Piedras mágicas que resultaron ser fósiles

Mesa con ammonites, una poción y una vela.

Los humanos hemos encontrado fósiles desde mucho antes del nacimiento de la paleontología, pero en muchos casos no se reconocían como antiguos seres vivos. El desconocimiento, los fósiles incompletos y las supersticiones moldearon las interpretaciones de estos hallazgos otorgándoles una identidad única e incluso mágica.

Batraquitas o bufonitas

Dibujo medieval de hombre extrayendo rocas de la frente de una rana.

En el volumen XXXVII de Historia Natural, Plinio el Viejo mencionó las batraquitas, unas piedras de Coptos, Egipto, con el color de las ranas, que podía tener venas o ser una mezcla de rojo y negro. No sería hasta Hortus sanitatis (1491) de Johann Wonnecke von Kaub cuando se hablaría de su extraña procedencia: piedras extraídas de la cabeza de una rana. Se suponía que se situaban entre el cráneo y la piel. Para obtenerlas, se podían extraer en el animal vivo o esperar a que el batracio muriera, pues las expulsaba antes de expirar, aunque cada autor aportaba un método o condición muy específico para conseguirlas. Como las ranas eran animales propios de las brujas y el diablo, su efecto era el opuesto, creyéndose amuletos protectores con poder terapéutico, consumiéndose enteras o pulverizadas principalmente como antídoto, pero también para males hepáticos, tumores y picaduras. Su poder era tal, que advertían calentándose de la presencia de veneno y, formando un anillo, protegían de males de salud. 

Tenían múltiples nombres, como borax en Speculum Lapidum (1502) de Camillo Leonardi; crapondino en Libri tre nei quali si tratta delle diverse sorti delle gemme che produce la Natura (1565) de Lodovico Dolce; botta por La Minera del Mondo (1585) de Bonardo o piedra serpiente por Conrad Gessner para referirse a una forma alargada, que se correspondía al diente de Coelodus.

Ferrante Imperato cuenta en Dell'Historia Naturale (1599) que encerró a varios sapos para ver si realmente producían estas piedras, pero concluyó que eran crecimientos en las rocas similares a los hongos. A pesar de ello, no descarta sus propiedades médicas. Además, al tratarse como una gema, Ulisse Aldrovandi muestra en Musaeum Metallicum que eran talladas por artesanos.

Dientes redondeados o arriñonados extraidos e incrustados en la roca.
Sin embargo, en el siglo XVII, las dudas sobre su origen no hacían más que crecer. Felice Passera comenta las fábulas que se hablan de estas y cómo circulan abundantes batraquitas falsificadas. Finalmente, Agostino Scilla señaló en La vana speculazione disingannata dal senso (1670) su similitud con peces actuales, considerándolos dientes de peces durófagos fósiles, es decir, consumidores de criaturas con exoesqueleto resistente. Su obra se extendió en Europa con la traducción al latín de 1747. En su mayoría, eran peces del género Lepidotes, siendo muy abundantes en Malta y Sicilia.

Glosopetras y lenguas de serpiente

Ilustraciones de glosopetras, conchas de bivalvos (Gryphites) y gymnopyris. De (I new and complete dictionary of arts and sciences (1763).

De nuevo Plinio el Viejo, en el mismo volumen, habla de las glosopetras con forma de lengua humana. Comparte que no son producidas por la tierra, sino que caen de los cielos durante el eclipse lunar, considerándose muy necesaria en la selenomancia. Señala la falsedad por la que dicen que pueden silenciar los vientos.

Estos se consideraban lenguas de dragón por su parecido a las lenguas bifurcadas de las serpientes, siendo las lenguas de serpientes las glosopetras más pequeñas. Como en el caso anterior, no eran lenguas, sino dientes de peces. En concreto, de antiguos tiburones. Los dientes de marrajo (Isurus) eran conocidos como lenguas de pájaro carpintero, como indicaba Johannes Kentmann. A diferencia de con las batraquitas, los autores siguen repitiendo a Plinio en el Renacimiento y es más reconocido su similitud con los dientes de tiburón. En Cosmographie de Levant (1554), André Thevet es el primero en ilustrarlo, negando creer que sean dientes de escualo, pero contemporáneos como Conrad Gessner y Guillaume Rondelet lo ilustraban con dientes de especies vivas. De nuevo, Agostino Scilla, junto con Fabio Colonna y Niccolò Stenone, estudian su origen orgánico. En el siglo XVI, Michele Mercati se adelantó a todos en su observación entre las insignificantes diferentes entre estas lenguas y los dientes de tiburón, pero sus textos no se publicaron hasta 1717 como Metallotheca vaticana.

