¿Cómo conocen el aspecto de dinosaurios y otros seres prehistóricos?
Cuando se descubre el fósil de un ser vivo, no siempre se conservan los tejidos blandos ni se forma una huella en la roca, sino que suelen quedar tejidos duros, como los huesos, dientes, conchas y cuernos, y, la mayoría de las veces, solo unos pocos. Por eso, surge la duda sobre si las reconstrucciones de seres prehistóricos se parecen en algo a la realidad. Al fin y al cabo, estructuras como labios, crestas, trompas u orejas no dejan rastro...¿o quizás sí?
Un poco de historia
Antecedentes
Los fósiles se han conocido desde tiempos antiguos, clasificándose si se parecían a alguna especie viva. No obstante, tardaría en surgir la paleontología como una disciplina científica. Para empezar, debían reconocer que esas piedras habían sido seres vivos y, además, aceptar que habían sido petrificados. No tenían medios para discernir cómo había ocurrido ni cuando y el concepto de extinción aún se discutía a comienzos del siglo XIX. Por ello, al encontrar un fósil, se razonaba en base a los limitados conocimientos de la época, con un fuerte componente religioso. De esta manera, una salamandra gigante podía ser interpretada como un hombre antediluviano o un fragmento de fémur de Megalosaurus como un enorme testículo masculino.
Esto comenzaría a cambiar en la llamada Era de la Razón, antesala de la Ilustración, cuando empezaron a percatarse y a detallar que los fósiles eran idénticos a partes de plantas y animales contemporáneos. Aunque la comparación era útil, en otros ejemplares no proporcionaba una respuesta, pues no encontraban semejanzas. En el siglo XVIII, se descubrieron mastodontes y mamuts pero con una detalle notable: George Cuvier, quien diferenció entre elefantes asiáticos y africanos, determinó que no eran de ninguna de estas especies vivas, por lo que se encontraban extintos. Nace así la teoría del catastrofismo sin recurrir al diluvio universal. Aunque William Whewell propusiera el uniformismo como una oposición a este, acabaría complementándolo. El uniformismo decía que, sin importar el momento y el lugar, siempre rigen los mismos principios, usándose con frecuencia las leyes de la física como ejemplo. En la anatomía comparada, la morfología y las funciones estaban limitadas por estos principios. En consecuencia, se repetirían estructuras como las aletas o las alas, aunque cada una tenga sus especializaciones.
Tomando forma
La paleontología comenzaría a tomar forma, descubriéndose reptiles voladores y acuáticos. En 1924, William Buckland encontraría la mandíbula del Megalosaurus. Al año siguiente, el médico Gideon Mantell encontraría el diente del Iguanodon y, en 1932, al Hylaeosaurus. Richard Owen los llamaría dinosaurios, "reptiles terribles". Aunque Mantell defendía que eran seres astutos y similares a las aves, Owen los consideraba unos reptiles degenerados, estúpidos y lentos que se extinguieron por su propia ineptitud. Suya es la famosa representación del Iguanodon que el artista Benjamin Waterhouse Hawkins creó a escala real para presentarla en 1854 en el Palacio de Cristal de Londres. Entonces, se asumía como una iguana gigante con un cuerno sobre el hocico. Esta imagen y la de los dinosaurios torpes perduró gracias a su influencia, pues aún se trataba de un área sin grupos académicos, investigadores profesionales ni un número abundante de fósiles que pudiera confrontar esta opinión.
A pesar del avance lento, hubo cambios. En 1878, el paleontólogo Louis Dollo encontró 20 esqueletos completos de Iguanodon en una mina belga en Benissart. Esto permitió descartar su antigua imagen y adoptar una más acorde con la real. Ya tenían la estructura general, con el cuerno del hocico a modo de garra, como le corresponde, pero seguían necesitando saber cómo se movía. La locomoción siempre fue un problema, pues fueron criaturas que tuvieron vida fuera de los museos. El gran tamaño de los dinosaurios hizo sugerir si se arrastrarían por el suelo, pero no había manera de articular los huesos para hacerlo viable. En el caso del Iguanodon, se percibió que tenía una pelvis similar a un ave, por lo que se consideró adecuado usar el esqueleto de un emú como modelo para su reconstrucción. A pesar de ello, se notó que estos no tenían una larga cola ósea, por lo que se prefirió tomar como modelo al canguro. Por ello, tanto con el Iguanodon como el Tyrannosaurus Rex y otros dinosaurios bípedos se representaban con el tronco perpendicular al suelo y apoyándose en la cola.
