La casa encantada de Atenas y los fantasmas de Plinio el joven

Atenodoro Cananita se enfrenta al fantasma
La presente es una epístola de Plinio el joven (61 -112 d.C.) a Lucio Licinio Sura (Cartas 7, 27).
El presente descanso del trabajo que estamos disfrutando te permite el placer a dar, y a mi a recibir, instrucción. Por tanto estoy extremadamente deseoso de saber si crees en la existencia de fantasmas, y que tienen una forma real, y son un tipo de divinidades o solo las impresiones visionarias de una imaginación aterrorizada.

 Lo que me inclina particularmente a creer en su existencia es la historia que he oído de Curcio Rufo. Cuando él estaba en malas circunstancias y era desconocido en el mundo, acompañó al gobernador de África1 en esa provincia. Una noche, mientras caminaba en el pórtico público, se le apareció ante él la figura de una mujer, de tamaño inusual y de belleza sobrehumana. Y mientras él permanecía allí, aterrorizado y sorprendido, ella le contó que era el poder tutelar que presidía sobre África, y había ido a informarle de los futuros sucesos de su vida: que debía volver a Roma, a disfrutar allí de sus altos honores y volver a la provincia investido con la dignidad proconsular, y allí debería morir. Realmente sucedió cada circunstancia de la predicción. Se ha llegado incluso a decir que en su llegada a Cartago, mientras desembarcaba, el mismo personaje se encontró con él en la costa. Es cierto, al menos, que habiendo sido presa de la enfermedad, aunque no hubo síntomas en su caso que le llevaran a la desesperación, perdió instantáneamente toda esperanza de recuperación; juzgando, aparentemente, la veracidad de la parte futura de la predicción por aquella ya cumplida, y de la desgracia inminente de su antigua prosperidad.

Ahora, la próxima historia que voy a contarte tal y como la he oído, ¿no es más terrible que la anterior, aunque igual de maravillosa? Había en Atenas una casa amplia y espaciosa que tenía mala fama, por lo que nadie podía vivir allí. En la oscuridad de la noche, se solía oír un ruido, recordando el golpeteo de un hierro, que, si escuchabas más atentamente, sonaba como el traqueteo de cadenas, distante al principio, pero aproximándose gradualmente: inmediatamente después aparecía un espectro en forma de un anciano, de apariencia extremadamente demacrada y escuálida, con una larga barba y un cabello despeinado, agitando las cadenas de sus pies y manos. Los angustiados ocupantes pasaban mientras tanto las noches en vela bajo los terrores más espantosos imaginables. Esto, como perturbaba su sueño, arruinó su salud, y acarreando desequilibrios2, su terror creció sobre ellos, sobreviniendo la muerte. Incluso durante el día, aunque el espíritu se desvanecía, la impresión permanecía con tal fuerza sobre sus imaginaciones que aún se conjuraba ante sus ojos, y los mantenía en alarma perpetua. Por ello, la casa quedó vacía duraderamente, al considerarse inhabitable; por lo que ahora estaba completamente abandonada al fantasma. Sin embargo, con esperanzas de encontrar algún inquilino ignorante de esta circunstancia tan alarmante, se colocó un cartel, señalando que se alquilaba o vendía.

