No tienes cerebros de distintos animales en la cabeza
Hay ideas que se resisten a morir y el concepto de que tenemos una matrioska de cerebros de animales de distinto nivel de desarrollo en nuestro encéfalo es una de ellas. Esta visión es el cerebro triúnico propuesto por Paul MacLean en 1964, que intentaba demostrar la presencia de vestigios de la evolución en nuestro sistema nervioso central.
Para Paul MacLean, en primer lugar habríamos heredado un cerebro reptiliano,
que se corresponde con el tronco cerebral y el cerebelo, actuando por puro
instinto de supervivencia y las funciones básicas para ello. A este se le
añadiría el sistema límbico, compuesto por el la corteza cingulada, el
complejo hipocampal, el hipotálamo, la amigdala y el septo pelúcido, propio de
mamíferos inferiores, que domina las emociones. Sobre este, en la cumbre
evolutiva, se encontraría la neocorteza, que nos otorga el lenguaje simbólico.
De esta manera, la naturaleza habría aprovechado los recursos para no
deshacerse de aquello que funcionaba previamente, ganando complejidad con cada
nuevo nivel. Este último nivel sería propio de primates. Estas serían
conclusiones formuladas a partir de su estudio del sistema límbico desde la
década de 1940.
Visión equivocada de la evolución
El cerebro triúnico cae en los mismos errores que la conocida como La marcha de progreso o El camino al Homo Sapiens de Rudolph Zallinger. Interpretan la evolución como una secuencia lineal donde se gana complejidad.
Esta forma de pensar es equiparable a la cadena de los seres o scala naturae, una clasificación de Aristóteles que sobrevivió durante milenios, adaptándose al cristianismo. En esta, se ordenaba al cosmos en cuanto a su complejidad e importancia, con los minerales abajo del todo y Dios en la cima. El hombre, que no los humanos, reinaba sobre toda la creación terrenal, situándose por debajo de los ángeles.
La realidad es que, más que una secuencia lineal, donde un organismo da lugar a otro, se parece más a un complejo árbol familiar, con miembros distintos pero con unos ancestros o "padres" o "abuelos" comunes. Como estamos hablando de especies y no de individuos, los progenitores pueden seguir existiendo en la misma época que sus descendientes e incluso sobrevivirlos. Entre especies o subespecies cercanas, puede haber hibridación y continuar con todo el proceso evolutivo. Es decir, es una secuencia enmarañada más que una fila perfectamente ordenada.
Junto a esto, también es errónea la idea de evolucionar para adquirir
complejidad y, por extensión, el estar "más evolucionado". La evolución
concierne una adaptación a su entorno y para ello pueden ser útiles tanto
estrategias más complejas como más simples. Un serie mayor de cambios tampoco
posiciona a un organismo en superioridad frente a otro porque la existencia de
tal clasificación es absurda y subjetiva. En un mismo organismo, una
estructura podría sufrir más cambios e incrementar su complejidad más que
otra. ¿Significaría que unas partes estarían más evolucionadas que otras? ¿Y
si aquella que más ha cambiado y complicado está peor adaptada que la más
simple? Si extendemos este ejemplo a toda la biota, estaríamos creando una
clasificación ridículamente complicada sin más utilidad que evitar abandonar
una noción equivocada. En definitiva, es una noción antropocéntrica que,
casualmente, sitúa al ser humano actual en la mejor posición. No es que los
humanos tengamos prohibido destacar, sino que es una visión sesgada por
nuestra propia condición humana o, como dice el refrán, "el que reparte se
lleva la mejor parte".
Logro múltiple
Animales como los cetáceos o los cefalópodos, entre otros, disfrutan de cerebros complejos y han mostrado signos de inteligencia similar a la humana. Del mismo modo que a primera vista el celacanto nos parecía un fósil viviente pero ha cambiado en sus millones de años de existencia, los cerebros de peces y aves también han evolucionado, incluso en los tiburones. El sistema nervioso se ha desarrollado anatómica y funcionalmente en múltiples ocasiones y de muchas formas diferentes, no debiéndose caer en el error de valorarlo únicamente respecto a los humanos. Por ejemplo, un cuervo puede tener una capacidad de resolución de problemas cercana a la nuestra, pero otras especies especies pueden sobresalir neurológicamente en otros ámbitos. Esto puede resultar evidente al comparar perros y gatos, donde si elegimos únicamente el concepto de la inteligencia, esta cubre múltiples áreas cuyos resultado serían variados.
Incorporar nuevas estructuras o tener cerebros más grandes tampoco equivale a una mayor complejidad conductual. En el sentido opuesto, los cerebros sencillos permiten la suficiente flexibilidad para no responder robóticamente a un estímulo, sin capacidad de variación o decisión. Del mismo modo que, al abandonar el medio acuático, no se incorporó una mano o garra a la aleta, sino que se modificó la estructura existente, las distintas partes del cerebro no son piezas que se colocan sobre las existentes. De hecho, la propia corteza cerebral podría ser anterior a los vertebrados, imposibilitando su existencia como un añadido novedoso al cerebro reptiliano y al sistema límbico. Hasta la corteza prefrontal, que nos permite planear nuestras acciones, está presente en todos los mamíferos. Cuando se trata de vertebrados, todos tienen las mismas estructuras básicas.
El cerebro triúnico lleva décadas desacreditado y ha recibido críticas desde
1990. Hay varias disciplinas que mantienen viva esta teoría, pero en la
psicología tiene un lugar predominante, trabajándose en base a que el cerebro
humano es especial, a diferencia de todos los demás. Esto moldea las
perspectivas de los estudios, pues se interpreta que en el humano hay un
enfrentamiento entre el impulsivo cerebro animal y el cerebro racional,
dominado por la fuerza de la voluntad y capaz de buscar un mayor beneficio a
largo plazo. Concebiría la segunda opción como la única correcta y, en
contraste, situaría a los animales como incapaces de planear. Como decía el
superordenador Pensamiento Profundo, cuando, después de 7,5 millones de años,
la respuesta 42 no resultó satisfactoria a la pregunta sobre "El sentido de la
vida, el universo y todo lo demás" en la
Guía del autoestopista galáctico (1979) de Douglas Adams, "el problema
consiste en que nunca habéis sabido realmente cuál es la pregunta". Para
llegar a resultados correctos, como mínimo, hace falta hacer las preguntas
adecuadas y no se llega a ellas con ideas equivocadas.
Fuente
- Cesario, J., Johnson, D. J., & Eisthen, H. L. (2020). Your brain is not an onion with a tiny reptile inside. Current Directions in Psychological Science, 29(3), 255-260.