¿Por qué se dejaron de celebrar los antiguos Juegos Olímpicos?

Lanzamiento de disco, de Edouard-Joseph Dantan.

Los antiguos Juegos Olímpicos comenzaron en el 776 a.C., según Aristóteles. Tradicionalmente, se ha dicho que, cuando Teodosio I (379-395 d.C.) los prohibió, los Juegos Olímpicos apenas se celebraban, lejos de su gloria en los siglos V-IV a.C., especialmente tras la invasión de los hérulos en el 267 d.C. No obstante, estas tres afirmaciones son falsas.

Falsa decadencia

Milón destrozado por un león, de Il Pordenone.

Tras siglos enterrada bajo metros de sedimentos, el interés por Olimpia resurgió en el siglo XIX con la excavación francesa de 1829 y, especialmente, la alemana de 1875. Otras excavaciones alemanas le seguirían durante el siglo XX, incluidas las coincidentes con los Juegos Olímpicos de Berlín. Por entonces, el relato que fue formándose fue el presentado en el primer párrafo: las olimpiadas de Olimpia desaparecieron por desinterés. Si se consultaba De Gimnasia, Filóstrato de Atenas (c. 170-c. 245 d.C.) criticaba la degeneración del atletismo contemporáneo. A pesar de su extensa descripción, Pausanías (c. 110-c. 180 d.C.) apenas dedicaba unas palabras a los atletas de entonces. Es fácil conectar los puntos y verlo como una muerte anunciaba que certificaría Teodosio el Grande. Del mismo modo, se puede suponer que la conquista romana con la batalla de Corinto en el 146 a.C. supuso la ruina, no solo para las olimpiadas, sino también para Olimpia.

Prosperidad romana

Dibujo del templo de Zeus.

Olimpia siguió siendo un referente panhelénico durante siglos tras la conquista romana. Lejos de abandonarla, los romanos contribuyeron en la infraestructura y a dejar huella con sus inversiones privadas desde la república. De hecho, Agripa financió la restauración del templo de Zeus tras un terremoto y probablemente se encargó del pórtico del borde este del Altis comenzado por Alejandro Magno. La villa de Nerón fue honrada por atletas de la 216ª olimpiada, es decir, en el 85 d.C. y al Leonideo se le incorporaron unos jardines. Por supuesto, esta actividad se observa en el este del imperio, donde se monumentalizaron centros urbanos, se agrandaron y embellecieron templos y santuarios y se crearon instalaciones atléticas, como gimnasios y estadios. El acaudalado Herodes Ático (101-177 d.C.) y su esposa Regila (125-160 d.C.) financiaron nada más y nada menos que un acueducto desde el río Alfeo y un ninfeo con estatuas de cuatro generaciones de la familia imperial a un lado y otras cuatro generaciones de la suya al otro.

Del millar de vencedores olímpicos que se conoce, muchos datan de la aparente época gloriosa y son griegos, pero hay que tener en cuenta que autores como Pausanías, y Filóstrato y Flegón de Trales tenían más interés en estos. En el periodo imperial, durante los primeros tres siglos de nuestra era, se popularizaron los monumentos epigráficos, que dejaron constancia de los ganadores de esta época pero, de nuevo, no todos los ganadores tuvieron tales monumento ni todos los participantes ganaban. Una placa de bronce mostraba a 12 ganadores de Olimpia (321-385 d.C.) donde los últimos ganadores fueron unos hermanos atenienses.

A pesar de las limitaciones, la procedencia de los ganadores fue cambiando en las distintas épocas. Los griegos del continente siempre estuvieron presentes, pero gracias al Imperio romano aumentó la participación y los ganadores de las provincias del este. Después de todo, el número de competiciones de este tipo creció enormemente en el siglo III debido a la implicación de la administración romana, que reguló las fechas, la financiación y monitorizó las asociaciones internacionales de atletas y artistas. De esta manera, algunos participantes podían acudir a varias competiciones locales.

Beneficios limitados

Modelo de la ciudad de Olimpia.

A pesar de ello, en épocas de vacas flacas, los vencedores que disfrutaban de exención de impuestos y pensión eran un agujero en las arcas de sus ciudades de origen, deteniendo la creación de nuevas competiciones. En Olimpia, aunque había una gran inversión privada, parte del coste de los juegos corría a cargo de las arcas locales, que apenas veía beneficio. Esta situación empeoraba con la inflación, cuando los inversores privados podían evitar pérdidas con la propiedad de tierras.

Con todo, Olimpia aguantó la invasión de los hérulos en el 267 d.C., los daños por fuegos y terremotos y la invasión de los vándalos en el 395 d.C. El final de los juegos se los cuenta en un escolio sobre Luciano, que los sitúa durante el reinado de Teodosio II (408-450 d.C.). Por entonces, la estatua de Zeus de Fidias fue transportada a Constantinopla y sobre la pista de carreras del estadio se acumuló una capa de sedimento.

Desinterés

La inflación y la centralización administrativa desde el reinado de Diocleciano (284-305 d.C.) redujeron los agones, comenzando con las competiciones locales. El atletismo también perdió interés entre la élite urbana, que anteriormente financiaba y procuraba que su descendencia alcanzara el ideal atlético. Esto se percibió también en la desaparición del atletismo en los mosaicos, las palestras junto a las termas o los efebatos. El cristianismo tuvo un papel ambivalente, pues criticaba los sacrificios pero apreciaba la persecución de la gloria, afín a seguir el camino de Cristo. Por eso, tanto propiciaron cambios o el fin de algunas competiciones como propiciaron o participaron en otras. Debido a que estas competiciones se beneficiaban mutuamente como redes regionales, la desaparición de los juegos locales amenazaba a los provinciales. Certámenes como los juegos ístmicos y las olimpiadas de Éfeso sobrevivieron hasta principios del siglo V, pero finalmente tan solo quedaron las olimpiadas de Antioquía como remanente.

Fuentes

  • van Nijf, O. (2004). The Roman Olympics. Kaila, MA et al, 186-215.
  • Remijsen, S. (2015). The end of the ancient Olympics and other contests: Why the agonistic circuit collapsed in late antiquity. The Journal of Hellenic Studies, 135, 147-164.

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