Los errores que convirtieron a las serpientes en dragones


El dragón es habitualmente la bestia más poderosa del folclore, un reptil formidable que destaca sobre las demás criaturas. A diferencia de los miembros del pueblo invisible, como troles, hadas, elfos y enanos, es fácil identificarlos y señalar sus características. Sin embargo, esto no le ha evitado convertirse en un cajón de sastre que va más allá de la diferencia entre dragones orientales y europeos.

Serpientes corrientes y molientes


Esto no fue siempre así. Para descubrir su desarrollo, debemos comenzar con los inicios de la palabra. En griego, el uso más antiguo de la palabra drakōn (δράκων) que se conserva ocurre en la Ilíada de Homero. En esta, se trata de una serpiente capaz de subir a un árbol, que come pájaros, que hace temblar con su presencia y es lo suficientemente pequeña para esconderse bajo un altar o ser llevada por un águila para alimentar a sus polluelos. Este último detalle es compartido por Aristóteles en Historia de los animales, que usa el mismo término. También describe una serpiente tricéfala en un cinturón y la cola de la Quimera. En obras griegas, este término se usa intercambiablemente con ophis (ὄφις), incluso cuando en un texto se refieren al mismo espécimen, aunque se trata de una palabra más común en el contexto religioso. Además, los drakōntes/dracones como Ladón, que protege el jardín de las Hespérides; el dragón insomne, que protege el vellocino de oro; el dragón asesinado por Cadmo, que protege la fuente, o Pitón, que custodiaba el oráculo, son serpientes.


Por lo general, ni siquiera se trataba de una serpiente concreta. En Theriaca, Nicandro de Colofón sería el primero es distinguirlos, siendo una serpiente no venenosa, verde y azul, con barba amarilla, que come pájaros y sus huevos, estando asociado a Asclepio, correspondiéndose con la serpiente de Esculapio (Zamenis longissimus). Para Plinio el viejo, el draco era una serpiente no venenosa de la India y África que mataba por constricción y medía 9-10 metros, siendo probablemente pitones (Python molurus y Python sebae). Supuestamente, según Plinio, es capaz de matar a un elefante, aunque muere aplastada por este. Adicionalmente, señala que navegan en grupo con sus cabezas elevadas como velas, rasgo más propio de las cobras.

Como suele ocurrir, Plinio tan solo conservó las ideas erróneas de su época. Virgilio menciona en la Eneida serpientes tan grandes que son capaces de estrangular a Laocoonte y a sus hijos, como ocurre en la Metamorfosis de Ovidio, donde una serpiente estrangula a los hombres de Cadmo. Estrabón indica que, durante el gobierno de Augusto César, se expuso en Roma una serpiente de la India de 20 metros de longitud. En Disertaciones, Máximo de Tiro cuenta que los indios mantenían a un dragón de 152 metros y lo alimentaban con bueyes. Por su parte, Claudio Eliano comentó que los indios criaron a dos dragones de 16 y 28 metros, que fueron muy codiciados por Alejandro Magno. Este habría encontrado otro de 14 metros que los nativos ocultaban en una cueva. Aunque Estrabón también las mencionaba, no usó el término drakōn para estas. A pesar de todo, en el siglo III d.C., el dragón seguía siendo una serpiente, como indica Solino, donde repite el asesinato mutuo de la serpiente y el elefante e indica que tiene una lengua bifurcada.

Dragones como bestias míticas diferenciadas


Esto comienza a cambiar con Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato de Atenas. Este habla de dos tipos de dragones: el de tierras bajas y sin cresta y el crestado y barbudo de las montañas. La descripción del segundo se basa en la serpiente de Laocoonte de la Eneida de Virgilio y la poesía de Nicandro. Sus errores de traducción convirtieron los dorsos con curvas sinuosas en dorsos serrados; los ojos que brillan como ascuas en crestas que brillan como ascuas; su veloz nado por el mar, en natación por el río, con el cuello elevado; sus ojos tienen cejas colgantes, en vez de que sus ojos brillen bajo sus cejas; abundantes barbas doradas como los babuinos, en vez de la "barba" amarilla de la serpiente de Asclepio. No solo los babuinos no tienen barba, como los mandriles, desconocidos en la época, sino que el propio Plinio el viejo indicaba que los dragones no tenían cresta. En referencia a Eliano, que indicaba que los machos tenían cresta y barba como los gallos, Filóstrato señaló que los dragones de pantanos se parecían a los dragones hembra porque no tenían cresta. Por otra parte, como Homero señala en la Ilíada que las serpientes son rojas, pues presagian hechos sangrientos, Filóstrato razonó que los dragones indios comparten ese color. El mismo propósito habría tenido el color rojo del dragón del Apocalipsis.

