¿Por qué los vampiros temen al ajo?


Las debilidades de los vampiros no son tan consistentes como solemos creer pero pueden ser lógicas. Una criatura de la noche puede tener aversión a la luz o al crucifijo si está asociado a Satán. En cambio, ¿qué poder tiene un ajo?

Nutrición de la civilización


El cultivo de ajo se remonta, al menos, a unos cuatro milenios, tanto en el Reino Antiguo en Egipto como en el Imperio paleobabilónico. En Egipto, el uso del ajo se atestigua en el papiro Ebers, de c. 1550 a.C., como un remedio médico. Junto con las cebollas, se consumían en grandes cantidades porque se creía que proporcionaban fuerza y resistencia. Según Herodoto, existía una inscripción en la pirámide de Keops, que no se ha conservado, sobre el presupuesto para la alimentación de los trabajadores que incluía gran cantidad de ajos. Estos también eran consumidos por los asmáticos y los enfermos con afecciones bronquiales o digestivas. En las tablillas culinarias de Yale, se presentan recetas donde abundan las cebollas (susikillu), puerros (karsu) y ajo (hazanu). Su consumo pudo tener entonces ya unos miles de años, pues en la Cueva del Tesoro, cerca de Ein Gedi, Israel, se encontraron restos disecados de ajo del periodo calcolítico medio, c. 5790 a.C.

En Egipto, las cebollas y ajos se usaron en el embalsamamiento, con las primeras situadas en las cavidades corporales. Aunque esto podría haber estimulado la respiración del difunto en la otra vida, en la práctica habría intentado evitar que las momias fueran consumidas por los animales carroñeros, como perros y chacales.

A través de Egipto, el ajo llegó a los griegos, donde siguió siendo un producto en el límite entre los alimentos y los fármacos. Hipócrates compartía su recomendación para respirar mejor y aumentar el flujo de orina. Para Dioscórides, limpiaba las arterias, pues entonces se creía que transportaban aire. Como aparentemente otorgaba fuerza, antes de las peleas, se embadurnaban a los gallos en él y también eran consumidas por los soldados y los atletas olímpicos. Esta práctica sería mantenida en los ejércitos romanos, que lo introdujeron en el norte de Europa.

Poder mágico


La relación entre los ajos y el conflicto se expresa en el proverbio griego mencionado por Cicerón: "Ojalá nunca comas ajo o judías". Las judías eran el alimento consumido por los miembros de un jurado para mantenerse despiertos. Para los romanos, los ajos eran un alimento propio de la cocina poco sofisticada de los bárbaros de apetito incontrolable, pero no podían ignorar su faceta protectora. Más allá de las recomendaciones dietéticas para mantener una buena salud, Plinio el Viejo añadía que servía como antídoto contra el acónito, el beleño, las picaduras de serpiente y mordeduras de perro y ratón. Aulo Persio Flaco indicaba que, en Oriente, se comían tres dientes de ajos cada mañana para protegerse de los malos espíritus.

Por entonces, el poder mágico del ajo ya estaba presente. En los santuarios de Hécate en los cruces se colocaban platos con ajo. En la Odisea, pudo ser este alimento el que evitó que su protagonista fuera convertido en cerdo por el hechizo de Circe. Este era un alimento que supuestamente llenaba de lujuria a su consumidor, pero que espantaba a sus amantes. Esta repulsión contra los malos espíritus se muestra en los murales de Pompeya. Además, es importante señalar que Titinio ya indicaba su uso para proteger a los niños de la estrige, una bruja nocturna y hemófaga.

En la Biblia, según Números 11:5, los judíos exiliados también habrían consumido ajos en Egipto. Aunque no esté en las escrituras, había leyendas de que cuando Satán abandonó el jardín del Edén, brotaban cebollas y ajos de donde pisaban sus pies derecho e izquierdo, respectivamente. Desgraciadamente, a partir de los textos sagrados del cristianismo también surgió el motivo de que los judíos olían mal porque frotaron con ajo el cuerpo de Cristo, un aroma que podía aplicarse igualmente a todos los pobres.