Sucedió que Atenodoro3, el filósofo, llegó en esta época a Atenas y, leyendo el cartel, indagó sobre el precio.  El precio extraordinariamente bajo levantó sus sospechas; no obstante, cuando oyó toda la historia, más que desanimarse se vio aún más inclinado a alquilarla y, en resumen, así lo hizo. Cuando se acercaba la noche, ordenó que se le preparase un diván en la parte frontal de la casa y, tras pedir una luz, junto con su estilete y tablillas, indicó a toda su gente que se retirara. Pero para que su mente no pudiera, por falta de actividad, ser susceptible a los vanos terrores de ruidos imaginarios y espíritus, se dedicó a escribir con la mayor atención. La primera parte de la noche pasó en completo silencio, como siempre; se oyó rechinar el hierro y el traqueteo de cadenas con detalle: sin embargo, ni levantó sus ojos ni dejó su estilete, pero, para mantener la calma, se convenció que los sonidos eran de otra cosa. El sonido aumentaba y avanzaba más cerca, hasta que parecía en la puerta, y al final en la cámara. Levantó la mirada, vio y reconoció el fantasma exactamente como se lo habían descrito: se levantaba frente a él, señalando con su dedo, como una persona que llama a otra. Atenodoro en respuesta hizo una señal con su mano para que esperara un poco, y volvió su mirada a sus escritos; el fantasma entonces agitó sus cadenas sobre la cabeza del filósofo, que levantó la mirada por ello y, viendo la seña como antes, se levantó inmediatamente y, luz en mano, lo siguió. El fantasma avanzó lentamente, como si sobrecargado con sus cadenas y, volviéndose hacia la zona de la casa, desapareció súbitamente. Atenodoro, habiendo quedado solo, hizo una marca con algo de hierba y hojas en el punto donde le dejó el espíritu. Al día siguiente dio la información a los magistrados, y les aconsejó que punto debían cavar. Se actuó en consecuencia y se encontró allí un esqueleto de un hombre con cadenas; ya que el cuerpo, habiendo permanecido un tiempo considerable en la tierra, estaba putrefacto y separado de sus grilletes. Los huesos, siendo recogidos juntos, se enterraron públicamente, y así tras aplacarse al fantasma con las ceremonias adecuadas, la casa ya no estaba encantada.

Creo esta historia basándome en el crédito de otros; lo que voy a mencionar, te lo doy por mi cuenta. Tengo un liberto llamado Marco, que no es para nada analfabeto. Una noche, mientras estaba acostado con su hermano menor, le pareció ver a alguien sobre su cama, quien tomó unas tijeras y cortó los pelos de la parte superior de su propia cabeza y, por la mañana, parecía que su pelo había sido realmente cortado, y los pelos se encontraban esparcidos por el suelo. Poco tiempo después, un suceso de naturaleza similar contribuyó a dar crédito a la historia anterior. Un muchacho joven de mi familia estaba durmiendo en su apartamento con el resto de sus compañeros, cuando entraron dos personas vestidas de blanco, como dice, por la ventana, le cortaron su pelo mientras yacía y luego volvieron de la misma manera que entraron. A la mañana siguiente se descubrió que sobre este chico habían actuado igual que con el otro, y allí estaba el pelo de nuevo, desperdigado por la habitación. Nada importante sucedió tras estos suceso, excepto quizás que escapé de un juicio, en el que, si Domiciano (durante cuyo reino sucedió) hubiera vivido un poco más, es seguro que debería haber estado implicado. Ya que tras la muerte de ese emperador, se encontraron artículos de acusación contra mi en su escritorio, que habían sido exhibidos por Caro. Puede por tanto conjeturarse, dado que es costumbre dejar crecer el pelo a las personas bajo cualquier acusación pública, este corte del pelo de mis siervos era una señal de que debo escapar el peligro inminente que me amenazaba.

Déjame desearte entonces que hagas de esta pregunta tu madura consideración. El tema merece tu examen; ya que, confío, no soy totalmente indigno de la participación en la abundancia de tu conocimiento superior. Y como debes, como siempre, equilibrar entre dos opiniones, espero que te inclines más por un lado que por el otro, para que, mientras te consulto para resolver mi duda, me despidas en el mismo suspense e indecisión que te ocasionó la presente solicitud. Adiós.

Comentarios

De esta manera, Cayo Plinio Cecilio Segundo presenta tres historias de fantasmas con un esquema que sigue usándose en la actualidad y con la misma finalidad de entretener. Pero además de ello, la carta sirve como una discusión donde Plinio tan solo presenta pruebas a favor de sus ideas, sin cuestionarse siquiera por qué sucede. Para otorgarle credibilidad, usa personajes como un magistrado público, un erudito y un liberto, a quien recalca como "no analfabeto".
Escriba romano con tablilla y estilete
Personalmente, aunque ya existía una traducción al español del texto de Bartleby, no me he guiado por él porque tiene imprecisiones, como usar "lápiz" en vez de un estilete para escribir sobre las tablillas de cera. El lápiz tardaría bastantes siglos en inventarse. La pluma tampoco habría valido si usa unas tablillas. Además, he usado también otra traducción inglesa en algunos fragmentos. El diván, que en otras fuentes se traduce como sillón, probablemente se corresponda con el triclinio. No descarto que yo haya metido la pata en otro aspecto, pero para eso están los comentarios al final de la entrada.

