El impacto cultural de los esclavos subsaharianos en la Europa renacentista


El Renacimiento fue una revolución cultural en Europa que amplió las fronteras culturales y de su ecúmene, su mundo conocido, gracias a las expediciones en torno a África y el descubrimiento de América. Como se demostró en la aparición de un Baltasar negro, la presencia de personas con este color de piel se hizo más notoria en la Europa cristiana, provocando una respuesta similar en el continente, donde se los miraba con desconfianza y extrañeza.

Aumento de esclavos negros subsaharianos


En Europa, las personas negras y su discriminación estuvieron presentes antes de el Renacimiento, como ocurría con la discriminación a otras minorías, como los judíos. Hasta entonces, los esclavos eran principalmente blancos y europeos, aunque esta no era una realidad universal. Por ejemplo, en el Reino de Granada, preferían a esclavos negros subsaharianos a los árabes del norte de África, con quienes compartían lengua y religión. 

La proporción de esclavos blancos iría disminuyendo tras la llegada de los primeros grupos de esclavos negros de África occidental, que fueron llevados a Portugal en la década de 1440. Su número iría incrementándose en los siguientes 100-150 años en España y Portugal, especialmente en Lisboa y en el sur de la península, donde algunas capitales rondaron en torno al 10 % de la población esclava negra. A mediados del siglo XVI, España tenía unos 100 000. En 1565, el 7,4 % de la población de Sevilla eran esclavos negros importados, por lo que provocaba el temor de que se convirtiera en "un tablero de las damas", si llegaba a igualar a la población blanca. A pesar de ello, los esclavos negros importados disminuirían en lo quedaba de siglo.

Hay que recordar que en la península no todos los llamados "negros" eran esclavos subsaharianos, aunque fuera el caso para muchos. El término incluía a cualquier persona libre o esclava de ascendencia subsahariana, incluyendo a moriscos, musulmanes norafricanos, castellanos, hindúes, tamiles o afroamericanos, o personas que simplemente tenían la piel oscura, como los guanches de Tenerife. La amplitud semántica de "negro" iba de la mano con su identificación como grupo uniforme, creándose un estereotipo a partir de los tópicos de todos ellos y afectando de la misma manera a libres y esclavos.

Contraste cultural

Los esclavos negros y, por extensión, todo el que se confundiera como tal, tenían una serie de desventajas más allá de su falta de libertad. Para empezar, el contraste cultural ocurría en ambos sentidos. Los europeos conocían vagamente su existencia a través de breves descripciones en bestiarios, que hablaban de poco más que su color de piel, y de las descripciones de sus pueblos a través de exploradores, que sirvieron para justificar los estereotipos en base a observaciones de dudosa fiabilidad. Los africanos subsaharianos se encontraban con una tierra desconocida, con unas normas sociales y religión desconocidas. Además de desconocer las lenguas vernáculas, en los círculos educados la barrera idiomática era doble por el uso del latín.

Incluso sin tener en cuenta la diferencia del idioma, el analfabetismo era común en esclavos liberados o en los nacidos libres. En consecuencia, si eran acusados de ser esclavos fugados, no siempre podían demostrar su inocencia. Como los esclavos se marcaban a fuego y había marcas adicionales por sus crímenes, como la fuga, aquellos liberados podían volver fácilmente a la esclavitud. Su asociación con el crimen tampoco ayudaba, pues se les creía proclives al robo y a la violencia.

Incivilizados

La importancia del concepto de civilización y el orden natural jugaron en su contra. Las descripciones de los exploradores indicaban que los pueblos africanos eran incivilizados al no conocer al Dios cristiano, por ir (semi)desnudos y no dedicar su vida al trabajo como los europeos, como si vivieran en una especie de jardín del Edén. Aunque muchas de las afirmaciones de los textos eran falsas, seguía habiendo un contraste con los europeos, que se vanagloriaban de conocer y actuar en base a las normas de cortesía que los elevaban por encima de los bárbaros. 

En Portugal, su despreocupación destacaba con la actitud lóbrega y melancólica de los nativos. Su risa era motivo de crítica. Erasmus en De civilitate morum puerilium condenaba su risa descontrolada y bobalicona, propia de estúpidos, locos o maleducados. Como hablaban y actuaban de forma cómica, se comparaban a los niños, que son incapaces de hacer las cosas correctamente.

Su falta de civilización dio origen a varios estereotipos. Su procedencia "edénica" justificaba su gandulería, mientras la ausencia de civilización, la falta de control sobre sus impulsos. Por esto, además de vagos, se indicaban que eran lascivos, violentos, ebrios y criminales, especialmente como ladrones o caníbales. Al fin y al cabo, tanto los delincuentes como los esclavos eran marcados al fuego.

Realmente, podían verse como animales con forma humana, libidinosos incontenibles que no distinguían entre familiares y practicaban el incesto. En este sentido, su deseo se asociaba con la poligamia musulmana. También podían asociarse con los musulmanes a través de la circuncisión.

Imagen falsa


Las imágenes los muestran vistiendo suntuosamente y llenos de joyas, especialmente de oro y pendientes de perlas, pero estas son una réplica de los esclavos de las cortes, que servían como escaparates para demostrar la posición de sus amos. En contraste, los esclavos blancos, aunque bien vestidos, no llevaban estos adornos de oro. Esta diferencia partía de descripciones como la de Diogo Gomes del rey Bormeli de Mali entre 1456-1457. Al ignorarse sus diferencias, aunque los tonos de piel evidenciaran que ni tenían el mismo origen, se trataba el todo por la parte, extendiendo características individuales al resto del grupo.

