La incoherencia del colapsismo

El final del mundo, de John Martin.

El cambio climático es una realidad, como la culpa de la actividad humana en el aumento global de las temperaturas. Eso es innegable. A pesar de ello, demostrar y sentenciarlo continuamente no es más que el primer paso, pues se necesita una respuesta global y efectiva. Esto también se requiere la acción de la población y el conocimiento para saber cómo movilizarla, pero hay un grupo que le ha pillado el gusto a la catástrofe: los colapsistas.

Acción o perdición

El cambio climático ya no es una previsión de futuro, sino que vivimos en él y ha superado las peores expectativas. Ante esto, es normal perder la esperanza, pero la historia de la humanidad está llena de conflicto, de cataclismos considerados castigos divinos, de guerras, pandemias y gobiernos totalitarios. Aunque finalmente exista algo que nos borre del mapa, mientras sigamos vivos, podemos luchar y tenemos la posibilidad de controlar nuestro destino. La desolación es una visitante que acude a nosotros cuando perdemos lo que tenemos, sean a personas, logros o bienes materiales, que nos acompaña cuando se reducen nuestras capacidades o los días que nos quedan no son tan abundantes como hubiéramos deseado. En todo caso, la certeza es que la inacción no soluciona nada, más bien empeora. Puede parecer una tarea demasiado grande para una persona, pero es visible que los humanos podemos sobreponernos a través de la acción colectiva.

Colapsología

El juicio final, de Hubert Goltzius Limburgs.

En la colapsología, se cree muy probable que la sociedad industrial desaparezca de manera prácticamente inevitable junto con la civilización y que, tan solo tras el colapso, se pueda alcanzar un futuro deseable. Únicamente quedarán pequeñas comunidades que sobrevivan gracias a la ayuda mutua. La colapsología sería la disciplina que estudia este proceso. Se solapa con el movimiento de la Adaptación Profunda, pero el colapsismo resalta el papel de la complejidad sistémica y el agotamiento de los combustibles fósiles en este colapso.

Estas premisas hacen sospechar un ámbito religioso adaptado a una nueva época: un Juicio Final o milenarismo inevitable y profecías de un futuro paradisíaco donde, si encuentra mejoría, se deduce se ha expurgado el pecado. Cual seguidores de la Caracola Mágica de Bob Esponja, la humanidad será recompensada por no hacer nada ante la catástrofe, salvo sufrir y morir. El colapsismo va más allá de quienes creen compatible y posible la protección ambiental con el crecimiento económico capitalista y quienes prevén una catástrofe ambiental y actúan para contrarrestarla. En su lugar, abogan por la acedia, un estado de apatía y desesperanza, aceptando la situación y deseando que en la otra vida, en la Tierra, entre los vivos, haya esperanza. 

Paradójicamente, quizás por una inhabilidad por abandonar la ilusión y la incoherencia de sus premisas, se busca rescatar aquello que lo merezca para construir ese futuro postapocalíptico. Lógicamente, recurren a la mitigación en lugar de a la adaptación. Después de todo, es como esperarte una bofetada en la cara: no puedes evitar cerrar los ojos antes de tiempo. Si realmente se pudiera creer que es inevitable, ¿qué sentido tendría actuar?

En cambio, es más sencillo y atractivo mostrarse como una comunidad en oposición que acepta la ansiedad. Algo muy similar a tener obesidad y buscar el calor entre iguales para no combatirla, aludiendo a un poderoso y enemigo omnipresente en las comidas malsanas. O, del mismo modo, unirse a distintos grupos negacionistas por tener miedo a algo que no se entiende. Un camino que, como he empezado, busca la unidad, pero como compañía en la miseria. Esto sirve para reforzar las conductas y emociones del grupo. 

En la práctica, más que desesperanzados, son pesimistas, pues siempre hay una posibilidad de mejora, pero compartida con el miedo del empeoramiento. No obstante, a diferencia de quienes se enfrentan directamente a la catástrofe ambiental, su convicción busca la certeza de este final y de que cualquier esfuerzo es inútil. Estas ideas necesitan un refuerzo constante para mantenerse, prestando una atención constante para evitar sentir una pizca de optimismo. Su satisfacción es creer que han abandonado la caverna y sentirse superiores por, aparentemente, conocer la verdad. Como en la contradicción de actuar pese a no esperar nada, han decidido seguir viviendo a pesar del supuesto de que no hay nada que hacer. Esperar a la mera posibilidad de pronunciar "te lo dije" es un impulsor poderoso. 

Pandora, de Alexandre Cabanel.

Después de todo, su postura es la de opositores, como cualquier grupo negacionista. Si la sociedad tiene esperanza, lo sufren como una exigencia, les agota y se oponen a ella. Son personas discordantes y, debido a sus propias discrepancias, pueden exhibir distintas respuestas. Parte de ello se debe a que la propia esperanza es ambivalente. Como el relato mítico, ¿es la esperanza un mal por haber convivido con los otros que Pandora liberó? Irónicamente, es nocivo si, con base a la esperanza, se confía en que se solucione solo. En cambio, si la esperanza es la que impulsa los actos, puede marcar una diferencia. Mientras unos colapsistas son pasivos ante la aparente inevitabilidad del desastres, otros rechazan precisamente la pasividad ante una resolución milagrosa.

Este marco permite un fanatismo que profesa la existencia de una fuerza imparable, equivalente a Dios o el destino, que dirige hacia el colapso. Como consecuencia, se produce ansiedad ante la eventualidad de que aquello a lo que se opone, como las soluciones tecnológicas (p.ej. coches eléctricos), puedan combatir este colapso. Pueden racionalizar ese miedo justificando sus temores en base a desastrosas consecuencias hipotéticas de esas decisiones. Del mismo modo, otros pueden ver este tinte religioso en quienes combaten con la esperanza de marcar una diferencia. Lo común es la disonancia que observan entre el grupo y el resto del mundo y, si huyen de este último, buscan reforzar las ideas del primero, especialmente ante las dudas. Es un lugar donde encontrar tranquilidad, pero al que se han visto forzados a pertenecer por la situación climática.

Al final, el colapsismo es una huida de la incertidumbre. Aunque no tienen que ver imposible el abandono de los combustibles fósiles, no creen que se tenga la capacidad de evitarlo en la práctica. Confiar en el colapso supone eludir cualquier información, aunque sea positiva, que permita arrebatarles esa certeza. Algunas personas tan solo disfrutan viendo el mundo arder.

Fuente

  • Malmqvist, K. (2024). Avoiding the hope of avoiding collapse: collapsology and non-hope as an emotional practice of conviction. Social Movement Studies, 1-18.

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