Los cometas, los heraldos del cataclismo

Cometa amarillo del Augsburger Wunderzeichenbuch.

Los cometas son cuerpos celestes que siempre han causado fascinación pero, mientras hoy se entienden como rocas, hielo y polvo que orbitan elípticamente en torno al Sol, en el pasado eran un misterio que, como los eclipses, alteraba el orden entre las estrellas.

Observación antigua

Detalle de manuscrito astrológico de la tercera tumba de Mawangdui, del siglo II a.C.

El conocimiento sobre los cometas es tan antiguo como la propia observación de las estrellas. Los huesos oraculares chinos del primer milenio antes de nuestra era son uno de los testimonios más antiguos. Los babilonios los agrupaban como planetas o estrellas errantes pero con viajes muy largos, pudiendo haber influenciado sus interpretaciones astrológicas en su reputación en occidente. A través de Epígenes de Bizancio, sabemos que en Mesopotamia los interpretaban como una especie de torbellino. Según sabemos por Séneca, Éforo de Cime pensaba que se formaron por la conjunción de planetas, ya que en el 372 a.C., uno se dividió en dos. Si fue un caso real, quizás pudo haber observado la pérdida parcial de su cola.

En Meteorologica, Aristóteles consideró a los cometas como meteoros sublunares compuestos por exhalaciones ventosas, secas y calientes. Los clasificaba en dos grupos. En base a su formación, podían ser la condensación de exhalaciones volátiles de la Tierra que, al ascender a la zona alta de la atmósfera, se encendía con el movimiento de las esferas celestes. Por otra parte, los planetas y estrellas también podían recoger exhalaciones atmosféricas como colas de cometas que no estaban ligados al cuerpo celeste que lo formó, aunque se movían lenta y erráticamente, de forma similar a su progenitor. Según su forma, podían ser estrellas barbudas (πωγωνίας, pōgōnías) o de pelo largo (ᾰ̓στήρ κομήτης, astḗr komḗtēs), según si su exhalación se extendía en una o varias direcciones, respectivamente. 

A diferencia de otros filósofos, Séneca se oponía a la visión de Aristóteles, pues razonaba que los cometas no eran fugaces, sino obras eternas de la naturaleza que simplemente dejan de verse cuanto se alejan. Aunque los consideraba cuerpos celestes móviles, los diferenciaba de los planetas, reconociendo la diversidad del cosmos, que no tenía que ajustarse al zodiaco. Reconocía la ignorancia y las limitaciones contemporáneas del conocimiento, pero reconocía acertadamente que fuera probable que los cometas volvieran cíclicamente con periodos tan largos que sus avistamientos previos se perdieran en la memoria.

Heraldos de catástrofe

Para Aristóteles, el exceso de exhalaciones calientes y secas acababan con los vapores húmedos, produciendo sequías y viento. Estos últimos lanzaban rocas al aire que, al caer en el mar, provocaban marejadas y, al quedarse atrapados en la tierra, el aire generaba terremotos. Su alumno Teofrasto, como haría Séneca, no los consideraba una causa, sino una señal. Plinio el Viejo razonaba que las desgracias destinadas a ocurrir sucedían inevitablemente y que los cometas pasaban en fechas fijadas en base a las leyes naturales, mostrándose porque estas catástrofes iban a producirse. Es decir, ambos podían ser producto de una consecuencia común, quizás divina.

Denario con el templo del cometa.

Marco Manilio en Astronomica extendió la amenaza de los cometas, heraldos divinos de plaga, hambre y conflictos políticos y sociales, popularizando una visión compartida por Diodoro Sículo y Virgilio. No obstante, a veces presagiaban cosas buenas, como el aparecido tras la apoteosis de Julio César, indicando su ascenso divino o, en la Eneida de Virgilio, el que indicó a Eneas que debía abandonar Troya, pues sería destruida. Queremón de Alejandría, preceptor de Nerón, durante cuyo reinado se vieron dos cometas, fue de los pocos que mantenía una opinión optimista de los cometas. Sin embargo, esta interpretación era considerada como bravucona. Se solía poner de ejemplo la previsión fallida de Vespasiano (9-79 d.C.) quien, por su calvicie, dijo que el cometa peludo del 79 d.C. anunciaba la muerte de Pacoro II de Partia (61/62-110 d.C.) porque tenía pelo.

