Las verdaderas maldiciones del antiguo Egipto


Tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1922, la prensa enloqueció con la muerte de lord Carnarvon y del canario de Howard Carter atacado por una cobra. Estas y otras muertes, incluso la de Carter 16 años después, se atribuyeron a una supuesta maldición. Sin embargo, aparte de en el sensacionalismo, esta leyenda se apoya en la ignorancia sobre las maldiciones egipcias, que tenía unas cualidades distintivas.

Fórmulas de castigo

Cuando vimos el funcionamiento de la magia el antiguo Egipto, pudimos observar que tenía cualidades distintivas, como que no había una disferencia entre magia protectora y destructiva o que en la palabra residía una importancia suprema. Las maldiciones, mejor llamadas fórmulas de castigo, no eran una excepción. La necesidad de no llamarlas maldiciones también se debe a sus peculiaridades. No se trataba de invocaciones de la ira de los dioses para que actuaran directamente sobre un sujeto, aunque los dioses puedan reforzarlas o en ocasiones el procedimiento sea más directo. Las fórmulas de castigo eran amenazas condicionales, donde se advertía de una consecuencia negativa si se cometía un mal concreto, pero no antes. A diferencia de las leyes que se aplicaban físicamente y en un entorno concreto, estas fórmulas tenían mayor alcance, tanto en la otra vida como en la eternidad terrenal. Una característica propia es que nunca se identificaba al responsable de la fórmula, aunque en muchos casos puede razonarse por el entorno. La función que tenían era proteger la integridad, fuera de un lugar, de un difunto o un acuerdo.

Tipos

Fórmulas en monumentos


Dada su naturaleza disuasoria, las fórmulas en los monumentos, como estelas, tumbas, capillas y estatuas, estaban bien visibles para el público, pues se quería evitar un daño y actuar tan solo cuando este se había cometido. Estas no eran propias de los faraones, sino de otros cargos que podían permitirse la construcción de monumentos. Aunque las fórmulas hacían alusiones lo más amplias posibles, incluyendo profesiones si fuera necesario, para cubrir al grueso de la población, el objetivo eran personas de rango social inferior. Esta fórmulas integradas junto a otros textos protegían al difunto y a sus familias de la destrucción de sus tumbas, del robo del ajuar funerario, avisaba que debía cumplir un ritual previo antes de entrar o purificarse si había copulado con una mujer o consumido un alimento indeseable. Del mismo modo, el resto de visitantes tenía el deber de hacer cumplir estos requisitos y no mirar a otro lado.

Si se hacía caso omiso a la advertencia, se sufrirían las consecuencias. Estas no eran estrictamente negativas, sino la privación de un beneficio. Normalmente, padecerían el mismo daño que habían causado. Es decir, si habían producido daños en una tumba, en el futuro tampoco encontrarían el descanso eterno. Las formas de conseguirlo eran variadas. Un cadáver debía pasar unos rituales para asegurar su conservación, tener un enterramiento adecuado, recibir atención y mantener viva la memoria pronunciando el nombre del difunto. Amenazar con fuego era un destino terrible, pues implicaba que el difunto no podría recibir los rituales funerarios ni conservaría la integridad de su cuerpo. Si los herederos desatendían el cadáver, se arriesgaba a yacer en la intemperie expuesto a las inclemencias del tiempo, a los animales y no recibir libaciones con las que nutrirse en el más allá. Aunque tuviera un enterramiento adecuado, el culpable o sus hijos se enfrentarían al juicio de Osiris junto al afectado. Entonces, su corazón se compararía en la balanza con la pluma de Maat, que representaba el orden y la justicia. Si había cometido malas acciones, pesaría en su corazón, que sería devorado por Ammyt si no superaba la prueba. Por último, anunciaban la mala fama de su nombre, que no será recordado o lo hará con deshonra, amenazando su existencia en la otra vida.