Las creencias del poder protector del ajo se extendieron tanto dentro como fuera del imperio romano. De igual manera que tradicionalmente en España se exclamaba "Lagarto, lagarto" para ahuyentar a la mala suerte y el mal de ojo, los romanos también pronunciaban palabras para no tentar a la suerte. Una de ellas era"ajo" (allium) y otra era baccar, una fruta desconocida con la que compartía su cualidad aromática y cuyo nombre proviene del griego βάκκαρις. Estas creencias fueron especialmente persistentes en las tierras del Imperio bizantino, donde se evitaba alabar demasiado a una persona o cosa preciada por miedo a gafarlo. Para contrarrestarlo, se colocaba una ristra de ajos o unos dientes en una bolsita como amuleto o se señalaba con los dedos índice y corazón, gritando "ajo, ajo".

Proteger a los niños


Una constante es que el objetivo principal a proteger con los ajos son los niños, sea de seres malignos o de enfermedades. En los Balcanes, los ajos protegían y detectaban a las brujas, incapaces de consumirlos por su olor. No obstante, podían ser descubiertas porque los solicitaban al plantarse o cosecharse. En días como Nochebuena y Navidad, cuando se creía que los espíritus de los difuntos, como Jesucristo, estaban más activos, se comían y se frotaba el cuerpo con ajo. Toda protección era poca, combinándose con fórmulas mágicas, como conjuros que invocaban su aritmomanía, obligándolas a contar todas las hojas de los árboles y la hierba o las estrellas antes de comerse al niño. Los griegos y turcos colgaban ajos en las popas de los barcos para evitar naufragios. En Rumanía, se creía que robar estando embarazada producía un hijo ladrón, por lo que parir sosteniendo dos dientes de ajo evitaba que fuera capturado.

Tan lejos como Dinamarca, antes del 1066, se habrían usado como talismanes contra los mares y, siglos después, la skogsrå. Cuando se consumía con hierbas y agua bendita en la campana de una iglesia, se creía que los demonios de los enfermos eran expulsados, siendo mayor el efecto al incorporarse oraciones, salmos y entregar limosna. En Inglaterra, el ajo se usaba similarmente para proteger a los niños de las hadas, usando cruces, agua bendita, la Biblia y objetos de hierro, como tijeras, clavos y cuchillos.

En Persia, durante la Edad Media, los seres sobrenaturales eran alejados por el olor del ajo, las cebollas y asafétidas, colocándose sobre las puertas o bajo las almohadas de los niños para protegerlos del mal de ojo. Desde aquí hasta el Mediterráneo, se combinaba en fumigaciones con el incienso, la cebolla, la sal y el alumbre para proteger a los niños o intentar restaurar su salud.

Resumen

En definitiva, el efecto apotropaico del ajo precedía a los vampiros. De hecho, su aplicación contra la estrige implica su uso contra seres vampíricos antes de la creación de los vampiros. Era una herramienta cuyo uso resultaba tan natural como el crucifijo o el agua bendita. Lo difícil es determinar en qué momento y lugar se atribuyó esta propiedad. Con esto, se puede decir que el temor de los vampiros por los ajos es una herencia antigua, en la que su olor jugó un papel fundamental.

Fuentes

  • Dugan, F. M. Seldom Just Food.
  • Gowers, E. (2003). The loaded table: representations of food in Roman literature. Oxford University Press.
  • Aboelsoud, N. H. (2010). Herbal medicine in ancient Egypt. Journal of Medicinal Plants Research, 4(2), 082-086.
  • Dundes, A. (Ed.). (1992). The evil eye: A casebook (Vol. 2). Univ of Wisconsin Press.
  • Ekşi, G., Özkan, A. M. G., & Koyuncu, M. (2020). Garlic and onions: An eastern tale. Journal of ethnopharmacology, 253, 112675.
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