Como señalaba Plinio el Viejo, venían acompañados de ejércitos fantasmales y lluvias de objetos inusuales, a los que Lucano y Virgilio añadían estrellas diurnas, eclipses, volcanes, avalanchas, inundaciones y terremotos. Se sucedían prodigios que entraban dentro de lo que consideraríamos paranormal, como estatuas que lloran y ofrendas que se caían solas. Los animales enloquecían, nacían monstruos, los espectros se paseaban por la noche, de los pozos brotaba sangre y sucedían todo tipo de portentos.

Adaptación cristiana

Armas, cabezas y estrellas como cometas.

En la Edad Media y el Renacimiento, la postura funesta continuó entre los eruditos, simplemente adaptándose al prisma cristiano con guerras religiosas, muerte de eclesiásticos y la destrucción de pecadores. Los prodigios, en vez de muestras de disconformidad de un panteón, eran advertencias de un único dios. Los textos bíblicos se reinterpretaron para ver estrellas móviles relacionados con malos augurios, como la espada ardiente del querubín que guardaba las puertas del Edén.

En el siglo XII, con la llegada de traducciones de textos griegos y árabes, surgió la duda de, si Dios era omnipotente, para qué iba a limitarse a un simple cometa para advertir de un desastre. Alberto Magno argumentaba que no había diferencia en el ascenso de exhalaciones en las tierras de los pobres que de los ricos como para asegurar que un cometa significaba la muerte de un regente. En lugar de eso, reflexionaba que debían morirse los dos de igual manera, pero solo uno llamaba la atención. Entonces infirieron que debía haber factores externos, como los planetas Mercurio y Marte, que provocaban desorden y conflicto, respectivamente. Con los textos de Albumasar se reveló la influencia del resto de planetas conocidos.

En el siglo XIV, se produjo otro punto de inflexión, donde los cometas volvían a ser responsables de afectar a la Tierra con sus vapores. Defendida durante siglos, esta posición encontró un desacuerdo creciente, aunque se mantuvo vigente incluso en el siglo XX, como en el paso del Halley en 1910, donde se vendieron píldoras, sombrillas y máscaras de gas para protegerse del cometa.

Como ocurrió con el cometa de Julio César, que recibió culto gracias a Augusto, la estrella de Belén fue reinterpretada como uno por Orígenes de Alejandría y, no explícitamente, por Juan de Damasco. Es decir, era una señal del nacimiento de un héroe, rey o santo. A pesar de ello, no era una opinión unánime, pues Tomás de Aquino distinguía que los cometas no aparecían durante el día ni variaban su trayectoria, siendo monstruos apocalípticos que presagiarían el Día del Juicio. Por eso, Martín Lutero advertía que los cometas, junto a otros fenómenos extraños, anunciaban la cercanía del fin de los tiempos. 

La profecía de la sibila tiburtina, desenterrada en las montañas suizas en 1520, calmaba los ánimos anunciando un cataclismo que no dejaría más que oscuridad, destrucción y ruina. Los astrónomos centraron su mirada en el cielo, observando la estrella polar y los cometas, que la sibila predijo como señales. Las constantes guerras, los conflictos religiosos entre católicos y protestantes y las habituales malas cosechas, que también alimentaban las sospechas de brujería, concurrían con los pasos de los cometas. A razón de esto, por entonces solían repartirse panfletos animando a la población a reformarse o culpando a opositores políticos y religiosos.

Vaticinios

Cometa Veru, rojo, con forma de espada.

