Los jeroglíficos egipcios, la lengua divina para unir a los genios del mundo

Instancia:

Mensa Isiaca.

La campaña napoleónica en Egipto desencadenó el desarrollo de la egiptología moderna, pero la tierra de los faraones no era una desconocida hasta entonces. Una memoria sesgada de su cultura y los restos arquitectónicos despertaron en el siglo XV un interés inusitado. El objetivo fue entender los secretos ocultos de los jeroglíficos que desbloquearía un poder restringido a la élite.

Antecedentes

Durante la historia, una posición común entre culturas que conocieron las ruinas del antiguo Egipto era la percepción de un pueblo milenario, rico, exótico y de grandes conocimientos. Esas cualidades propulsaban al antiguo Egipto a la posición de cuna de la humanidad, tierra de secretos y de magia. Aunque los jeroglíficos y el culto sobrevivieron hasta el gobierno del emperador Teodosio I (379-395), su conocimiento estaba muy restringido a sacerdotes, escribas y élites, por lo que se convertirían en otro enigma con el paso de los siglos. El conocimiento de Egipto se restringió a textos bíblicos; a autores clásicos como Herodoto, Plinio el Viejo, Apuleyo, Amiano Marcelino, Diodoro Sículo, Plutarco o Estrabón; Padres de la Iglesia, como Lactancio y Agustín de Hipona, y las propias ruinas en Europa y Egipto, cuyos detalles eran contados por viajeros.

Misión humanista

En el siglo XV, humanistas italianos, como Niccolò Niccoli (1364-1437), Poggio Bracciolini (1380-1459), Ciriaco de Ancona (1391-1455), Flavio Biondo (1392-1463) y Leon Battista Alberti (1392-1472), cercanos a la corte papal, intentaron leer las inscripciones de los restos trasladados en época romana para encontrar conocimientos perdidos y disfrutar de nuevo de su gloria. Recorrieron todas las bibliotecas disponibles buscando manuscritos de autores antiguos. Su labor copió, recopiló, tradujo, circuló e intentó corregir textos antiguos de autores clásicos que mencionaban o hablaban de los egipcios.

Dibujo de la posición anterior del obelisco vaticano.

Todo comenzó con Hieroglyphica de Horapolo el Joven, (s. V), hijo de Asclepíades, atribuido durante siglos a Horapolo "Niliaco". Este describía y traducía 189 jeroglíficos pero, aunque algunos eran reales, no era así para otros. Además, interpretaba que eran símbolos alegóricos, sin explicar el proceso por el que formaban frases o pensamientos complejos. El viajero florentino Christoforo Buondelmonti lo adquirió en la isla de Andros en 1419, presentándoselo a Niccoli en 1422 mientras este estudiaba la descripción de los jeroglíficos y los obeliscos de Amiano Marcelino. Niccoli le envió una copia del texto de Marcelino a Poggio, que se lo presentó al papa Martín V (1417-1431), para quien trabajaba. Entre 1422 y 1424, Niccoli se unió a Poggio en Roma para descubrir las "letras sagradas" y los obeliscos egipcios en las ruinas. Estas inquietudes produjeron De Varietate Fortunae (1447) de Poggio y Roma Instaurata (1444-1448) de Biondo, donde se discutían estas inscripciones y los obeliscos, usando a Amiano, Plinio y Tácito como fuentes.

Para estos italianos, la pérdida de la comprensión de estos jeroglíficos replicaba la situación del lenguaje etrusco. Alberti razonaba que los egipcios sabían que, con cada nación teniendo su idioma propio, ambos desaparecerían al unísono, por lo que crearon una escritura que pudiera ser comprendido por los expertos de todo el mundo. Es decir, consideraba que era una lengua franca exclusiva de las élites. En Hieroglyphica (1602), Piero Valeriano (1477-1558) lo tomó como un lenguaje atemporal con base en la lengua divina de la creación, expandiendo la labor de Horapolo y el número de significados de los jeroglíficos. Esta sería una obra de referencia en los próximos siglos a la que se le añadiría un apéndice con 90 significados adicionales de Celio Augusto Curio (1538-1567).