Nummulites

Nummulites de las pirámides.

Si te encontrabas una roca con pequeñas formaciones circulares concéntricas, te habías topado con las monedas que perdió o petrificó el diablo, pudiendo haber sido el pago por un asesinato o maldición. Al menos, eso se creía en la Edad Media. Por eso eran llamadas monedas del diablo (nummi diabolici o moneta diaboli) o simplemente nummulites, pues su parecido con las monedas se contemplaba desde la antigüedad. No obstante, los antiguos griegos también les veían parecido a legumbres o granos de trigo, viéndolas en los bloques de las pirámides.

Los Nummulites eran realmente foraminíferos bentónicos, es decir, organismos unicelulares que vivían en el fondo marino. La "moneda" era el esqueleto calcáreo que formaba alrededor. Realmente, tan solo se percibían los más grandes, pues muchos especímenes son diminutos. Por eso, su identidad permaneció siendo un misterio durante más tiempo. Randolph Kirkpatrick argumentó en Nummulosphere: An Account of the Organic Origin of the So-Called Igneous Rocks and Abyssal Red Clays (1913) que la Tierra estaba cubierta por mares y que los restos de los Nummulites eran responsables de crear una nummulosphera, progenitora de todas las rocas del planeta.

Cuernos de carnero

Dibujo de Gessner de un ammonite.

Su forma espiral y sus septos le proporcionaron los nombres de cuernos de carnero, de Aries o de "Ammon", aunque también se consideraban piedras serpientes, pareciéndose a un ofidio enroscado. Ulisse Aldrovandi fue el primero en llamarlo Ammonis cornu, citando a Mauro Servio Honorato, que a su vez mencionaba a Virgilio. Este contaba que Baco, cuando dirigía su ejército a la India, imploró ayuda a Júpiter por la sed que sentía en Libia. Se le apareció un carnero que lo llevó a un manantial, donde estaba una estatua de Júpiter Ammón con cuerno de carnero. Por lo tanto, quienes observan estas piedras ven similitud en esos cuernos. Este relato trata realmente de Alejandro Magno, que se llamaba a sí mismo Dioniso, y que fue al templo de Amón en el oasis de Siwa. Desde entonces, se mostró con los cuernos de carnero y Zeus se equiparó con este importante dios.

Plinio el Viejo, en el mismo volumen que en los casos anteriores, decía que estos cuernos dorados de Ammón estaban entre las joyas más sagradas de Etiopía, incitaban a sueños premonitorios y tenían forma de cuerno de carnero.  No obstante, podía estar refiriéndose a otra cosa, a menos que tuvieran pirita.

En la Edad Media, tanto la serpiente enroscada como los cuernos de carnero fueron obras satánicas. En algunas "serpientes" se le tallaron cabezas, pues siempre estaban ausentes, asegurándose que fueron petrificadas por santos para combatir el mal, como hizo Hilda de Whitby. Sus usos fueron variados porque se confundían con otros fósiles u objetos fantásticos, como el cuerno de unicornio. Por eso se usaron como remedio curativo, especialmente en las vacas. En la isla de Skye, Escocia, en los siglos XVI-XVII, se mojaban en agua durante varias horas y se hacía que bebieran en agua para quitarles los calambres. En algunas zonas de Alemania, eran piedras de dragón que alejaban el mal y, cuando se ponían en el cubo de ordeño, devolvía la leche a las vacas que no la producían. Se creyeron piedras de dragón gracias a Alberto Magno, que transpuso un texto de Plinio sobre una piedra extraída de la cabeza de un dragón. Sirvieron como demostración del mal petrificado, es decir, de un mal anulado. Por eso en Francia se colocaban sobre las puertas como amuleto protector o hay iglesias europeas que los usan como pilas de agua bendita.

