¿Dónde está el jardín del Edén?

El jardín del Edén con la creación de Eva, por Jan Brueghel el Joven.

Los relatos bíblicos mencionan muchas zonas del Levante mediterráneo y otras tantas del mundo conocido, con frecuencia de forma difusa. En las religiones abrahámicas siempre intentaron localizar los lugares más míticos, como el arca de Noé, la torre de Babel o el infierno, pero el jardín del Edén era el paraíso prohibido de las delicias, donde empezó todo.

¿Qué es el jardín del Edén?

Se trataba del lugar donde permanecieron Adán y Eva, los primeros humanos, antes de su expulsión por comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal, tentados por la serpiente. Este era un jardín de armonía donde no faltaba la paz, el agua, la vegetación ni el alimento y donde triunfaba la alegría. Según el Génesis 2:8-17, fue plantado en oriente, donde emergía un río que regaba el jardín y se dividía en el río Pisón, que rodea la tierra de Havila, donde hay oro, bedelio y ónice; Gihón, que rodea la tierra de Cus; Hidekel, al este de Asiria, y el Éufrates. El Éufrates no necesita presentación, el Hidekel es su compañero el Tigris, el Gihón es el Nilo y Pisón el Ganges, aunque estas dos últimas identificaciones fueron desechadas en el Renacimiento. Ezequiel 28:12-14 añade que está en una montaña llena de piedras preciosas como la cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo, ónice, zafiro, carbunclo y esmeralda. En el Apocalipsis 21:11-22, podemos observar cómo la Nueva Jerusalén contiene riquezas similares. Con esto ya se establecen las características fundamentales para su búsqueda.

Tradición universal

El concepto de época o lugar paradisíaco no era nuevo. Los griegos tenían reinos en los extremos del mundo, gobernados por un dios, que gozaban de una vida sin preocupaciones, como Etiopía, Hiperbórea, los Campos Elíseos, Esqueria o la propia Edad Dorada. Los sumerios tenían a Dilmún, situada en la actual Baréin, donde las personas no sufrían enfermedad ni los animales se peleaban, convirtiéndose en un verdadero paraíso cuando Enki obtuvo agua fresca del jardín de Utu, el dios solar. En la Epopeya de Gilgameš, los dioses tenían una montaña cubierta de cedros, de donde nacen los ríos y donde están las plantas que otorgan vida, que Gilgameš no logra conservar. Este estaba protegido por el demonio Humbaba. En Irán, el rey Jima de la Edad Dorada tenía un jardín con árboles mágicos, incluido el de la vida, en una montaña, de donde surgían manantiales que alimentaban al mundo entero. La diferencia del Edén respecto a estos radica en el árbol del conocimiento del bien y el mal, con el que se justifica la expulsión.

Etimología

Edén proviene del hebreo עֵדֶן (éden, "delicia"), que podría provenir de la base ugarítica 'dn ("lugar bien irrigado"), el sumerio eden ("llanura") o el acadio edinu ("desierto, estepa"). La propia palabra de paraíso alude al jardín, pues proviene del persa antiguo apiri-daeza, que significa cercado. Esta se tomó en el hebreo antiguo como pardès y, en la Septuaginta se usó παράδεισος (paradeisos) para traducir esta y la palabra gan ("jardín") del hebreo clásico. Esta nos llegó nos llegó a través del latín paradisus.

Existencia

Oriente

El paraíso terrestre, de Roeland Savery.

Como en muchas materias religiosas, había una división entre oriente y occidente, pero en este caso no es tan pronunciada. En oriente, había más eruditos que lo entendían como una alegoría, como Filón (20 a.C.-45 d.C.) u Orígenes de Alejandría (184-253), aunque este último no negaba su posible existencia en el pasado o el presente. En Himnos al paraíso, Efrén de Siria (306-373) describió el jardín con términos terrenales para expresar su esencia espiritual, que era el lugar tanto del inicio como del fin. Por eso, Gregorio Niseno (330/335-394/400) estableció que será la tierra de los vivos donde irán los elegidos.

A pesar de ello, tanto en oriente como en occidente eran mayoría quienes creían que realmente existía o existió el jardín del Edén, aunque con matices. Para Teófilo de Antioquía (?-183), los topónimos, es decir, los nombres de las tierras y los ríos son indicativos de su existencia en este plano. En consecuencia, Hipólito de Roma (170-236) aseguraba que, al ver esos ríos, uno podía confiar en que eran parte de la creación. Dado que procedíamos de Adán, Ireneo de Lyon (140-202) establecía que debíamos compartir la misma tierra, pues, como dijo Epifanio de Salamina (315-403), no fue expulsado del cielo.