Suelo de la catedral de Siena con Hermes Trimegisto.

Entre 1460 y 1462, el monje toscano Leonardo da Pistoia presentó a su mecenas Cosme de Médici (1389-1464) un manuscrito con 14 diálogos griegos atribuidos a Hermes Trismegisto. Cosme encargó a Marsilio Ficino (1433-1499) que lo tradujera, dándole prioridad sobre las traducciones latinas de las obras de Platón en las que estaba trabajando. Se las presentó en abril de 1463 y se imprimieron en 1471. Ficino describió a Hermes Trismegisto como un contemporáneo pagano de Moisés y el primer filósofo en abandonar los asuntos terrenales para contemplar los asuntos divinos. Hermes Trismegisto no era un desconocido. Asclepius ya era una obra muy conocida con sus diálogos hermenéuticos proféticos. Sus doctrinas proféticas eran reconocidas por Lactancio y Agustín de Hipona, pues se interpretaba que anunciaban la llegada del "hijo de Dios" y la decadencia del paganismo, entre otras claves de la doctrina cristiana. Como estas ideas procedían de católicos o próximos a la corte papal, el calvinista Isaac Casaubon (1559-1614) recelaría de estas interpretaciones y de los logros de los egipcios, acusándoles de plagiar a griegos y hebreos.

Falsificadores e hipótesis extravagantes

Para Ficino, que continuaría trabajando en obras neoplatónicas, los antiguos egipcios eran fundadores de las artes y las ciencias, así como poseedores de la prisca theologia. Esto significa que tenían la raíz de todos los cultos, que fue entregada por Dios a los humanos. Esto produjo un gran interés en la cultura egipcia, incluyendo en falsificadores como Annio de Viterbo. Giovanni Nanni, como se llamaba realmente, proporcionó una genealogía egiptizante a los Borgia que los legitimizaba en Italia, produjo múltiples antigüedades falsificadas y defendió la tesis de que toda Europa descendía de los etruscos de Viterbo tras el diluvio de Noé. Según esta propuesta, Noé se asentó en Viterbo y se identificaría con el dios fundador etrusco Jano, mientras su hijo Cam sería el rey egipcio Osiris, o Apis, que vendría a Italia seis siglos después de la inundación para combatir con unos gigantes caníbales que habían diezmado la población. Osiris combatiría con la ayuda de su hijo Hércules el Egipcio y reinstauraría la civilización en Viterbo. Osiris volvería y su destino sería el contado en De Isis y Osiris. Hércules seguiría una trayectoria similar a la presentada en sus labores, fundando la dinastía de reyes de España y volviendo a Italia. Esta sería una evemerización, es decir, interpretaría que los mitos tenían una base real.

Obelisco que atraviesa a un elefante.

En Hypnerotomachia Poliphili, Francesco Colonna (1433-1527) incluye "jeroglíficos egipcios" que son textos latinos o contemporáneos. El único jeroglífico real, aunque no en su totalidad, los mostraba en un obelisco que atravesaba un elefante en una tumba. Giuliano da Sangallo proporcionó una ilustración más fiel de su base. El elefante y el obelisco de la Piazza della Minerva en Roma se basan en esta tumba.

Escepticismo y fidelidad

Estatua de león recostado.

Ni todos eran farsantes ni fueron fútiles los esfuerzos de aquellos que aportaron razonamientos que hoy sabemos falsos. Gran parte del valor de su trabajo se encuentra en el registro de los jeroglíficos en los monumentos. El primero fue Ciriaco de Ancona, quien encontró "jeroglíficos fenicios" en lo alto de la pirámide, enviándoselos a Niccoli, que murió pocos meses después. Michele Fabrizio Ferrarini (1450-1492) copió adecuadamente los jeroglíficos de la base de unos leones de granito de Nectanebo I (378-361 a.C.) en Roma. Simone del Pollaiuolo "Il Cronaca" (1457-1508) y Baldassare Peruzzi (1481-1536) dibujaron con precisión varios de los obeliscos que entonces se conservaban en Roma. Con ello, reconocen que los jeroglíficos en las secciones superiores son idénticos, pues eran dedicatorias a Ramsés II. Las ilustraciones de Pietro Crinito (1474-1507), crítico de Annio, mostraba que conocía qué jeroglíficos usaban y fue considerado por Valeriano como uno de los estudiantes pioneros más importantes de las letras egipcias.