Relato de Curcio Rufo

Tácito menciona la misma historia en Anales (11, 21):
Del origen de Curcio Rufo, hijo, según han dicho algunos, de un gladiator, no querría referir mentira, puesto que me avergüenzo de decir verdad. En llegando a edad juvenil, siguió en África al cuestor a quien tocó aquella provincia; y hallándose en Adrumeto al mediodía, paseándose pensativo debajo de unos soportales, se le apareció una sombra en figura de mujer mayor que humana, de quien oía esta voz: Tú eres Rufo, aquel que vendrá a ser procónsul en esta provincia. Con este agüero, hinchiéndosele el corazón de grandes esperanzas, se volvió a Roma, donde con la liberalidad de sus amigos y con su ingenio levantado alcanzó el oficio de cuestor; y, después de esto, entre muchos nobles competidores, por voto del príncipe la pretura; cubriendo Tiberio la bajeza de su nacimiento con estas mismas palabras: A mí me parece que Curcio Rufo es hijo de sí mismo. Con esto y con vivir después muchos años siempre maligno adulador con los mayores, arrogante con los inferiores y con los iguales insufrible, alcanzó el imperio consular, las insignias triunfales y a lo último el gobierno de África, donde, muriendo, cumplió el pronóstico fatal.
Teniendo en cuenta su correspondencia mutua, hay razones para pensar que Tácito y Plinio compartían una fuente común. Curcio Rufo habría tenido su carrera bajo el reinado de Tiberio (14-37 d.C.) y Claudio (41-54 d.C.). Tácito muestra una actitud más hostil hacia él debido a sus orígenes humildes, mientras Plinio se centra en el tema de su carta: la aparición. Su posición inicial en África también se altera: en Plinio era un acompañante o consejero (comes), mientras en Tácito era un seguidor o discípulo (sectator). Además del detalle que ofrece Plinio, considera a la figura como la personificación de África, que marca tanto el principio como el final de su carrera, mientras Tácito se centra en la mala fama de Curcio Rufo.

Relato de Atenodoro de Tarso

Es la única historia que se aleja del ambiente romano, para ofrecer un relato atemporal con una estructura vaga, a pesar de ser el más detallado. Su ubicación y protagonista son prácticamente indiferentes. Podría sustituirse la ciudad por cualquier otra con un aire místico y a su protagonista por cualquier intelectual. Piensen por ejemplo en Londres y lord Byron y apenas tendrían que cambiar ningún detalle. Además, no parece casual que quien libre a Atenas del fantasma sea Atenodoro ("regalo de Atenea"), ni que el elegido sea un filósofo, cuya principal arma contra el miedo es la razón. Además, en el sistema Aarne-Thompson-Uther para clasificar fábulas y cuentos de hadas, encaja en el tipo 326 "joven que quiere aprender lo que es el miedo", con el subtipo A: "soldado pobre pasa la noche en una casa encantada para obtener la recompensa ofrecida. No teme las cadenas arrastradas, miembros caídos, etc. Libera el alma de su castigo entregando sus ganancias ilícitas a la caridad. Él puede quedarse parte del tesoro revelado para sí mismo".