Filón de Alejandría asumía que debía entenderse alegóricamente, como hacía Orígenes de Alejandría, aunque este no negaba su posible existencia en el pasado o el presente. Efrén de Siria describió el jardín en Himnos al paraíso, advirtiendo que su esencia es espiritual, aunque la descripción sea terrenal. Para él era el lugar de inicio y del fin. Gregorio Niseno establece que será la tierra de los vivos donde irán los elegidos.

Occidente

Salvo Ambrosio de Milán (340-397), en occidente favorecían que era un lugar real. Lactancio (240-320) argumentaba que allí estaban plantadas todo tipo de plantas, que no necesitaban cuidados, para alimentar al hombre. La opinión más influyente fue la de Agustín de Hipona (354-430) en Interpretación literal del Génesis, donde establece un sentido corpóreo, espiritual o ambos, aceptando este última, pero tendiendo más a la alegoría. Para él, el árbol de la vida era tan real como los ríos que manan del jardín. Esta posición sería transmitida por otra figura clave para la Edad Media como sería Isidoro de Sevilla (560-636) en Etimologías, mientras Beda el Venerable (672-735) no dudaría de su existencia.

Aunque pensaba que era un reflejo de la iglesia y la futura tierra de los vivos, Rabano Mauro (776-856) creía que era un lugar terrenal con plantas fragantes y frutas, irrigado por un arroyo que se dividía en cuatro, donde no se experimentaba ni el frío ni el calor. En Elucidarium, Honorio de Autun (1080-1154) afirmaba que era un lugar con árboles que cubrían todas las necesidades, como el hambre, la sed, el cansancio, la edad, la enfermedad o la muerte. Esta opinión es repetida por Herrada de Landsberg (1165-1195) en Hortus deliciarum. Partiendo de Agustín, Pedro Lombardo (1100-1160) añadiría que, según Moisés, el hombre fue creado fuera y situado en el Edén, a lo que Tomás de Aquino (1224/5-1274) continuaría asegurando que, aunque el árbol de la vida era real, no niega su significado espiritual.

Localización

El jardín del Edén con la caída del hombre, por Jan Brueghel el Viejo y Pedro Pablo Rubens

La opinión mayoritaria es que existía o lo había hecho, pero eso no respondía a la pregunta de dónde. En el Libro de los jubileos (167-140 a.C.), al repartir Noé el mundo entre sus tres hijos, Sem se quedó el norte, limitado por los ríos Tina (Don) y el Gihón (Nilo), con el jardín del Edén en el este, el monte Sión en el centro y el Sinaí en el sur, quedándose gran parte de Asia. Flavio Josefo (37-100) aseguró que los principales ríos del mundo, incluyendo el Nilo, el Gánges, el Éufrates y el Tigris, fluían desde este paraíso terrenal.

Teodoro de Mopsuestia (350-428) añadió un detalle importante al asegurar que el lugar más valorado por Dios, que estaba lleno de árboles, se situaba en aquella región que el Sol iluminaba primero. Con un extenso océano Índico, el continente de Asia o lo que pudiera existir más allá, tampoco ayudaba mucho. Juan Damasceno (675-749) recuperó otro detalle al indicar que este luminoso y bello jardín, lleno de aire puro y flores fragantes, se situaba en lo más alto de la Tierra, con un clima templado, pues este era el lugar digno del rey de la creación, imagen de Dios. Creía que sus aguas desembocaban en el mar, donde se estancaban y se volvían salobres al evaporarlas el Sol, pero que la porción dulce era transportada en las nubes de lluvia. En Comentario sobre el paraíso, Moses Bar Kepha (813-903) asegura que su descripción es una alegoría, pero considera que se plantó en el lugar más alto, cruzando el océano al este, con aguas que ascendían a él y caían, desapareciendo bajo el mar, para reaparecer como los cuatro grandes ríos. Por entonces, se aseguraba que la montaña llegaba hasta la esfera de la Luna, pero Moisés lo descartó porque no habría manera de que sus aguas llegaran a la Tierra. No obstante, fuera más o menos alta, siempre se situaba por encima de las demás, pues debía permitir salvarse del diluvio universal. Estas tres opiniones resumen la base de las ubicaciones, sea cercano a la India, en el ecuador, cerca de la esfera lunar y/o en el extremo oriente, sea en Asia o cruzando el océano.

