Las peripecias para demostrar la supervivencia del celacanto
Descubiertos en el siglo XIX en fósiles, los celacantos eran unos peces que precedían incluso a los dinosaurios. Aunque había fantasías de mundos perdidos en zonas inexploradas y farsas criptozoológicas, se consideraba muy improbable que hubieran sobrevivido a cuatro de las cinco extinciones masivas que ha experimentado el planeta. A pesar de ello, Marjorie Couertenay-Latimer logró demostrar que seguían vivos, aunque parecía que el mundo quería mantener el secreto.
¿Qué es un celacanto?
Los celacantos son un orden de peces que comenzaron a habitar los mares en el lochkoviense (hace 419 millones de años), la primera edad del periodo devónico, y que fueron descubiertos con el fósil del Coelacanthus granulatus, procedente de la edad wuchiapingiense (259 MdA) del periodo pérmico y descrito por primera vez por Louis Agassiz en 1839. Gracias a estos fósiles, se sabe que había sobrevivido la funesta extinción masiva del Pérmico-Triásico hace 251 millones de años, que acabó con hasta el 96% de la especies, pero como no se encontraron fósiles posteriores al impacto K/T que acabó con los dinosaurios, entre otros, se asumió que habían desaparecido de la faz de la Tierra.
La lucha contrarreloj de Marjorie
Marjorie Couertenay-Latimer comenzó a trabajar para el pequeño museo de East London, Sudáfrica, el 24 de agosto de 1931. No se tomó un descanso hasta 5 años después, cuando aprovechó para ir a la isla de los pájaros en la bahía de Algoa para recoger especímenes durante seis meses. Allí, su amistad con el Hendrik Goosen le fue muy útil. Capitán del arrastrero Aristea, visitaba frecuentemente el museo para ver la creciente colección. En la isla, se abastecía de conejo para variar la dieta de sus marineros y llevaba al museo los estuches de especímenes. Cuando luego estuvo en el arrastrero Nerine, le propuso a Marjorie llevar especímenes marinos al acuario, montándose unos tanques para ese propósito en el barco.
Los años pasaron y el trabajo no cesó. La mañana del 22 de diciembre del 1938, mientras trabajaba en el fósil del terápsido dicinodonto Kannemeyeria wilsonii, recibió una llamada del Nerine. Tenían tonelada y media de peces, entre los que se encontraban corales, esponjas, tiburones y rayas. Acudió en taxi con su ayudante Enoch. Aunque rechazó llevársela, pues tampoco tenía medios para hacerlo, revisó las capturas igualmente. Entonces observó una aleta azul que sobresalía. Al sacar al pez completo, era un extraño pez de 1,5 metros de longitud, con un brillo azul, verde y plateado, con manchas blancas. El pescador escocés que se había quedado en el barco no sabía de qué se trataba, a pesar de sus tres décadas de experiencia.
Entonces comenzaron los problemas. Aunque era fresco, nadie quería un "pez apestoso". El primero fue el taxista, que aceptó hacer el viaje de vuelta a regañadientes. Una vez en el museo, Marjorie buscó infructuosamente identificar este pez con el catálogo de peces de Sudáfrica. Entonces se acordó de los peces ganoideos y, buscando en los libros de ictiología con estos en mente, lo encontró en la familia Coelacanthidae. El problema es que se suponía que debía ser un fósil, pero ella tenía un ejemplar fresco. De hecho, cuando el presidente del museo, el doctor J. Bruce-Bays lo vio, pensó que era un bacalao de roca o un pez pulmonado, pero ella señaló características de este pez que esas especies carecían. En su búsqueda en la biblioteca no encontró más detalles, pero no tenía tiempo que perder.
