Los cinco sentidos interiores, el medio de percepción trascendental
Todos conocemos los cinco sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto), aunque este último realmente englobe a la termocepción, nocicepción y mecanocepción y haya otros sentidos aparte. Para compensar a estos cincos sentidos, a los que llamaron externos, en la Edad Media se razonó que debían existir otros cinco sentidos internos.
Conexión con Cristo
Esta dualidad nace de una práctica exegética comenzada principalmente por Orígenes de Alejandría (184-253 d.C.) y Gregorio de Nisa (330/335-394/400 d.C.) en sus exégesis del Cantar de los cantares, que hasta el siglo XIX fue la canción de amor más antigua conocida, que trata la capacidad perceptiva del alma. La reflexión partía de la idea de que nuestra mente es demasiado limitada para comprender la existencia infinita de Dios. Para llegar a este, se requería una conversación interna entre el alma y Dios. Esta experiencia no se explicaba únicamente de forma metafórica por medio de los cinco sentidos externos, sino también los cinco sentidos internos. Esto permitía experimentar, descubrir y expresar lo divino. Entendiéndolo, la práctica del soliloquio o diálogo interno pretendía trascender la separación inherente entre nuestro cuerpo y alma.
Los sentidos internos eran análogos a los externos, experimentando el tacto, el perfume y el gusto, expresando la dulzura y amargor en un espectro culinario, donde se saboreaban las palabras. Estas palabras solían proceder de un texto, como el Cantar de los cantares, que se "rumiaban", memorizándolas y repitiéndolas para descubrir significados ocultos que se captan con estos sentidos. Este esquema y lo que expresaban los sentidos no estaba estructurado, sino que cada uno tenía su perspectiva. Alberto Magno (1193/1206-1280) y Buenaventura de Bagnoregio (1217/1218-1274) intentaron sistematizarlo. Para Alberto, el ámbito cognitivo e intelectual del conocimiento de la verdad se relacionaba con la vista, la audición y el olor; en cambio, el bien, que englobaba el amor y la voluntad, se relacionaba con el tasto y el gusto. Basándose en Pseudo Dionisio Areopagita (s. V-VI d.C.), explicaba que el alma "sufre" lo divino y que los sentidos interiores son manifestaciones de esta experiencia pasiva. Además, como no estaban contenidos en un cuerpo terrenal, no tenían límites ni se restringían a un momento o lugar. Según Buenaventura, en la oración y contemplación diaria de los versos bíblicos, el texto se convierte en una experiencia sensorial.
En siglos posteriores, predominaría la experiencia del gusto y el tacto sobre los demás, especialmente en la tradición franciscana, para expresar la sensaciones supraterrenales. A través de estos, según transmitían, se disfrutaba en vida el paraíso eterno y prometido. Después de todo, como indicó Orígenes, Adán y Eva lo experimentaban a través de estos sentidos internos, divinos o del corazón.
Fuente
- Largier, N. (2003). Inner Senses-Outer Senses. Codierung von Emotionen im Mittelalter-Emotions and Sensibilities in the Middle Ages, Berlin y New York, de Gruyter, 3-15.