Filostorgio (368-s.V) está convencido al emplazarlo en el ecuador, identificando al Pisón con el río Beas (Hyphase), que confunde con el Indo o el Ganges, en cuyas orillas hay claveles que los nativos creen que vienen del paraíso. Comparte que aquellos con fiebres altas sanan al bañarse en sus aguas. Por las flores, razona que no puede tener una porción subterránea como el Nilo, el Tigris y el Éufrates, interpretando que el Nilo cruzaba el océano Índico de manera circular, llegando al mar Rojo y emergiendo por las montañas de la Luna, donde se birfurca, sin alejarse sus dos ramas.

Isidoro distingue entre el paraíso terrenal y las tierras que podrían parecerse a este, donde se situaban las almas a la espera de la resurrección. Aparte de la descripción habitual, añade que está rodeado por un muro de llamas con forma de espada que alcanzan el cielo, con un querubín que prohíbe la entrada a espíritu y carne. Esta barrera sería otra constante que explicaría su inaccesibilidad. En Relato de Eliseo, basado parcialmente en las supuestas cartas del Preste Juan, es una barrera de oscuridad en un paraíso terrenal sobre cuatro montañas en la India la que impide el acceso. En lugar de flores, de sus ríos fluyen gemas preciosas y manzanas aromáticas, que eliminan eternamente el hambre, la sed y otorga poderes curativos a quienes las huelen.

En Summa Theologica, Tomás Aquino deduce que, por los ríos que reemergen del suelo, es imposible encontrarlo. Asume que está rodeado por montañas, mares o regiones tórridas que no pueden cruzarse. En oposición a Tertuliano (160-220), duda que esté en el ecuador, pues quienes lo defienden dicen que allí el Sol nunca está demasiado lejos ni cerca, aludiendo a que, según Aristóteles, el calor hace inhabitable a la región.

Popularización

Adán y Eva expulsados del paraíso terrenal, por Jean-Achille Benouville.

En los siglos XII y XIII, no solo los eruditos creían en la existencia del paraíso, sino que Enoc y Elías vivían en él. En Nicodemus, el anciano y enfermo Adán manda a su hijo Seth a por un aceite curativo del paraíso, pero el ángel le prohíbe la entrada, dándole en su lugar el aceite de la misericordia, que le da una muerte plácida. Esta historia sería mencionada por Juan de Mandeville en sus Viajes, asegurando que hay un yermo entre el reino del preste Juan y el paraíso terrenal, donde nadie ve el día ni la noche. Según los rumores, dice que la montaña llega hasta la esfera de la Luna. Este es el relato que se hizo más popular entre la gente y traducido a múltiples idiomas.

En Alexandri Magni iter ad paradisum, de un autor judío, Alejandro Magno y sus mejores acompañantes buscan el paraíso al llegar al Ganges, encontrándose un muro muy alto junto al río donde no encuentran entrada. A los tres días de navegar río arriba, ven una ventanita en el muro, donde aparece un anciano y los visitantes piden rendir tributo a Alejandro, rey de reyes. El anciano dice que es la ciudad de los benditos y que es peligroso para los viajeros quedarse más tiempo porque la corriente podría llevárselos. Le da una piedra misteriosa que Alejandro lleva a Babilonia. Allí, un sabio demuestra que es más pesada que el oro en una balanza, pero, cuando se le espolvorea, se vuelve más ligera que una pluma, siendo un símbolo de lo que le ocurre a la ambición, la gloria y el poder cuando llega la muerte. Alejandro entiende la lección y pasa su vida pacíficamente en Babilonia.

El Polychronicon de Ranulf Higden (1280-1363/4) alegó demostrar su existencia a través de las narraciones históricas que la comparan con la región de Sodoma antes de que fuera destruida, los testigos fiables que la vieron, los ríos cuyos nacimientos no se han encontrados a pesar de los esfuerzos desde los faraones de Egipto y la tradición ininterrumpida del Edén desde hacía 6000 años, desde el inicio del mundo. No cree que esté a la altura de la Luna porque la eclipsaría y tampoco que esté separado por un océano. 

Aunque ni Marco Polo (1254-1324) ni Odorico de Pordenone (1286-1331) lo mencionaron en sus viajes, Giovanni Marignolli (1290-1358) compartió que los habitantes de Sri Lanka le contaron que el pico de Adán (2243 m) estaba a tan solo 40 millas del paraíso terrenal, pudiendo oírse algunos días el ruido del agua caer desde el Edén.

