El espectáculo del pez parlante

Durante el curso del siglo XIX, los londinenses se veían constantemente maravillados por las extraordinarias criaturas de las lejanas colonias que no se parecían a nada que conocieran: canguros, ornitorrincos, nilgós, etc. En 1959 se anunciaba el increíble expectáculo del pez parlante, un anfibio amaestrado capaz de hacer trucos.

Este pez anfibio medía 3,66 metros de longitud y unos 400 kg de peso, que mantenía gracias a su dieta de 20 kg diarios de pescado que masticaba con sus dos filas de dientes. Durante la noche descansaba sobre tablas húmedas y podía pasar días fuera del agua. Además, a las órdenes de su cuidador levanta su aleta izquierda o derecha, que podía doblar como si fueran manos humanas.

Hoy día, con una descripción así, o este pez anfibio amaestrado es realmente un fenómeno excepcional o se trata de un evidente engaño. La verdad es que se trataba de un leopardo marino (Hydrurga leptonyx), ya descrito por Henri Marie Ducrotay de Blainvile en 1820, como reconocía The Illustrated London News del 28 de mayo de 1959.

El espectáculo

Según contaban, el Signor Cavana había encontrado a Jenny, el "pez parlante", junto a su pareja en el río Senegal el 5 de mayo de 1854. Tras una dura batalla, tuvieron que matar al feroz macho porque había asesinado a dos hombres. Durante el viaje de seis meses, cruzaron Portugal y España, donde fue objeto de curiosidad de la reina, para llegar al 191 de Piccadilly street (Londres) pasando primero por Corporation Street (Liverpool) en enero y por Manchester. En la duración del viaje, creció imparable de 1,5 metros a 3,66 metros. La dura batalla, el crecimiento acelerado y el interés aristocrático eran detalles para capturar el interés. Aunque no llegara a considerarse la octava maravilla del mundo, tenía el mismo esquema que la historia de King Kong.

La publicidad del "pez parlante" atraía la atención pero cuando el espectador descubría el engaño, no podía más que burlarse del disparatado bulo. A pesar de ello no se perdía el interés, pues aparentaba ofrecer un atractivo educativo y científico donde llevar a los niños en excursiones escolares. Los espectáculos se basaban en actuaciones clásicas conocidas por el público, como el sketch Capturar una sirena del cómico Joseph Stirling Coyne.

Crueldad animal

En la actuación, ensayada por medio de la cruedad animal, se mostraba como el leopardo marino se comportaba como un humano que incluso comprendía lo que se le decía. Los artículos expresaban como le daba besos a su domador, lo abrazaba, lo buscaba por la noche y le prometía obediencia, aunque mostrando su melancolía en sus ojos. No fue hasta que se propuso en el parlamento la polémica ley contra la crueldad animal en los espectáculos en 1921 cuando se oyeron las voces más discordantes que expresaban que esos gestos que hacía el animal no eran de amor, sino de miedo ante las consecuencias de la desobediencia. Hasta entonces, las críticas simplemente empatizaban con el animal y le otorgaban desoladores pensamientos humanos, demostrando cómo había calado su humanización. La veían como una pobre damisela alejada de su tierra, su familia y que perdió a su amante. Es más, en 1921 el propietario de circos F. A. Wilkins defendía la crueldad animal porque "un animal es como una esposa: solo está entrenada por el amor y el afecto".

Aspecto científico

Por aquel entonces hacía décadas que se habían publicado las teorías evolutivas de Jean-Baptiste Lamarck y Robert Chambers, quedando tan solo meses para que Charles Darwin publicara El origen de las especies. El espectáculo ofrecía comportamientos que humanizaban al animal, haciéndole imitar el lenguaje, los gestos humanos y, en general, dar la impresión de que se trataba de un animal especialmente dotado de inteligencia, en vez de tener un domador que ha procurado enseñarle un número que lo humanice.

Se interpretó que los ruidos seguían las teorías del lenguaje apoyadas por Darwin, Frederic Farrar y Frances Julia Wedgwood: la teoría onomatopéyica, de mimesis o imitación, por la que los sonidos se imitaban y se desarrollaban para convertirse en lenguaje, y la teoría interjectiva, por la que los sonidos se expresan y desarrollan para acompañar estados emocionales particulares. Sin embargo, Max Müller se enfrentaba a ellos convencido de que para poder hablar se debía poseer la capacidad de conceptualizar, razonar y pensar, algo que los animales no humanos no hacían.

¿Por qué un pez?


Llamar pez a un leopardo marino va más allá del engaño fácil para captar la atención. Tiente fundamento bíblico, ya que Salmos 8:8 declaraba tajantemente que los animales que vuelan son aves y los del agua son peces. Esta sesuda clasificación digna de Homer-Adán llegaba a ser útil, pues permitió al obispo de Quebec aceptar el consumo de castor los viernes de Cuaresma o la bula papal que permitió comer capibara en la misma época en Sudamérica.
Delfín persiguiendo a pez volador

Durante siglos, los cetáceos, las focas y los manatíes eran peces, mientras los murciélagos eran aves. Aun cuando las pruebas anatómicas demostraban las diferencias evidentes, se evitaba alterar en demasía la clasificación taxonómica, situándolos en posiciones intermedias entre los grandes grupos. Esto desembocaba en que las morsas, por ejemplo, fueran el nexo de unión entre mamíferos y peces. A mediados del siglo XIX, no sin dificultades, se aceptó considerar como mamíferos a estas criaturas marinas. No obstante, como aún ocurre actualmente con las representaciones de dinosaurios, la imagen del delfín como un pez perduró durante más tiempo.

Fuentes

  • Sullivan, J. A. (2015). Popular exhibitions, science and showmanship, 1840–1910 (No. 16). Routledge.
  • Ritvo, H. (1998). The platypus and the mermaid and other figments of the classifying imagination.
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