Este relato es similar al que posteriormente escribiría Luciano de Samósata (125-180 d.C.) en El amante de las mentiras (30-31), donde Tiquíades, el narrador escéptico, informa de una serie de encuentros sobrenaturales presentados por filósofos en una reunión en casa de un amigo enfermo. El pitagórico Arignoto llega tarde y Tiquíades, quien le tiene gran respeto, espera que defienda su misma posición, pero es decepcionado:
"¿Qué es esto que oigo?", preguntó Arignoto, frunciendo el ceño; "¿niegas la existencia de lo sobrenatural, cuando apenas hay un hombre que no haya sido testigo de ello?" "Ahí radica mi exculpación", respondí: "No creo en lo sobrenatural porque, a diferencia del resto de la humanidad, no lo veo: si la viera, creería indudablemente, al igual que hacéis todos". "Bien", dijo él, "la próxima vez que estés en Corinto, pregunta por la casa de Eubátides, cerca del Craneum; y cuando lo hayas encontrado, ve a Tibio el portero, y le dices que te gustaría ver el lugar donde Arignoto el Pitagórico desenterró el demonio, cuya expulsión hizo a la casa habitable de nuevo".

"¿Qué fue eso, Arignoto?, preguntó Éucrates.
"La casa" respondió el otro, "estaba encantada, y había estado inhabitada durante años: cada ocupante había sido expulsado de ella por el terror abyecto de la aparición más sombría y formidable. Finalmente había alcanzado un estado ruinoso, el techo estaba cediendo, y en breve nadie habría pensado en entrar. Bien, cuando oí de ello, reuní mis libros (tengo un número considerable de obras egipcias sobre estos temas) y me fui a la casa en torno a la hora de acostarse,  sin desanimarme por las protestas de mi anfitrión, que consideraba que caminaba a las mandíbulas de la Muerte, y casi me habría detenido por la fuerza cuando se enteró de mi destino. Tomé una lámpara y entré solo, y colocando mi luz en la estancia principal, me senté en el suelo a leer tranquilamente. El espíritu hizo ahora su aparición, pensando que debía tratar con una persona ordinaria, y que me asustaría como había asustado a tantos otros. Era negro como el carbón, con una masa enrevesada de pelo. Se acercó y me asaltó desde todos los rincones, intentando por todos los medios obtener lo mejor de mi, y cambiando en un momento de perro a toro, de toro a león. Armado con mi declaración más espantosa,  pronunciada en lengua egipcia, lo conduje a una esquina de una habitación oscura, marqué el punto en el que desapareció y pasé el resto de la noche en paz. Por la mañana, para fascinación de todos los testigos (ya que todos me habían dado por perdido y esperaban encontrarme muerto como los antiguos ocupantes), salí de la casa, y llevé a Eubátides las noticias de bienvenida que ahora estaba libre de su sombrío visitante y listo para servir como una habitación humana. Él y otros tantos, cuya curiosidad había animado a unírsenos, me siguieron al punto en el que vi desvanecerse al demonio. Les indiqué que tomaran palas y picos y cavaran: así lo hicieron; y a una profundidad aproximada de una braza descubrimos un cadáver descompuesto, del que no quedaban más que los huesos. Tomamos el esqueleto y lo situamos en una tumba; y desde ese día hasta hoy la casa nunca ha tenido problemas con las apariciones".

Relato personal de Plinio

Para terminar, nos presenta una experiencia menos amenazante, ya que la única consecuencia de sus acciones es cortar el pelo. Mientras que en el primer relato, la carrera de Curcio Rufo confirma la predicción y, en el segundo, el cadáver confirma la presencia del fantasma y la habilidad de Atenodoro, el pelo desperdigado solo prueba que se había cortado, pero no refuerza la presencia de un ente sobrenatural.

En cambio, resulta más temible resultaba la mención de Mecio Caro, uno de los informadores domicianos más infames.

Si te interesa el tema de los fantasmas romanos, te recomiendo que visites la entrada sobre los diferentes tipos.

Notas

  1. La provincia romana de África correspondía a la mitad septentrional de Túnez y la costa occidental de Libia.
  2. Los desequilibrios hacen referencias a las alteraciones de los humores.
  3. Atenodoro de Tarso o Cananita (74 a.C.-7 d.C.), filósofo estoico maestro de Cayo Octavio Turino, más conocido como el emperador César Augusto.

Fuentes

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