A diferencia de las nuevas estrellas, los cometas no tenían una procedencia clara o una presencia estable en relación a otras estrellas para deducir su significado. Por eso, siguiendo la teoría aristotélica, se determinó que su color indicaba el cuerpo celeste responsable de extraer sus exhalaciones de la Tierra:

  • Saturno: pálido, sombrío, plomizo.
  • Júpiter: espléndido, brillante, claro.
  • Marte: ardiente, rojo.
  • Sol: dorado.
  • Luna: plateado.
  • Venus: amarillo.
  • Mercurio: cambiante.

También se pronosticaba en base a su conjunción con los planetas y estrellas y su paso por constelaciones, especialmente las del zodiaco. Como las personas, los países también tenían signos del zodiaco que les representaban. El paso por varios signos podía interpretarse como un conflicto bélico entre sus representados. Las constelaciones y por qué parte de estas pasaban permitían una previsión, como el brazo de Virgo para una mala cosecha o inmoralidad si pasaba por los genitales de una figura antropomórfica. El país hacia el que apuntaba su cola o sobre el que sobrevolaba su núcleo se veía influido por su malevolencia; su movimiento hacia el Sol señalaba a personas importantes; la falta de movimiento a traiciones o enemigos internos; las invasiones extranjeras eran desveladas por el movimiento de oeste a este; los movimientos rápidos eran la transformación de un imperio y los movimientos retrógrados, reinados de gobernantes retrógrados que acababan en rebeliones. Las formas y tamaños eran mucho más variados que los descritos por Aristóteles, describiéndose como flautas, armas, antorchas, caras monstruosas o escobas, cuyos significado podía reconocer un porcentaje mayor de la población. Además, aunque las calamidades podían experimentarse únicamente durante su paso, en ocasiones podían extenderse cuando habían desaparecido.

En definitiva, permitía una miríada de interpretaciones a disposición del astrólogo, incluyendo positivas, si lo deseaba. Por supuesto, ninguna tenía que acertar totalmente pero, como ocurría con Nostradamus, si eran lo suficiente vagas, esos detalles podían pasarse por alto e incluso reutilizarse con futuros cometas.

De astrología a astronomía

Cometa de Apiano de 1532.

La astrología y la astronomía fueron una, pues se creía que los movimientos de los astros tenían influencia sobre la Tierra y se podía predecir sus consecuencias. Los estudios astronómicos de Paolo Toscanelli, Georg Peurbach, Regiomontano, Girolamo Cardano y Johannes Kepler observaron los cometas como cuerpos celestes que estaban más allá de la Luna, midiendo su distancia y rechazando la teoría aristotélica. Pedro Apiano sería el primero en representar, en 1532, las colas de los cometas siempre alejadas del Sol, estableciéndolo como norma en 1540, dos años después que Girolamo Fracastoro. Esto hizo insostenible la idea aristotélica de que las colas de los cometas ardían como una llama sobre el aire, pues esto no explicaría su relación con el Sol. 

A pesar de ello, eso no evitó que se siguieran considerando sus cualidades predictivas. Se aducía que los cometas eran la acumulación de las impurezas celestes, limpiando el cielo pero arrojando gases nocivos sobre la Tierra. Aunque se reconociera sus ciclos periódicos, tampoco tenían la forma de negar que posiblemente Dios los mande para someter a los pecadores. Del mismo modo, aunque el heliocentrismo alejaría la idea de que los astros influenciaban unidireccionalmente a la Tierra y se observaran los satélites jovianos, así como las montañas de la Luna, despojándolos de la perfección supraterrenal, la astrología permanecería adaptándose a las nuevas realidades. Con todo, perdería su prestigio científico.

Pierre Bayle argumentaba que no había conexión física posible ni convincente entre los cometas y los sucesos que supuestamente acarreaban, especialmente si ocurrían uno o dos años después. El cometa se situaba a suficiente distancia como para que sus partículas no pudieran llegar a nuestro planeta. Las catástrofes sociales y políticas se entendían mejor por el libre albedrío y hechos fortuitos. Por otra parte, si los cometas tuvieran tales poderes destructores, no tendría explicación que perdonaran a algunos países en su trayecto. Es más, mientras el arco iris es una señal divina de Yahvé en la Biblia, no se decía que los cometas sirvieran como un mensaje divino. Simultáneamente, no afectaban más a los pecadores que a los justos, por lo que serían herramientas ineficaces de un dios omnipotente y omnisciente.