Siglos después, Avicena sufrió errores similares con Nicandro y Plinio, pero es más comprensible teniendo en cuenta la diferencia de idiomas. Él también hablaba de grandes dragones en la India y África, con grandes cejas, pero su cara era negra y amarilla, en vez de azul y amarilla; con tres colmillos, en vez de tres filas de dientes; una protusión bajo la mandíbula y pelo grueso en los bordes del cuello, en vez de la "barba" de Nicandro.

Aunque ahora los veamos con sus características propias, las serpientes fueron como otros animales incorporados a otras criaturas. Además de la cola de la Quimera o el cuerpo de Cerbero, los carros de Triptolemo y Medea fueron tirados por serpientes (drakōntes) aladas, un anfíptero, como si de un pegaso ofidio se tratase. Las serpientes voladoras egipcias de Herodoto o las serpientes indias mencionadas por Megástenes en Indika, conocidas a través de Eliano, tampoco eran llamadas dragones en su tiempo.

Vuelo


A pesar de ello, aunque el vuelo no fuera la norma, Agustín de Hipona escribió que los dragones eran los animales más grandes, viviendo en cuevas subterráneas con arroyos pero de las que salen volando. Esta discrepancia parte de un salmo que no menciona el vuelo, aunque la lucha del dragón del Apocalipsis y el arcángel Miguel en el cielo podría sugerir esta capacidad. También podría ser que su uso en estandartes del ejército romano, ondeando con el viento, inspiraran esa asociación. Sea como fuere, autoridades como Isidoro de Sevilla y Vicent de Beauvais lo incluirían en enciclopedias de historia natural.

A partir del siglo VIII d.C., los artistas europeos comenzaron a incorporar alas a los dragones y así lo reflejaron los bestiarios. Aunque Juan Damasceno seguía presentando al drakōn como una serpiente ordinaria, no venenosa, de gran tamaño, registraba la creencia contemporánea de que los rayos en las tormentas intentaban golpear a los dragones voladores. Esto probablemente derivó del combate de Tifón y Zeus. Contemporáneamente, los europeos llamaron "dragones" a los meteoros. De hecho, en galés, se usa draig tanto para los dragones como los fucilazos.

Veneno

En la Ilíada, cuando Héctor espera a Aquiles, Homero menciona la creencia popular de que las serpientes se vuelven venenosas al consumir hierbas nocivas. Aristóteles explicaba que los animales se vuelven más venenosos si consumen carne y plantas venenosas. En De proprietatibus elementorum (s. IX d.C.) de Pseudo-Aristóteles, el rey Filipo de Macedonia le pide a Sócrates que determine por qué cierto camino de montaña envenenaba letalmente a la gente. Sócrates habría descubierto que dos dragones habían mantenido la boca abierta, emponzoñando el aire, por lo que solucionó el problema matándolos. Avicena incorporó a la smoraa y al trogorn en la categoría de dragones (tinnīn). El primero era cognado de smyros (σμύρος) y myros (μύρος), y el segundo del trygon (τρυγών). Estos eran la morena y la raya, indicando que la última era la única venenosa del grupo. Aunque Aristóteles, Plinio el viejo e Isidoro ya habían usado el término drakōn/draco a los peces traquínidos venenosos, no lo habían incorporado en el mismo grupo que las serpientes.

De nuevo, autores posteriores seleccionaron de manera acrítica toda esta información en sus descripciones. Por ejemplo, Alberto Magno, partiendo tanto de Aristóteles como de Pseudo-Aristóteles, insistió que el dragón era venenoso porque comía cosas venenosas, pero también afirmó, apoyándose en Plinio, Solino y Avicena, que no lo eran y que su mordedura era terrible por la herida, no por el veneno.

El uso de dragones venenosos ya había estado presente antes, aunque sin ser tan influyentes en este área como De proprietatibus elementorum. La serpiente constrictora de Laocoonte era venenosa. Además, en Deuteronomio 32:33 se traduce Tannîyn como drakōn, cuando debería ser chacal o algún animal mítico marino, como kêtos (κῆτος), que podía englobar monstruos o tiburones, focas y ballenas. En Beowulf también aparece un dragón venenoso.