Moda

Obelisco en la plaza del pueblo de Roma.

Los papas Alejandro VI (1492-1503), León X (1513-1521) y Clemente VII (1523-1534) compartían en entusiasmo por Egipto. Con estos dos últimos papas Médici, especialmente con León X, se restauraron y reinstalaron los leones egipcios del Panteón; se añadieron un par de esfinges al Palacio Senatorio en la Colina Capitolina; se reparó y erigió uno de los obeliscos del Mausoleo de Augusto en la Piazza del Popolo y el palacio vaticano y las propiedades papales y Médici se llenaron de imágenes egipcias. El banquero Agostino Chigi erigió pirámides en su capilla funeraria de la basílica de Santa Maria del Popolo; la familia Cesi acumuló una colección de antigüedades egipcias y adornó las tumbas familiares con esfinges y Gonzaga de Mantua encargó a Guilio Romano decorar con jeroglíficos el Palacio del Te. Esta moda no se mantuvo únicamente en la península itálica, sino que se extendió a Francia.

Culminación

Fuente de los Cuatro Ríos.

En el siglo XVII, se había acumulado gran cantidad de material académico y de reliquias egipcias. El coleccionista Pietro Bellori (1613-1696) obtuvo gramáticas coptas y vocabularios copto-árabes de Pietro della Valle (1586-1652), pero se quedó sin traductor cuando murió Tomas Obicini da Novara en 1632. A través de Nicholas-Claude Fabri de Peiresc (1580-1637), se puso en contacto con Athanasius Kircher (1602-1680), que prosiguió con su labor. Aunque Kircher aseguró que el griego descendía del copto, acertó al señalarlo con pruebas como descendiente de la lengua de los faraones. Por eso creyó que, desde esa posición, podía descifrar los jeroglíficos.

Por eso el papa Inocencio X (1644-1655) consideró encargarle la obra Obeliscus Pamphilius para conmemorar la restauración e instalación del obelisco de la Fuente de los Cuatro Ríos. En apenas 560 páginas, declaró que se fabricó durante el reinado del faraón Sotis en 1366 a.C., 1029 años después del diluvio y 2684 desde la creación, pero que el emperador Caracalla (188-217) lo trasladó a Roma, aunque realmente fue tallado para el emperador Domiciano (81-96). Al hablar del origen de la escritura, formula una historia de Egipto que implica a Cam, a quien identifica con Osiris, que erró al combinar las enseñanzas de Adán con las de Caín, transmitiéndoselas a su hijo Misraim el Egipcio. Adicionalmente, indica que hay dos Hermes: el primero construyó las pirámides para conservar estas doctrinas, mientras Hermes Trismegisto escribió Hermetica para purificarlas, inventando los jeroglíficos y obeliscos para conservar incorrupta esta sabiduría divina. Aunque las generaciones posteriores cayeron en la idolatría, Orfeo, Pitágoras y Platón, entre otros, pudieron acceder a un pedazo de la revelación adámica que se conservó en las religiones no hebreas.

A continuación se embarca en Egyptian Oedipus (1654), un proyecto con pocas aspiraciones donde intenta desvelar Egipto al completo en más de 2000 páginas, tratando casi todo monumento y artefacto conocido con traducciones, sin acertar en una ni por casualidad. Argumentó que las masas ignorantes usaban los jeroglíficos fonética y figurativamente para representar aquello directamente visible en el símbolo. De esta manera, servirían de base para el alfabeto copto y griego, presentando identificaciones de los jeroglíficos. Estos tendrían niveles superiores natural-filosóficos, tropológicos y anagógicos, respectivamente. El poder semántico era tal que suponía la unión universal de las artes y las ciencias.

Fuente

  • Curran, B. A. (2016). The Renaissance Afterlife of Ancient Egypt (1400-1650). In The Wisdom of Egypt (pp. 101-131). Routledge.

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