El cardenal Pierre d'Ailly (1351-1420) en Ymago mundi añade que está en una montaña tan alta que linda con la esfera de la Luna, señalando que es una altura muy alta, no que literalmente llegue hasta esta, sobrepasando la turbulenta atmósfera, llegando a un aire sereno por encima de los vapores y emanaciones que, según Alejandro de Afrodisias, van y vienen en dirección a la esfera lunar. Dice que, según Basilio de Cesarea y Ambrosio de Milán, las aguas al caer en un lago haciendo tanto ruido que dejan sordos a los habitantes vecinos desde niños.

Cristobal Colón era conocedor de estas historias y, en su tercer viaje (1498), escribe que creía que el paraíso estaba pasando el ecuador, en tierras más frías, pero razona que sus aguas fluyen al golfo de Paria, en la desembocadura del Orinoco. Bartolomé de Las Casas no está de acuerdo con él en situar el paraíso en las Américas, aunque justifica su creencia de que el paraíso terrenal no ha desaparecido y por lo demás continua con las ideas medievales.

En el siglo XVIII, Pedro de Rates Hanequin, que había vivido 26 años en Brasil,  afirmaba que el paraíso terrenal existía, con el árbol del bien y el mal, siendo el Amazonas y el San Francisco dos de sus ríos. Este, judío y holandés, fue quemado por hereje.

Mapas

Mapa mundi de Cosmas Indicopleustes, con el norte arriba y el jardín del Edén a la derecha.

Inicialmente, se hicieron mapas en los monasterios siguiendo las enseñanzas de Agustín, Isidoro y Ambrosio de Milán, pero no siempre sería así. Cosmas Indicopleustes (s. VI) en Topographia christiana rechaza la geografía de Ptolomeo y las esferas celestes. En su lugar, la imagen del mundo se correspondía con el tabernáculo que Dios le enseñó a Moisés en el Sinaí, con forma oblonga o rectangular, con pendientes del sureste al noroeste para que las regiones al oeste y norte asciendan como un muro. También está orientado hacia el norte, es decir, el modelo árabe. De esta manera, el Sol ilumina el este y sur durante el día, trayendo la noche cuando pasa al oeste y el norte detrás de las montañas. Así se explica que el Tigris y el Éufrates sean rápidos, pues descienden al sur, a diferencia del Nilo, que escala al norte. La tierra habitable estaría rodeada de océanos, a través de los cuales estaría el paraíso donde Dios situó a Adán. Con el diluvio, Noé  habría cruzado el océano en 150 días. Desde entonces, no se ha podido volver cruzar el océano ni ascender como mortales. 


A pesar de ello, incluso en mapas más clásicos, como los que acompañan los comentarios sobre Eterio de Osma, hay particularidades, como el paraíso en la orilla proximal del océano. En Liber Floridus de Lambert de Saint-Omer, se divide el mundo en habitado e inhabitable, con el paraíso terrenal en una isla junto a la India. En otros casos, como en el Liber guidonis, no se muestra explícitamente, pero al este están sus ríos.

Mapa de Ebstorf. Es redondo, pero en los bordes están las manos, los pies y la cabeza de Cristo.

En el mapa Sawley, el paraíso y sus ríos se oponen como una isla a la desembocadura del Ganges, en lo más alto del mapa en un canon de Mainz dedicado al emperador Enrique V de Alemania. Contemporáneos a este son los mapas de la abadía de Ebstorf y la catedral de Hereford, donde el mundo tiene la forma del cuerpo de Cristo, es decir, como una hostia, con el paraíso junto a la cabeza, rodeado de muros.

En el siglo XV aún siguen publicándose mapas con el Edén, como el mapa de Andrea Bianco (1436), el Rudimentum novitiorum (1475). No es así con todos, como el Atlas Catalán (1375) o el mapa de Fra Mauro (1459). El redescubrimiento de los mapas de Ptolomeo y su traducción al latín cambia los mapas, no rigiéndose por nociones ni jerarquías bíblicas. La imprenta aceleró el cambio. Incluso cuando se mantenían islas fantásticas en medio del océano Atlántico, como la isla de San Brandán, no tenía alusiones paradisíacas.

Búsqueda

El jardín del Edén, de Izaak van Oosten.

