Cómo todos los animales marinos eran peces
La clasificación de los seres vivos no siempre ha estado tan clara como en la actualidad, donde siguen existiendo debates. En la antigüedad, las clasificaciones seguían criterios demasiado laxos y con objetivos ideológicos que permanecían inalterados durante siglos. Por esa razón, se aceptaban como reales criaturas mitológicas o se agrupaban como peces tanto ballenas y delfines como focas y castores. Pero, mientras los seres fantásticos fueron desechándose, ¿por qué se siguió creyendo hasta el siglo XIX que todos los animales acuáticos eran peces?
Desarrollo académico
La autoridad puede impedir el cambio
Aristóteles estudió exhaustivamente cientos especies de animales desde Lesbos, clasificándolas según sus características comunes y separando a 80 especies de mamíferos, incluyendo cetáceos, de 130 especies de peces. Con todo, a pesar de agruparlos en géneros distintos, seguía refiriéndose a los cetáceos como peces. Además, ordenó los géneros por su calor vital, con el hombre como la especie y sexo dominante, por lo que contribuyó con su propio sesgo. Siglos más tarde, partiendo de estos conocimientos y debido al uso acrítico de otros autores, Plinio el viejo, en su noveno libro de Historia Natural sobre los animales acuáticos, mezcló descripciones de distintas especies de cetáceos, focas y peces cartilaginosos. Aunque incluyó a nuevos cetáceos, como las orcas, los cachalotes y el delfín fluvial de la India, hizo lo mismo con seres míticos, como el hombre marino (Homo marinus) y la escolopendra marina. En definitiva, debido a sus descripciones, era difícil distinguir cuáles eran peces y cuáles no. Como con otras afirmaciones originadas en su obra, perduraron durante siglos sin que nadie las discutiera, incluso exagerándose con el tiempo.
Nuevos descubrimientos, viejas ideas
Hasta el Renacimiento, apenas hubo cambios, pero la invención de la imprenta y el descubrimiento de nuevas tierras permitió que se distribuyeran numerosas traducciones de los clásicos y se describieran especies inéditas. A pesar de ello, las obras de algunos autores, como Edward Wotton (1492-1555), Conrad Gessner (1516-1565), Ulisse Aldrovandi (1522-1605) y Johann Jonston (1603-1675), tenían un afán recopilatorio, repitiendo acríticamente las afirmaciones de los textos clásicos y obras contemporáneas, sin conocer de primera mano los especímenes que describían e incluyendo a monstruos.
Pierre Belon (1517-1564) recuperó la división aristotélica de los peces en aquellos con sangre, donde incluía a peces, focas, cetáceos, cocodrilos, hipopótamos, tortugas, monstruos marinos y criaturas extraordinarias como el "pez monje", y aquellos sin ella, que básicamente comprendía a todos los invertebrados acuáticos. La obra de Guillaume Rondelet (1507-1566) fue más precisa, expresando dudas sobre la existencia del pez monje (pisce monachi habitu), el pez obispo (pisce Episcopi habitu), el monstruo leonino y la escolopendra cetácea. Tanto Belon como Rondelet reconocían que los órganos y comportamientos, como respirar o amamantar, de los cetáceos coincidía con el de los mamíferos terrestres, pero la idea de una clasificación precisa aún quedaba lejos.
Diferenciación entre mamíferos marinos y peces
John Ray (1627-1705) fue el primero que comenzó un estudio taxonómico, apoyándose en autores anteriores, analizando personalmente los especímenes y argumentando que debería usarse un lenguaje común para denominar a cada uno de los seres vivos. Inicialmente, consideraba peces a los cetáceos, determinando que eran un subgrupo diferenciado de los peces cartilaginosos y óseos, descartando a cocodrilos, hipopótamos y bestias míticas de estos grupos. Aunque en Synopsis Methodica Animalium Quadrupedum et Serpentini Generis (1693) defendía que lo único que tenían en común con los peces eran el medio en el que vivían, dividiéndolos según la presencia de dientes, mantenía su clasificación ajustada a la visión tradicional.
Posteriormente, Edward Tyson (1650-1708) criticó a quienes se limitaban a recopilar información publicada, especialmente de autores clásicos, y realizó descripciones más extensas de sus disecciones que las compartidas por Rondelet y Ray. Gracias a ellas, dedujo que los cetáceos debían ser una transición entre mamíferos y peces. Como Aristóteles, su comparación entre especies respondía a un concepto filosófico, en su caso la cadena de los seres (Scala naturae), por la que los organismos se ordenaban desde el más simple hasta el más complejo, con el ser humano en la cima.
En 1738, Carlos Linneo (1707-1778) publicó Icthyologia, obra póstuma de Peter Artedi (1705-1735), quien se adelantó al creador de la taxonomía en crear un sistema para clasificar a los peces, atendiendo al género, la especie y las variedades. Él establecería definitivamente la diferencia entre peces y mamíferos marinos, que Carlos Linneo mantendría en su propia clasificación general, donde creó el término mamífero. Esta no era una conclusión singular. Pehr Löfling (1729-1756), como otros alumnos de Linneo, también dedujo independientemente por sus observaciones del delfín del Amazonas que los cetáceos tampoco eran peces. El mérito de Linneo fue que, a diferencia de otros recopiladores de información, tuvo el sentido crítico de seleccionar los datos útiles, proporcionando descripciones concisas y ordenando un catálogo extenso de especies, delimitando qué era una especie y dándoles nombres de referencia para todas ellas. De esta manera, todos los naturalistas podían trabajar con un marco común donde, al fin, no se clasificaba a todos los animales acuáticos como peces.
Visión popular
A pesar de todo, la opinión de los expertos no tiene que coincidir con la del resto del pueblo, especialmente cuando está influido por la tradición religiosa. En Génesis 1:26, 28, la Biblia decreta que el hombre tiene dominio sobre las bestias de la tierra, los peces de las aguas y las aves del cielo. Esto significaba que toda criatura que habitara en el agua, era un pez. Por ello, si los naturalistas piadosos eran reticentes a contradecir públicamente a las sagradas escrituras, más lo eran los legos en la materia. En la práctica, se manifestó en la abstención de comer carne durante los viernes de Cuaresma que los límites entre lo que eran o no peces se desplazaba a conveniencia. La iglesia permitió el consumo de carne de castor, frailecillo, tortuga o nutria de río en la Cuaresma, criaturas que vivían en el medio acuático y se vendían habitualmente junto al pescado. Esta visión perduró hasta el siglo XIX, cuando todavía se publicaban libros culinarios donde trataban a estas criaturas como pescado. Entonces, el conocimiento de qué se consideraba pescado variaba según la región y la profesión.
Fuentes
- Romero, A. (2012). When whales became mammals: the scientific journey of cetaceans from fish to mammals in the history of science. New approaches to the study of marine mammals, 3-30.
- Bartosiewicz, L., Gyetvai, A., & Küchelmann, H. C. (2010). The beast in the feast. Bestial Mirrors. Using Animals in Reconstructing Identities in Medieval Europe, 85-99.