Estos adornos los asociaban con los judíos, pues las mujeres judías llevaban un pendiente de oro a partir de los 10 años para diferenciarse. Aunque esta era una relación negativa, en la primera mitad del siglo XVI, esta práctica se puso de moda entre los cristianos. Por otra parte, los aros, brazaletes, pulseras y cadenas de oro, cobre o marfil se convirtieron en otro complemento identificativo de los esclavos.

Labores limitadas


La mayoría de los esclavos ocupaba posiciones no cualificadas como sirvientes y tampoco podía aspirar a más. En algunos casos, continuaban con el oficio que habían dominado en su tierra de origen, mientras otros tenían la oportunidad de aprender a tallar el marfil, las joyas o a fabricar cestas. Entre los hombres se valoraba su fuerza física, participando así en las artes marciales, como la esgrima y la lucha; en actividades acuáticas, como profesores de nado o buceadores; en combate, como soldados o guardaespaldas y, especialmente los wólof, como jinetes, pudiendo participar en justas.

Se valoraba su proficiencia en la música y el baile, pues se creía que tenían un sentido innato del ritmo. A pesar de ello, ninguna cualidad positiva se quedaba sin emparejar con negativa, viéndoseles incapaces de controlar su tendencia de hacer música, cantar y bailar. Tenían demanda en celebraciones públicas y privadas. Solían tocar el tambor, los platillos, las panderetas, flautas y el masenqo, un tipo de laúd de cuerda frotada. Los trompetistas se extendieron desde las cortes de Italia y España. Aunque sus bailes no cumplían los estándares europeos, implicando agitación y semidesnudez, eran apreciados, adoptándose bailes como el guineo, el ye-ye o el zarambeque en España. A su vez, estos, junto con el canario guineo, el gurumbé, canchamele y el angoleño paracumbé, fueron palabras asociados a la vulgaridad lasciva.

En definitiva, su presencia en actividades intelectuales era escasa. Un ejemplo ocurre con el duque de Orleans, que pagó a un africano negro en Lombardía para jugar con él al ajedrez. 

En el caso de embajadores y monarcas africanos, la situación era diferente. Por su posición, ropas, oratoria y cumplimiento de las normas de cortesía, eran más respetados, recibiendo vestimentas propias de los europeos para asimilarse a los blancos. No obstante, fuera cual fuera su posición, se aplicaba la máxima de que ninguno podía llegar a ser blanco, que era el ideal, por lo que también podían recibir insultos de sus equivalentes.

Deformidad e imperfección


Según el orden natural, la belleza del cuerpo era un reflejo de la belleza del alma, por lo que una mujer casta y callada manifestaba un atractivo que generaba amor. En cambio, el pelo rizado, los labios gruesos y nariz chata eran deformaciones que no respetaban las proporciones ideales. En lugar de amor, si llegaban a producir atracción, únicamente generaban lujuria. En inglés, el adjetivo fair es un buen ejemplo de esto, pues significa "justo, claro, rubio o hermoso", en contraste con foul, "repugnante, sucio, malo, nauseabundo". La piel negra se comparaba a la de los pecadores quemados en la hoguera o con el diablo. Esta se creía una marca de la maldición de Cam (Génesis 9:22-27), aunque esta explicación ni siquiera resultaba convincente para todos por entonces. El ideal blanco era una meta inalcanzable y quien naciera negro no podía cambiarlo, aunque actuara como un blanco.

En la literatura de la época se muestran los estereotipos mencionados y ni Quevedo ni Shakespeare evitan caer en ellos. De esta manera, las relaciones de hombres negros con mujeres blancas solían ser mecanismos para mejorar su posición, que provocaba la desgracia de la mujer y en las que el hombre, aunque consiguiera su objetivo, se convertía en un déspota aislado de los demás. Otros partían de los tópicos de estupidez, pereza, violencia o lujuria. A pesar de ello, hay excepciones, como Zaide en El lazarillo de Tormes, amante de la madre del protagonista y el único que muestra caridad.

Aunque la discriminación siempre estuvo presente, las relaciones carnales interraciales existían. Sobra decir que los amos aprovechaban de su posición para abusar de sus esclavos y que las mujeres negras se consideraban más accesibles que las blancas. En un caso, se documenta a un matrimonio donde ambos miembros copulaban de mutuo acuerdo con sus propios amantes negros, pues sentían que era liberador. Los hijos mulatos seguían considerándose negros pero generaban preguntas de por qué nacían así. La lógica imperante es que los distintos tonos de piel se correspondían a las distintas latitudes en las que vivían los humanos, siendo más oscuros al sur. Si nacían en el norte de Europa, se esperaba que nacieran blancos. Se razonaba que, en el momento de la concepción, las mujeres pensaban en algo malo, como un hombre negro, y así nacían hijos corrompidos.

Fuente

  • Earle, T. F., Earle, T. F., Lowe, K. J. P., & Earle, T. F. E. (Eds.). (2005). Black Africans in Renaissance Europe. Cambridge University Press.

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