Los elementales de Paracelso, los espíritus que regían la naturaleza

Las ondinas, de Antoine Calbet.
Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, convenientemente conocido como Paracelso, determinó que los cuatro elementos estaban regidos y habitados por sus elementales. Su tratado póstumo tuvo una influencia abrumadora en los seres del folclore, la literatura y el arte del siglo XIX.

Origen

Antecedentes

Los cuatro elementos

La creación del mundo y la expulsión del paraíso, de Giovanni di Paolo

Los elementales no nacen del éter, sino que su creación requiere un largo proceso filosófico. En la antigua Grecia se debatía el origen de todas las cosas, es decir, el arché o primer principio. Empédocles de Agrigento sintetizó en Peri physeos los elementos propuestos por Tales de Mileto (Agua), Heráclito (Fuego), Anaxímenes (Aire) y Jenófanes (Agua y Tierra) en los cuatro elementos de la naturaleza, que crean todo por amor y discordia. 

A su vez, en Timeo, Platón lo combina con las ideas atomistas y estos son los cuatro elementos perceptibles, en contraste con el mundo de las ideas inmateriales y eternas. De esta manera, los elementos surgen de la jora (χώρα), el espacio que les da lugar, y se transforman unos en otros en un ciclo eterno a través de la condensación y disolución, combustión y contracción. 

Aristóteles los dispone en cosmos en cuatro esferas sublunares esféricas, donde la tierra es la inferior por su mayor peso. seguida por el agua, el aire y, por encima de todo, el fuego. Este añade el quinto elemento, es decir, el éter, que se mueve circularmente en la esfera supralunar. Para Aristóteles, los cuatro elementos surgen de la materia primordial a través de la combinación de dos cualidades, como frío/calor y /húmedo/seco. Las distintas sustancias derivaban de distintas proporciones de estas cualidades y su organización.

Seres en los cuatro elementos

La obra Epinomis también dispone el cosmos en esferas concéntricas, con criaturas procedentes de cada uno de los elementos pero con pequeñas proporciones de los otros. En la esfera de fuego se sitúan los dioses visibles o estrellas; en la esfera del éter, inferior a la anterior, se encuentran los espíritus divinos o daemones que actúan como intermediarios entre dioses y humanos; en la esfera de aire están los nacidos del aire, valga la redundancia, con la misma función que los anteriores; en la esfera de agua están las criaturas semidivinas, donde se podrían incluir las ninfas, y en la tierra estaríamos los humanos. 

El neoplatonismo tardío desarrollaría esta idea. Jámblico de Calcis y Proclo Diádoco añaden demonios a estas esferas y Miguel Pselo el Joven los clasificó en base a las crueldades que cometieron contra los hombres y consideró ángeles caídos. Además, estos elementos se incluyeron en la jerarquía neoplatónica de la cadena de los seres, una teoría obsoleta que perduró hasta el siglo XVIII y que organizaba la complejidad y perfección del universo y sus criaturas, desde Dios hasta los minerales.

Nacimiento

El Renacimiento es una época de cambios, traducciones de obras clásicas hasta entonces desconocidas, nuevas ideas, un mundo más amplio y la imprenta para distribuir a mayor escala todo el conocimiento. En este contexto, Paracelso da un nuevo paso en la teoría de los cuatro elementos con la ayuda de la alquimia. Utiliza una fuerza o sustancia, aproximada a la materia primordial de Aristóteles, a la que llama Yliaster. Los cuatro elementos son al mismo tiempo productos de esta como de los tres principios: azufre, sal y mercurio. Los elementos actúan como matrices de donde surge toda la materia pero que también les dan sus señales, rasgos que tienen en su superficie y que revelan un significado divino para aquellos que saben descifrarlos, y destino.

Elementales

El fuego fatuo, de Arnold Böcklin.

En el Liber de nymphis, sylphis, pygmaeis et salamandris, et de caeteris spiritibus, Paracelso habla de las ninfas del agua, las sílfides del aire, los pigmeos de la tierra y las salamandras del fuego. A diferencia de Johannes Trithemius y Enrique Cornelio Agripa de Nettesheim, no los considera demonios ni ángeles caídos y, para disociarlos de las criaturas con los mismos nombres, los llama ondinas (undinae), silvestres (sylvestres), gnomos (gnomes) y vulcanos (vulcani). 

A pesar de ello, bebe de los mitos y las tradiciones para atribuirles sus características. Las ondinas tienen rasgos de las ninfas, las sirenas, Melusina y Venus, que a su vez se influenciaron mutuamente siglos atrás; los gnomos tenían las cualidades ctónicas de enanos y pigmeos; los silvestres con los gigantes relacionados con el aire, y los vulcanos con los fuegos fatuos. 

Estos elementales están hechos a imagen del hombre, aunque sin tener relación con Adán. También comen, beben, se ríen, tienen órganos y mueren, pero, por su constitución, pueden atravesar paredes y carecen de alma. Es decir, por este último detalle son como los animales o los paganos. No obstante, salvo los de fuego, pueden obtener alma casándose con un humano, como la obtienen los paganos cuando se bautizan. Además, su falta de alma es su componente femenino, mientras la mente es el masculino. 

Gnomos en el dedo del pie de Baviera.

Los elementales son los responsables de la distribución y protección de sus propios elementos para que nunca permanezcan inactivos, siendo responsables de mostrar una parte de los recursos a los humanos para que duren hasta el fin de los días. Este comportamiento estaba muy presente en los duendes mineros, como los kobolds y los Tommyknockers, que podían ayudar u obstaculizar en la extracción de minerales, requiriendo que no se extraiga todo lo posible, pues al fin y al cabo era su tesoro. A su vez, su organización social similar a la humana legitimaba la naturalidad de esta.

El medio en el que vivían otorgaba cualidades al cuerpo del elemental y le son tan necesarios como el aire a los humanos. Estos seres vivían en sus esferas con su propio suelo y cielo, pues las ondinas tenían la tierra abajo y el agua arriba y para los gnomos era al contrario, del mismo modo que para humanos y silvestres, el aire está encima de la tierra. Sin embargo, los vulcanos, la tierra y el aire está separada por el fuego.

Introducción en la literatura

Salamandra, Céfiro, Dusketha y Breama, de fuego, viento, tierra y agua.

Heinrich Kornmann y Jacob Böhme, para quien estos seres son invisibles salvo cuando quieren mostrarse, permiten que sus ideas lleguen a los escritores desde el barroco al romanticismo, donde prosperan en la literatura romántica y fantástica. Irónicamente, para entonces la teoría geocéntrica estaba desechada y, en ese momento, Antoine Lavoisier publicaba Tratado elemental de química (1789), donde descartaba la teoría de los cuatro elementos.

Fuente

  • Kramer, A. (2017). Cultural History of the Four Elements. Ecological Thought in German Literature and Culture, 3-16.

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