Lo primero que necesitaba era conservar el espécimen, así que decidió llevarlo junto con su ayudante en un carrito a la morgue del hospital, pero fue rechazada categóricamente. Tampoco lo aceptaron en la Comisión de Almacenamiento en Frío. Aunque su trabajo con peces no fuera tan bueno, decidió acudir al taxidermista escocés Robert Center, que tan solo le pidió formalina, que le fue proporcionada por el químico J. Forbes. Rompiendo a tiras una sábana que le pidió a su madre, envolvió al pez en tela y luego le vertió la formalina diluida. Luego lo cubrió en papel de periódico. Con el intenso calor veraniego, esta seguía siendo una solución temporal. Al día siguiente, cuando se había vuelto gris oscuro, aprovechó para dibujarlo. Por otra parte, era difícil disecarlo con su piel dura sin dañar las escamas. Cuando Center le cortó la lengua, Marjorie se la llevó a su casa y, cuando este se la pidió, descubrió que su madre la había tirado a la basura, por lo que tuvo que rebuscar en esta para encontrarla de nuevo.
James Leonard Brierley Smith, profesor de química de la Universidad de Rhodes pero reconocido ictiólogo, debía realizar la identificación, pero no se encontraba disponible. Tras 12 días sin respuesta, envió un telegrama pidiendo que conservara las vísceras, pero entonces el taxidermistas se había desecho de ellas porque no se encontraban en buen estado, pues entonces incluso la piel estaba marrón y aceitosa. No vería el espécimen hasta del 16 febrero de 1939, cuando finalmente confirmó que, efectivamente, se trataba de un celacanto. Ante las preguntas de la prensa, calculó que, por los anillos de las escamas, debía tener unos 33 años, pero que la especie existía desde hace más de 70 millones. La bautizó como Latimeria chalumnae, en honor a Marjorie y al río Chalumna, en cuya desembocadura había sido encontrado. Aunque era reticente a las fotografías, Marjorie insistió que antes había intentado hacérselas, pero el fotógrafo cayó el carrete en el barro, por lo que accedió a que le hicieran una.
Diferencias con el celacanto prehistórico
Con el fin de obtener un ejemplar completo, J. L. B. Smith ofreció en 1947 una recompensa de 100£ y publicó un folleto con la imagen y la descripción en inglés, portugués y francés, que distribuyó en la costa de África oriental y Madagascar. Fue encontrado al sur de la prefectura de Domoni, en la isla de Anjouan, en las islas Comores el 23 de diciembre de 1952. El 24 de septiembre de 1953 se encontró otro en Mutsamudu, en la misma isla. Hasta 1991 no se encontró un ejemplar fuera de sus aguas, en Mozambique, que era una hembra con 26 crías. En 1998, no solo se encontró uno en Indonesia, sino que era otra especie (Latimeria menadoensis). En total se han encontrado más de 300 individuos vivos. Además, también se los ha estudiado en su hábitat natural en las aguas de Comores e Indonesia.
Durante décadas, fue considerado un fósil viviente, pero este es un concepto problemático que no refleja la realidad. Para que así fuera, debería haber evitado las mutaciones durante cientos de millones de años o haber sido eliminadas. Es más, los múltiples géneros dentro del orden Coelacanthidae y sus diferencias física son testimonio de una diversidad incompatibles con la idea de una criatura que no ha sufrido variaciones en millones de años. Las especies del género Macropoma, que es el más similar a los actuales celacantos, son tres veces más pequeñas, tienen diferencias en la cola, el cráneo, la columna vertebral y la vejiga natatoria que indican que habrían vivido en distintos ambientes. Por otra parte, los celacantos tampoco han evolucionado más lentamente que otras especies.
Fuentes
- Courtemay-Latimer, M. (1989) Reminiscences of the discovery of the coelacanth, Latimeria chalumnae smith. Cryptozoology. Vol. 8. pp. 1-11.
- Nulens, R., Scott, L., & Herbin, M. (2011). An updated inventory of all known specimens of the coelacanth, Latimeria spp. South African Institute for Aquatic Biodiversity.
- Casane, D., & Laurenti, P. (2013). Why coelacanths are not ‘living fossils’ A review of molecular and morphological data. Bioessays, 35(4), 332-338.
- Cavin, L., & Guinot, G. (2014). Coelacanths as “almost living fossils”. Frontiers in Ecology and Evolution, 2, 49.