Realmente, eran ammonites, un tipo de molusco que apareció en el Devónico, hace más de 400 millones de años, y se extinguió junto con los dinosaurios. Aunque Aldrovandi fue el primero en nombrarlos como tal, no fue hasta la primera mitad del siglo XIX cuando esta palabra asumió el significado actual.

Uñas del diablo

Fósil de Trigonia.

Al igual que con las reliquias de los santos, con las supuestas partes del demonio que están petrificadas podrías tener al diablo entero. En algunas piedras se veían sus pezuñas o sus huellas, por lo que debían evitarse por ser lugar de paso del maligno. Al fin y al cabo, ¿cómo podría la naturaleza tallar la piedra con tal precisión? No obstante, también podían usarse como amuletos en pendientes o acompañar a otros objetos protectores, pues las formas que podían adquirir los fósiles eran casi tan innumerables como sus interpretaciones. Muchos de ellos no eran más que conchas de bivalvos. Cuando la roca se va desgastando, va dejando el contorno de las dos conchas, que son muy similares a la huella de las pezuñas de una cabra. El relleno de su interior puede recordar a una pezuña, a un corazón o, en el caso de los braquiópodos, a unos genitales femeninos.

Huevos de serpiente

Fósil de Pygaster.

La serpiente es otro animal demoníaco y bastante simple, motivos más que suficientes para su ubicuidad. Son fósiles que han sido usados por los humanos desde la prehistoria. Como decía Plinio, pero esta vez en el volumen XXIX, en Francia, a mediados de verano, las serpientes se reúnen y, con su saliva y la espuma de su cuerpo crean un huevo. Según los druidas, silba al lanzarse, debiendo recogerse en el aire con la túnica y huir porque las serpientes los siguen. Gessner ya le veía similitud a los erizos de mar, pues eran precisamente eso. A pesar de ello, las supersticiones sobre estos sobrevivieron hasta la primera mitad del siglo XVIII. Friedrich Lachmund y Giacinto Gimma que, cayeron del cielo, como un rayo o con la lluvia, formándose en el interior de los restos de un erizo. Era una piedra que no podía ser quemada. 

Espina de Pseudocidaris.

Otros autores hablaban de las espinas como piedras judaicas, que se usaban para romper los cálculos renales. Estas espinas podían estar rotas por la base o no ser finas, sino con formas similares a dátiles o pequeñas berenjenas. Las que sí eran finas eran los bastoncillos de San Pablo, frecuentes en Malta, como muchos de los fósiles mencionados.

Cabezas de Medusa

Fósil de crinoideo.
Estas recibieron el nombre de Asteriae, Encrinos, Trochites y Entrochos para diferenciar distintos tipos. Pentacrinus estaba formado por cinco Encrinos y se comparaba con los lirios, razón por la que los crinoideos, que aún tienen una subclase existente, son llamados lirios de mar. Al resto se comparaba con una rueda porque se estaba observando el disco radiado central con un trozo del pedúnculo. Lo irónico es que, por sus brazos, también fueran llamados cabezas de Medusa o estrella de mar arborescente. Se pensó que estos brazos eran gusanos que vivían asociados. A estos gusanos, aquí o por separados, los llamaban helmintolitos.

Crinoide Endoxocrinus.
La clave para desentrañar su identidad fue ir encajando sus piezas, aunque seguía resultando un ser alienígena hasta finales del siglo XVIII, cuando se encontraron especímenes vivos. Como los casos anteriores, durante siglos sus fósiles tuvieron propiedades mágicas o curativas. Los Astroites disueltos en una bebida ácida o machacados y tomados con agua eran antídotos, aliviaban la fiebre de la peste y detenían hemorragias. Al colgarse en una habitación, alejaban tanto a los insectos venenosos como a arañas, pesadillas y demonios. En Europa occidental, su forma estrellada demostraba que eran restos de una lluvia de estrellas que cayó a través de la nubes como un rayo o, próximas a lugares sagrados de la virgen María, eran las estrellas de su manto. Los Trochites eran lágrimas de gigantes, cuentas de rosario, piedras encantadores, monedas de hadas o de santos.

Fuente

  • Forli, M., & Guerrini, A. (2022). The History of Fossils Over Centuries: From Folklore to Science. Springer.
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