Pies

La imagen del dragón europeo no es meramente como la de una serpiente alada, venenosa o con alguna relación con el fuego, sino además con patas. Cualquier purista pondría el grito en el cielo si se llama dragón a un reptil mítico sin el número adecuado de extremidades. En este caso, mientras en el arte y los bestiarios, los dragones ganaban alas, entre los siglos VIII-X d.C., los taxidermistas le incluyeron patas. A pesar de ello, esta sería una imagen independiente que no ganaría influencia hasta los siglos XVI-XVII, cuando en el Mediterráneo se multiplicaron las rayas disecadas y serpientes con partes de otros animales que pretendían ser dragones.

Fuego


El fuego y el veneno de las serpientes se han asociado desde la Uadyet que protegía a los faraones y que fue base de los serafines, que casualmente también eran serpientes aladas. El tannîyn leviatán del libro bíblico de Job también tenía aliento de fuego, aunque el dragón más antiguo asociado con este elemento apareció en la obra apócrifa Hechos de Felipe, del siglo IV d.C. Desde entonces, varios santos se enfrentaron a dragones que escupían indistintamente fuego o veneno. La Legenda aurea del siglo XIII estableció esta como una habilidad propia de los dragones en las historias. En obras de historia natural, tan solo el jesuita Athanasius Kircher en Mundi subterranei afirmó que producían fuego, pues Christopher Schorer le contó que, en 1619, vio uno que despedía chispas a través del cielo nocturno cerca del monte Pilatus en Suiza. Entonces, aún se creían que las estrellas fugaces podían ser dragones. Kircher también aceptó la cuadrupedia de los dragones, como el que mató el caballero Dieudonné de Gozon en Rodas durante el siglo XIV.

La acción de los naturalistas de sofá


La invención de la imprenta y el descubrimiento de nuevas tierras trajo prosperidad para los naturalistas. A sus espaldas, tenían la literatura acumulada durante dos milenios y, al frente, cientos de especies por describir. No obstante, esto es un arma de doble filo si no se actúa debidamente. Tenían la misión de recopilar nuevas especies y conservar la información ya existente, pero era necesario un filtro. ¿Todo lo que decían los autores antiguos era cierto? No. Ahí tenemos el miedo de los elefantes a los ratones, su enemistad con los rinocerontes o a las avestruces que ocultan su cabeza en el suelo. Le podemos sumar la clasificación de todo animal acuático como pez. Por otra parte, ¿todas las criaturas conocidas existían? Hay seres, como la hiena o el ñu, que no eran tan extraordinarios como se decía, pero eran reales. Otros no lo eran, como señalaron Thomas Browne y Linneo.

A pesar de esto, hubo autores que hicieron todo lo contrario: conservaron los disparates del pasado, pues provenían de una serie de autores respetados, y aceptaron sin comprobarlo en primera persona la existencia de cualquier nueva especie. Conrad Gessner fue el responsable de canalizar en Schlangenbuch la información de todos los autores previamente mencionados, reconciliando sus contradicciones, e incluyendo como verídicas a las obras de taxidermistas y las leyendas de viajeros. Gracias a la imprenta, la influencia de estos errores era mayor, especialmente cuando autores posteriores lo usaban como fuente de información.

Fuente

  • Senter, P., Mattox, U., & Haddad, E. E. (2016). Snake to monster: Conrad Gessner's Schlangenbuch and the evolution of the dragon in the literature of natural history. Journal of Folklore Research: An International Journal of Folklore and Ethnomusicology, 53(1), 67-124.
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2 Comments
  • Anónimo
    Anónimo 8 de diciembre de 2022, 12:00

    En la antigüedad se conocían los fósiles de dinosaurios. Estaban ahí, con independencia de lo que representaran. Hay un grifo alado en bajorrelieve de Creta o Malta (siento no recordar la fuente) que es enteramente la recreación que se haría de los huesos y el cráneo de un dinosaurio

    • TDI
      TDI 8 de diciembre de 2022, 15:13

      La conozco. Es una hipótesis de Adrienne Mayor y Michael Heaney. Casualmente, tengo una entrada sobre ello :D.

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