Sin embargo, como estas fórmulas no eran exclusivas de las tumbas, las amenazas no se limitaban a los difuntos. Algunas estelas limítrofes prohibían el paso a terrenos sagrados, el robo de cultivos, carne o leche o la apropiación indebida de unas tierras. Aunque normalmente son fórmulas perteneciente al propietario del monumento, en el techo del templo de Jonsu hay una huella de Djediah, un criado, que también está protegida con este tipo de fórmulas, demostrando que podían proteger a un miembro de cualquier clase social. Quienes dañaran estatuas o el texto de las estelas sería sometidos, atados, se les rompería el cuello, se les arrastraría por el barro, perderían sus posesiones, sus familias y verían acortadas sus vidas. También podía recurrirse al faraón o los dioses para reforzar la fórmula o para que rechazara sus ofrendas, privándole de su favor. Los difuntos podían atormentar a través de sus espíritus (akh) o poseyendo a animales peligrosos, como cocodrilos, hipopótamos, serpientes o escorpiones.

Figuras de execración


Como las famosas figuras de vudú, se actuaba destructivamente en un individuo concreto mediante magia simpática, es decir, aquello que se le hiciera a la figura de cera repercutiría de la misma manera sobre la víctima. En figuras de cera o tierra cocida, se representaba al afectado, que era quemado, cortado, punzado, atado o destruido completamente. Aunque no es algo que dejara huella, posiblemente también fueran escupidas, insultadas o enterradas. Con frecuencia, este tipo de figuras solían ser de extranjeros, que iconográficamente eran atados y sometidos al poder del faraón. Como no tienen el nombre escrito o tienen un hueco para escribirlo, se razona que los usuarios debían conocer al perjudicado y recitar un conjuro. Era una herramienta usada por todos los grupos sociales, desde el periodo predinástico al romano, aunque la calidad de la figura solía ir en consonancia con la posición del usuario.

Conjuros

En papiros, óstracos,  tablillas de madera u otros medios ligeros, se escribían maldiciones hacia un individuo. A diferencia de las figuras de execración, disponibles en todos los estamentos de la sociedad, los conjuros se limitaban a los individuos alfabetizados. No obstante, es posible que existiese una transmisión oral entre los analfabetos. En general, podían ser conjuros activados inmediatamente o que requerían que el objetivo cumpliese una acción negativa para ejecutarse. Como en la magia egipcia no existía la distinción entre blanca y negra, estos hechizos podían usarse contra animales, por ejemplo, contra la picadura de un escorpión o para prevenirla.

El olvido


Del mismo modo que dañar una tumba o estela estaba castigado, se podía ajusticiar en sentido inverso, es decir, borrando la memoria de una persona, eliminando su nombre de los textos o dañando su imagen, sin destruirla por completo porque solo pretendía evitar su funcionamiento original. Estas maldiciones requerían herramientas, como cinceles, tiempo y grupos de gente para acceder y completar la tarea. Aunque requería habilidad con el cincel, no requería conocimientos especiales para realizarlo ni ningún medio específico. Básicamente, rompían permanente y visiblemente la asociación entre la persona afectadta y la fórmula.

Mutilación del cadáver

Si destruir un monumento podía perjudicar a su dueño al romper su vínculo, la pérdida de integridad de su cuerpo afectaba a su porvenir en la otra vida. Aunque era un acto condenado y recibía conjuros protectores que perjudicaban al ejecutor, los cadáveres podían ver destruidas sus rodillas, los ojos, ser decapitados o perder el corazón para morir definitivamente. Esta desecreación de cadáveres actuaría en sentido inverso, de parte de un vivo hacia un difunto. Como los egipcios creían que los muertos caminarían entre los vivos, esta era una manera de incapacitarlos.

Cabezas de sustitución


Bajo la entrada de algunas tumbas se han encontrado cabezas de sustitución de gran detalle, pero generalmente sin orejas. Parece ser que estas figuras se dañaban en lugar del cadáver, por lo que evitaban dañar la cara para que el vínculo con la víctima permaneciera. Es importante señalar que los egipcios solían solicitar ayuda a sus difuntos, por lo que si este debía actuar sobre un tercero, esta era una manera de incapacitarlo. En este caso, se hacía un agujero en la nuca para insinuar una decapitación, mientras eliminar las orejas servía para que evitara oír su nombre y perpetuarse.

Fuente

  • Colledge, S. L. (2016). the process of Cursing in Ancient Egypt (Doctoral dissertation, University of Liverpool).

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