Renacimiento
En 1969, John Ostrom describió al
Deinonychus
como un depredador ligero y de sangre caliente. Al años siguiente, su alumno
Robert Baker demostró que los dinosaurios no eran reptiles lentos y torpes,
sino ágiles, con un alto metabolismo y una vida activa demostrada por sus
fuertes huesos y músculos. Le siguieron años donde se comprobó que muchos
géneros tenían miembros de sangre caliente, que las aves eran descendientes de
los terópodos y que muchos dinosaurios tenían plumas. También se observó que
los tendones de la cola del Iguanodon y otros dinosaurios mantenían
recto a este apéndice, pudiendo mantener el equilibrio y caminar con el cuerpo
paralelo al suelo. Además, en el Iguanodon se comprobó que era
cuadrúpedo, pudiendo levantarse ocasionalmente sobre dos patas, locomoción
compartida con otros hadrosaurios. Este grupo se conoce popularmente como "picos de pato" porque sus mandíbulas en los fósiles tenía esta forma. En consecuencia, siempre se les atribuía una vida semiacuática, alimentándose de las plantas en lagos, ríos y pantanos. Las pruebas fósiles desvelaron que este "pico de pato" estaba recubierto por una ranfoteca, que solía eliminarse admitiéndose como parte de la roca circundante al esqueleto.
Reconstrucción
Taxonomía
Como se ha podido comprobar, durante los siglos de estudio ha habido muchos
errores
e
hipótesis absurdas. Aunque la anatomía comparada ha fallado en varias ocasiones, siempre se ha
podido afinar gracias al descubrimiento de nuevos fósiles. Habitualmente no se
suelen encontrar especímenes completos. En esos casos, se puede identificar su
taxón a partir de las características distintivas de los fragmentos
conservados y completar el rompecabezas con piezas de especies próximas, pero
este puzzle puede terminarse con los nuevos descubrimientos. El
Spinosaurus es un ejemplo, pues no recuperó su largo hocico, similar al
de un cocodrilo, hasta la década de 1990 aunque, actualmente, lleva unos años
en los que no se ponen de acuerdo ni en cómo se movía ni por donde. La
taxonomía es importante porque si, por ejemplo, especies próximas y/o un
ancestro tienen plumas, es posible que otras especies del mismo grupo
compartan esta peculiaridad.
La apariencia tampoco lo es todo. Con los nuevos fósiles y el análisis detallado de estos, hay especies que desaparecen integrándose en otras, como el Nanotyrannus, que resultó ser un Tyrannosaurus rex juvenil, o el Dracorex y el Stygimoloch, considerados hoy distintas etapas del Pachycephalosaurus. Estas integraciones no siempre encuentran consenso, como el Tryceratops y el Torosaurus o el Dysalotosaurus y el Dryosaurus, que siguieron siendo especies independientes. Por el mismo proceso, aunque no cambien notoriamente su aspecto, otros son reclasificados hasta hacer desaparecer especies o revivirlas.
Biomecánica y tecnología
La tecnología ha sido una aliada que ha marcado el desarrollo de la paleontología. La invención de la tomografía computarizada en 1972 permitió estudiar los fósiles sin dañarlos, pudiendo observar el interior de los huesos y las cavidades. El desarrollo de los ordenadores permitió estudiar mejor la biomecánica, es decir, la física de las distintas partes del cuerpo. Estas dos herramientas podían integrarse para crear detallados modelos tridimensionales, no solo del aparato locomotor, sino del sistema circulatorio y respiratorio o la mordida. La comparación con animales modernos se mantenía, pero con criaturas con mejor equivalencia, como las aves y los cocodrilos.
Aludiendo a la pregunta inicial, la reconstrucción no se limita a completar y armar un esqueleto para cubrirlo de piel. El conjunto tiene que ser coherente. El animal debe sostenerse y moverse de forma eficiente. Antiguamente, aquellos dinosaurios de gran tonelaje con extremidades gruesas, como los saurópodos o los ceratópsidos, se concebían con pies de elefante, cuando ahora se sabe que se apoyaban en dedos flexibles. Muchos terópodos, especialmente los dromaeosáuridos, se representaban con las manos pronadas y las muñecas rotas, es decir, con las palmas hacia abajo y las muñecas dobladas, cuando las palmas estaban enfrentadas y siguiendo la trayectoria del ala, oculta entre las plumas. Hay muchos detalles que han cambiado porque se sabe cómo se distribuía el peso y como se movían unas partes respecto a otras.
En el caso de los huesos, como decía, no basta con encajarlos. Como ocurre en los humanos, los músculos están insertados en los huesos por medio de los tendones. Un músculo fuerte o grande necesita una zona resistente y/o amplia donde insertarse, por lo que el hueso necesita reforzarlas. Aunque el tejido blando desaparezca, estos detalles permanecen. Se puede ver qué músculos se usaban más, cuáles eran más fuertes y se puede comparar con aves y cocodrilos para identificarlos. Esto permite saber si el dinosaurio era poderoso, si saltaba, corría, cómo lo hacía y de qué acciones era capaz, si podía respirar al correr, etc. Otras estructuras también pueden dejar huella en los huesos, como las plumas o las escamas.
