amurriqānu), el sangrado o la hinchazón, aparecían tanto como enfermedad independiente como síntoma.

La sistematización ocurriría en el primer milenio antes de nuestra era con la creación de compendios en forma de series (iškāru), recogiendo y editando textos de adivinación, medicina, magia, rituales y canciones cúlticas. Tenemos constancia de ello gracias a las pruebas encontradas en Assur, Babilonia, Borsippa, Uruk y, por supuesto, en la biblioteca de Asurbanipal. Los principales compendios son el Manual de diagnóstico (Sakikkû) y el Corpus de Prescripciones Terapéuticas. Ambos estaban subdivididos en secciones con varias tablillas o capítulos. Cada sección de la tablilla se enfocaba en un grupo o aspecto de la enfermedad. Ambos tienen secciones organizadas anatómicamente, con secciones de mujeres y sexualidad al final del compendio.

Con estos convergía la información de los manuales de diagnóstico como los terapéuticos. Los textos diagnósticos se conocen desde el periodo paleobabilónico hasta el neobabilónico (1894-539 a.C.). Eran propios del sanador (āšipu/mašmaššu), que también disponía de encantamientos registrados desde al menos la tercera dinastía de Ur (c. 2112 a.C.). Los manuales terapéuticos también datan del tercer milenio, incluyendo sustancias vegetales, animales y minerales, así como sus nombres, descripciones, usos y aplicaciones. Estos eran propios del médico (asû) y no se limitaban a reconocer el problema, sino también cómo tratarlo. En el segundo milenio, la distinción podía difuminarse e incluirse encantamientos en los tratamientos, pero no siempre fue el caso.

Ambos actuaban de forma condicional indicando el diagnóstico o tratamiento en base a la observación de ciertos síntomas. A veces, varios agentes podían ser responsables de un mismo síntoma, reconociéndose cuál era en base al síndrome, el conjunto de estos. En el diagnóstico, además de identificar al causante, se indicaba las acciones del paciente que desencadenaron la enfermedad. Los pronósticos podían ser positivos, negativos, prolongados o indecisos. Cuando se presentaba la acción a ejecutar, podían expresar la confianza en su efectividad. Por último, las recetas no tenían una estructura concreta, pudiendo estar precedidas por los síntomas y diagnósticos o pasar directamente a la preparación y administración. Solían tener una función específica, como eliminar la fiebre o detener los sangrados.

En el primer milenio antes de nuestra era, se comenzarían a observar comentarios médicos, diagnósticos o terapéuticos, con interpretaciones de los significados de términos concretos y las frases. Es entonces cuando parece que comienza a definirse un sistema global, equivalente a los humores de la antigua Grecia o las cinco fases de China. Por eso, en el Manual de diagnóstico (Sakikkû) se tienen en cuenta el lugar, tiempo cronológico y atmosférico, la edad del paciente y las influencias externas, como el viento o las estaciones.


La astrología fue ganando importancia en la medicina, pues si las estrellas eran manifestaciones divinas, sus movimientos debían replicarse de alguna manera en la Tierra, influyendo en el porvenir de los humanos. Un caso conocido es el supuesto efecto de los eclipses sobre los gobernantes. Se creía que los sucesos cíclicos celestes influían en la salud, las sustancias médicas y la enfermedades. Sin abandonar las ideas antiguas, se correlacionaron mediante el calendario las estrellas, planetas y signos del zodiaco con la medicina, la sanación, las zonas corporales, los síntomas patológicos y las  sustancias minerales, vegetales y animales.

Para terminar, en la tablilla spTU 1,4, se muestra a un sistema que recuerda al de los cuatro humores basada en cuatro órganos: el corazón (libbu), el estomago (karšu, las dos bocas del estómago), los pulmones (hašû) y los riñones (kalâtu). Estos no se conectan con las estaciones, elementos, direcciones o sucesos astronómicos, como las cinco fases de China, pero podrían estar relacionados con los cuartos de tres meses del año. Esta clasificación se hacía en base al funcionamiento de los órganos, entendidos desde el prisma mesopotámico, siendo las posiciones del yo, las emociones, la consciencia y los procesos fisiológicos. El corazón se relacionaba exclusivamente con las condiciones psiconeurológicas o mentales, como epilepsia, convulsiones y el desamor. Aunque los órganos internos eran el lugar de las emociones y procesos mentales, esta idea es nueva. El estomago trata las patologías gastrointestinales. La primera boca se conecta con la enfermedad de la cabeza y la boca, incluyendo dientes y garganta, mientras la segunda boca, el duodeno, concierne a la bilis y vesícula, hidropesía y la fiebre. Los pulmones son la tos, vientos y peste, esta última también de la primera boca del estomago. Los riñones tratan la parte inferior del cuerpo, como enfermedades renales, rectales y sexuales (libido, fertilidad femenina, útero).

Fuente

  • Steinert, U. (2020). Disease concepts and classifications in ancient Mesopotamian medicine. In Systems of Classification in Premodern Medical Cultures (pp. 140-194). Routledge.
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