Mecanismos deístas con influencia cristiana

Trayectoria del cometa de Newton.

Al estudiar los cometas de noviembre y mediados de diciembre de 1680, Isaac Newton calculó con el apoyo de Edmund Halley que los cometas orbitaban en torno al Sol en elipses gracias a la gravedad, que evitaba su movimiento rectilíneo. De esta manera, ambos cometas habrían sido exactamente el mismo. Pero, a pesar de su importancia en la ciencia, no debemos obviar la importancia que tenía la divinidad para Newton, expresando que los cometas eran herramientas divinas para mantener el equilibrio cósmico. Por su parte, Halley calculó que los cometas de 1531 de Apiano, 1607 de Kepler y Longomontanus y 1682 eran el mismo, prediciendo su retorno en 1758. Como Newton, Halley seguía viendo los cometas como heraldos del mal, pero sus cálculos ayudaron a que su predicción fuera obra de científicos y no autoridades religiosas ni panfleteros. De igual manera, Halley era un diluvianista, es decir, creía que la Tierra estaba llena de restos fósiles que probaban el diluvio universal. También contemplaba la posibilidad de que, algún día, la colisión con un cometa trajera el fin del mundo. De hecho, compartía con William Whiston la creencia de que la cola de un cometa causó el diluvio. Este último incluso determinó que ocurrió el jueves 27 de noviembre del 2348 a.C., a las 11 de la mañana.

Estas ideas que pueden parecernos hoy absurdas para personajes de este calado eran la norma en los filósofos de la época, incluso cuando eran acusados de ateos por dar una explicación natural a actos divinos. De igual modo, estos pensamientos dieron lugar a nuevos conceptos, como los cometas como reserva del fuego solar, que permiten que nuestra estrella reponga su combustible. A su vez, inspiró debates sobre la persistencia del Sol, así como el rechazo de aquellos, como William Herschel, que creían que era un cuerpo oscuro y habitable con una atmósfera superior luminosa.

Cometa Biela, fragmentado, en 1846.

En anticipación al cometa Biela de 1832, François Arago intentó responder las preguntas que aún se hacía la población, como si era posible que un cometa chocara contra la Tierra u otro planeta, si causó el diluvio, si ciertos cambios climáticos regionales se debían a la influencia de su cola, si la Luna fue un cometa o si el cinturón de asteroides fue un planeta destruido por un cometa. El temor y la destrucción de los cometas seguía ahí, pero desde otra perspectiva. Por supuesto, las respuestas a estas preguntas son distintas a las que se hubieran proporcionado dos siglos atrás.

Desde entonces, el dominio de la superstición se ha reducido, especialmente con el acceso universal a la educación. Los medios sensacionalistas siempre pueden infundir el miedo para beneficiarse de los incautos, pero están más limitados. Solo aquellos proclives a creerse las profecías del fin del mundo pueden caer repetidamente en tales mentiras. La información de los cometas es fácilmente accesible y, cuando pasa uno, suele ser un viejo conocido. No tiene sentido temer algo que nunca produce ningún mal. Los meteoritos, agujeros negros, supernovas o brotes de rayos gamma suponen una mayor amenaza, por improbable que sean. A pesar de ello, siempre hay que estar atentos, pues la ignorancia y la falta de pensamiento crítico podrían producir un retroceso intelectual. En ese caso, no es tan preocupante el miedo como quienes puedan aprovecharse de él.

Fuentes

  • Seargent, D. A., & Seargent, D. A. (2017). Comets Throughout History. Visually Observing Comets, 3-7.
  • Schechner, S. (1997). Comets, popular culture, and the birth of modern cosmology. Princeton University Press.
 


Siguiente entrada Entrada anterior
No Comment
Añadir comentario
comment url

Libre para donar o aceptar cookies