Sabiendo esto, se pueden presentar más preguntas: ¿qué corazón y pulmones
necesitaban para la mantener su actividad? ¿Cómo sería su sistema digestivo en
base a su dieta y la cantidad de alimento que necesitaba? ¿Qué sonido hacían? El contenido en sus
estómagos, la forma de sus dientes, sus mordidas en otros fósiles, los
coprolitos y los
urolitos
ayudan a hacerse una idea. Tampoco se deben despreciar las huellas, que nos
proporcionan información sobre su velocidad, su peso, su estilo de vida, el
terreno que transitaba, su compañía y cómo se movía. Con esto se puede
determinar cómo eran sus vísceras (p.ej. la longitud y estructura del sistema
digestivo no es igual en herbívoros que carnívoros) y la presencia de otros
tejidos blandos, como la grasa. Los plesiosaurios, aquellas criaturas acuáticas en las que se basa el monstruo del lago Ness, hoy se representa con cuerpos, colas y cuellos gruesos por la grasa aislante, como la que hoy tienen focas y morsas. Esto los hace más coherente con su entorno. Al fin y al cabo, ¿verías lógico imaginar a una criatura esquelética sobrevivir con tranquilidad en paraje helado sin plumas
o depósitos grasos? El ámbar ha permitido conservar tejidos frágiles, como las telarañas o algunos insectos. Los huevos, si se fosilizaron intactos, no ayudan a identificar a la criatura en su interior, pues se convierten en un bloque sólido de roca, pero si se relacionan con alguna especie puede deducirse si tenían instinto maternal o detalles sobre la expulsión del huevo e incubación. Con una curiosidad e ingenio detectivesco, se intentan recrear órganos, como el cerebro o la faringe, a través de los restos conservados.
Teniendo una idea sobre cómo eran las vísceras, sus músculos y otras estructuras, poco a poco la criatura deja de ser una creación famélica con la piel pegada a los huesos. Ahora bien, ¿y los labios, crestas, trompas u orejas? Son detalles que suelen estudiarse individualmente, aunque, cuando no se encuentra en ninguno, se asume que probablemente no haya una excepción. La presencia de labios debe cumplir una función, como mantener los dientes húmedos, lo que es una posibilidad si no es una criatura acuática y necesita conservar unos dientes grandes y fuertes. Las trompas o probóscides requieren una musculatura y la estructura craneal a la que se insertan es conocida a partir de elefantes, tapires y muchos otros animales. De nuevo, crestas y orejas se encuentran en especies actuales y pueden reconocerse a partir del análisis preciso de estas. Muchos pterosaurios y hadrosaurios se representan actualmente con llamativas crestas, pero es improbable que ningún dinosaurio tenga pabellones auriculares por su total ausencia en cocodrilos y aves.
Finalmente, sobre el color, siempre ha sido especulativo, pero a través de
pieles conservadas, momias, muestras en ámbar y el estudio de orgánulos
llamados melanosomas se sabe qué diseños y
colores tenían los dinosaurios y cómo diferían las escamas y osteordemos de las distintas partes del cuerpo. Por ello se sabe que el Archaeopteryx era totalmente negro, mientras
algunos dinosaurios tenían un patrón rayado. El entorno también ayuda a
imaginar su coloración. De hecho, se sabe que los reptiles acuáticos ya tenían
un dorso oscuro y un vientre claro, como las orcas y los tiburones. Este
entorno se conoce al estudiar también la capas de roca en la que se encuentran
los fósiles, para datarlas, determinar su ecosistema, su clima y con qué
especies convivían.
Todo lo dicho es aplicable a multitud de criaturas tanto del Mesozoico (251-66
MdA) como de cualquier otra época. Simplemente, los dinosaurios han sido
siempre el centro de atención en la paleontología y no es para menos, pues se
han descubierto un gran número de fósiles, se conoce su historia evolutiva
durante más de 160 millones de años y se ha observado como han experimentado
todo tipo de cambios. En definitiva, los científicos pueden investigar y
debatir durante años sobre el aspecto de un ser vivo (remito de nuevo al
Spinosaurus), pudiendo admitir temporalmente que
no tienen las respuesta, pero no visualizarán a una criatura con aspecto extraterrestre si no tienen
pruebas de ello. Con todo, siempre hay espacio para la interpretación y en el
paleoarte las reconstrucciones no siempre son iguales, aunque las posibles
variaciones están confinadas a rellenar aquello que se desconoce.
Fuentes
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