Aunque desapareciera de los mapas, como demuestran Cristobal Colón y Bartolomé de las Casas, la creencia persiste. Siendo una tierra más allá del océano, con grandes ríos, plantas de hoja perenne, dulces aromas, frutas exóticas, loros de gran longevidad que podían hablar (su ausencia de pecado les permitió conservar el don) y minerales preciosos, les era difícil pensar que no se estaban acercando al paraíso. Américo Vespucio, Pedro Mártir de Anglería o Walter Raleigh lo comparaban con paraísos míticos. Según Antonio de Leon Pinelo, consejero del rey de España, la fruta de la pasión era el fruto que probó Eva, aunque otros consideraron superior a la piña. 

Antonio Pigafetta, quien acompañó a Magallanes y a Elcano en su circunnavegación, o Jean de Léry compartieron la creencia común de que los americanos tenían una vida centenaria como Adán e incluso, irónicamente, más resistentes a la enfermedad. Por ello se les consideraba inocentes, puros, pacíficos y obedientes. Pigafetta se lamentaba que los europeos no los hubieran conocido antes, pues ya estaban demasiado corrompidos e iban a transmitir esta corrupción.

Como opinaría posterior y casualmente Simäo de Vasconcelos en Cronica da Companhia de Jesus (1663), Antonio de León Pinelo declaró que el paraíso estaba en el corazón de Sudamérica y que sus ríos eran Rio de la Plata, el Amazonas, el Orinoco y el Magdalena. A pesar de ello, existía oposición porque no se creían habitables las tierras por debajo del ecuador. En general, la discusión se debatía entre la posición de Tertuliano y la de Aristóteles sobre la vida en el ecuador. Cuando la primera fue ganando aceptación, ya no solo se buscó por el Edén, sino por reinos míticos como El Dorado u Ofir. A pesar de ello, siempre se enfrentaban con la mención explícita del Éufrates y el este en el Génesis

También había opiniones atípicas. Luis de Urreta (1570-1636) situaba el paraíso en el ecuador africano, en consonancia con el reino del Preste Juan, que oscilaba entre África y Asia. Guillaume Postel (1510-1581) creía que los godos habían conservado la lengua original y los escitas el aspecto, situando el Edén en el polo norte.

Posición más realista

El Nuevo Mundo o África no eran los únicos emplazamientos posibles. Atendiendo a los textos bíblicos, Asia era una opción más razonable, pero sin alejarse hasta su extremo. De esta manera se podía ser coherente con los ríos mencionados. Por eso en los siglos XVI, XVII e incluso el siglo XVIII, se centraron en el Cáucaso, con especial interés Armenia; Mesopotamia, sobre todo por protestantes; Tierra Santa, convirtiendo a Cristo en un equivalente a Adán, o la península arábiga. En los dos primeros, el nacimiento o los acercamientos del Tigris y el Éufrates aproximaban su posición. En la tercera, se asumía que el diluvio alteró las cuencas de los ríos y sus nombres.

En todo este desarrollo, otro problema era su extensión. Efrén de Siria creía que era tan grande como el resto de la Tierra. Agustín explicó que si un río salía de él y se dividía en otros cuatro, no podía ser pequeño. En el Renacimiento, las opiniones predominantes era que era pequeño o tan grande como un reino. Con todo, se topaban con una cuestión que ya había presentado el Polychronicon: debía ser tan grande como la India o Egipto si debía estar preparado para contener a toda la humanidad de no haber pecado.

Desaparición

El cambio de forma de pensar ocurrió en el siglo XVIII con el descubrimiento y reinterpretación de los fósiles, que pusieron en duda la veracidad del Génesis. Dada la importancia de la religión, incluso para los propios implicados, este cambio fue lento y cauteloso, avanzando en base en certezas y poniendo en duda aquello que las carecía. Las primeras ideas evolucionistas también chocaban con la idea de la creación y la posición del hombre por encima de todas las especies. Por ello, con el avance de la ciencia, se exploró en las áreas que la humanidad desconocía y que la religión pretendía explicar. El peso de las pruebas frente a la confianza en las antiguas escrituras y argumentos eclesiásticos extinguió unas creencias que, ni por medio de la religión, habían llevado a buen puerto durante siglos.

Fuente

  • Delumeau, J. (2000). History of paradise: the Garden of Eden in myth and tradition. University of Illinois Press.

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1 Comments
  • Ramón Martín
    Ramón Martín 14 de mayo de 2024, 6:58

    Excelente artículo. Gracias por compartir.

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