El papa que liberó a los demonios del infierno

Papa Francisco con las manos alzadas y rodeado de demonios.

El lugar de Satán o Lucifer, no siempre equivalentes, es el infierno. De esta manera, apoyaba la dicotomía del bien y el mal, contraponiéndose al paraíso celestial y su liderazgo divino. Ahora bien, Satán tienta a la humanidad en la Tierra y fue arrojado al lago de fuego en el Apocalipsis. Esto implica que, hasta el día del juicio, permanecía entre los humanos.

Delimitación del infierno

En estas visiones religiosas, siempre hay varias perspectivas, pero también figuras cuyos razonamientos destacan, influyendo la doctrina. En Suma teológica, Tomás de Aquino dividió los infiernos en cuatro secciones: el gehena, que es el lugar de castigo que normalmente imaginamos como el infierno; el limbo de los niños (limbus parulorum), para los que murieron sin bautizar; el limbo de los patriarcas (limbus patrum), que habrían ocupado las figuras destacadas del Antiguo Testamento que precedieron a Cristo, y el purgatorio, donde se purifican los pecados perdonados y aquellos no perdonados de menor importancia. 

Libres para volar

Demonio volador de Mikhail Vrubel.

No obstante, en 1332, Juan XII (1316-1334) argumentó durante un sermón que los demonios no podrían tentarnos si residieran en el infierno, sino que permanecían en la zona de aire oscuro desde donde podían alcanzarnos. Esto no negaba la existencia del infierno como un posible mundo subterráneo, pero le despojaba su título como su residencia principal.

La idea de que los demonios permanecían entre nosotros antes del Juicio Final no era nueva. Pablo de Tarso denominó al diablo como el "príncipe del aire" (Efesios 2:2; 6:12). Los ángeles caídos ocupaban el espacio sublunar, por debajo de las esferas celestes, en lo que podríamos considerar la atmósfera, una idea que Pablo tomó de Aristóteles y Ptolomeo y que continuaron Tertuliano, Hilario de Poitiers, Jerónimo de Estridón y Agustín de Hipona. Era un espacio que había estado reservado para los daimones, cristianizando su aspecto de aves celestes (volatilia caeli), que actuaban de intermediarios. Al ser ángeles, sobrevolaban continuamente el mundo a toda velocidad, aunque sujetos a las leyes naturales, sin poseer la ubicuidad divina ni ocupar el mismo espacio que otro elemento. Esto les permitía acceder a los secretos de todos los confines del mundo, incluidas las antípodas, y acechar a la humanidad cual rapaz. No había barreras para ellos, ni siquiera las del cuerpo humano, que podían dominar desde su interior. Este movimiento ilimitado desde las profundidades del mundo hasta las nubes les permitía conjurar tormentas, lluvias y tempestades con el permiso divino.

Refugios demoníacos

Mujer cortando la cabeza a un demonio.

El Renacimiento fue verdaderamente un momento clave por el comienzo de la época de los descubrimientos, el desarrollo de la cartografía y las nuevas concepciones astronómicas. El ecúmene, el mundo conocido, se expandió como también lo hizo el conocimiento humano en todas las áreas, como las ciencias naturales. Este impulso conectó a disciplinas aparentemente distantes, como la demonología con la geografía y la exploración. Ya no interesaba conocer a través de los demonios los secretos del otro mundo, como Dante o Fausto, sino descubrir aquellos del nuestro. Por ello, no es casual que este interés coincidiera con la caza de brujas.

El cristianismo había sometido al diablo, pero este podía volver. Los principales tratados de brujería databan del siglo XV, citando casos locales. Se consideraban vestigios de cultos antiguos. A través de estos, en los aquelarres, sus asistentes accedían a los secretos demoníacos y lograban alterar el cima o maldecir a sus enemigos. Aunque los demonios viajaban rápida y continuamente, tenían paradas predilectas en zonas apartadas, desiertos, montañas, cruces y zonas limítrofes. Era una visión tradicional, unas localizaciones tan habituales que coincidían mayormente con los demonios de los antiguos imperios mesopotámicos o los troles nórdicos. A pesar de ello, la mayoría de las confesiones de los juicios no revelaba lugares concretos, aunque tampoco eran necesariamente áreas alejadas de las poblaciones rurales.

Mapa de Olaus Magnus de Escandinavia.
Hasta la primera mitad del siglo XVI, la amenaza de la brujería era una cuestión europea, pero las nuevas tierras descubiertas revelaban refugios del diablo. En Historia de gentibus septentrionalibus (1555), Olaus Magnus contaba que una de las bocas del infierno estaba en el monte Hekla de Islandia; que las brujas subían a la cumbre de una montaña en la isla de Jungfrun a adorar al diablo y conjurar hechizos malvados; habla de cultos satánicos; licántropos; bailes con de elfos, fantasmas y brujas; sacrificios humanos; muertos vivientes; brujas que se metamorfoseaban; magos que controlaban los vientos, entraban en trance y viajaban espiritualmente o estaban ligados mágicamente al fondo de un desfiladero, etc.

Aunque Olaus Magnus hablaba de un pasado lejano, la situación en el desconocido norte de las tierras demoníacas era un detalle profetizado (Isaías 14:14; Jeremías 1:13), que Antonio de Torquemada consideró la principal residencia de los demonios. Aunque el cristianismo se extendió a Escandinavia, siguió siendo uno de los focos de satanismo junto con África, las Indias orientales y occidentales. América se consideraba el lugar más peligroso pues, tras la llegada de Cristo, se consideró que Satán se había retirado aquí por conservar un mundo similar al antiguo. Habría sido un lugar donde crecer su influencia y su poder. Es importante reconocer que la diversidad de las práctica religiosas, de las creencias, de nombres y formas de los dioses de estos pueblos que vivían en estas regiones se consideraban engaños diabólicos para ocultar su verdadera naturaleza satánica. De forma similar a las actuales creencias conspiratorias, todo era un espectáculo de títeres de Satán, que parodiaba las prácticas, creencias y estructura del cristianismo. De esta manera, se proporcionaba un modelo comprensible de lo desconocido basándolo en lo conocido pero, además, servía para justificar su condena. Incluso los cultos extintos de pueblos antiguos, que gracias a la imprenta eran más conocidos por el público, eran obras del diablo.

La llegada del cristianismo a América se percibió como un alivio a este mal, pero el aumento de denuncias por brujería y el surgimiento del luteranismo se entendieron como la defensa del propio Satán, que había cruzado el océano para contagiar a Europa con su maldad. La llegada del Anticristo se veía inminente, por lo que los demonólogos se consideraban esenciales para perseguir y detectar la presencia del diablo. Después de todo, aunque adquiriera múltiples formas, siempre tenía rasgos comunes entre ellas, como los cuernos, o nombres que eran anagramas entre sí, a menudo en distintos idiomas. Todos sus aspectos estaban conectados como si pertenecieran a un extenso árbol familiar cuyo tronco, el ancestro de todos, era el dios Pan. 

Fuente

  • Maus de Rolley, T. (2016). Putting the Devil on the Map: Demonology and Cosmography in the Renaissance. In Boundaries, Extents and Circulations: Space and Spatiality in Early Modern Natural Philosophy (pp. 179-207). Cham: Springer International Publishing.

 

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