Arquímedes no usó espejos incendiarios en Siracusa
A pesar de no evitar la derrota y ser útil únicamente durante el día, siempre que no estuviera nublado, el poder de los espejos era letal e ilimitado. En plena Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.), habría sido una tecnología muy jugosa para dejarla pasar. Por eso resulta extraño que tanto la batalla como el invento fueran recordados durante siglos y no tuvieran más uso.
El sitio de Siracusa
Polibio (200-118 a.C.) en el octavo libro de Historias, Diodoro Sículo (90-30 a.C.) en el libro XXVI de Biblioteca histórica, Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) en el libro XXIV de Historia de Roma, Plutarco (46-119 d.C.) en Marcelo de Vidas paralelas y el libro XXV de Historia romana de Dion Casio (155-235 d.C.) cuentan este episodio.
El momento clave es el ataque marítimo y nocturno de los quinquerremes de Marco Claudio Marcelo a la muralla de Acredina planeado, según Polibio y Plutarco, para evitar las catapultas que le atacaban durante el día. Los romanos atacaban a distancia con flechas y jabalinas e intentaban asaltar la ciudad con las sambucas, pero el ingenio de Arquímedes impedía cualquier avance en una ciudad ya de por sí en una posición estratégicamente favorable y rodeada de murallas. Su artillería cubría desde la distancia, donde los barcos romanos habían sido recibidos con piedras, hasta las inmediaciones de las murallas, donde los escorpiones disparaban a través de pequeños orificios. Además, cuando se acercaban los barcos, sobre las murallas emergían unas grúas con un garfio que levantaba las embarcaciones, destrozándolas y hundiéndolas o soltando piedras y plomo sobre las sambucas, que caían con todos los que subían por ellas.
Espejos bélicos...
Diodoro Sículo y Dion Casio son los únicos que mencionan el uso de espejos en Siracusa, pero se conocen de forma indirecta a través de Juan Zonaras (1074-1145 d.C.) y Juan Tzetzes (1110-1180 d.C.). En Epitome historion, Zonaras cita a Dion Casio, quien explica que el espejo, debido a su grosor y superficie lisa,
podía hacer arder el aire concentrando el rayo solar, quemando todos los
barcos en su trayectoria. Durante su vida, Tzetzes citaría además a Diodoro Sículo a través de Antemio de Tralles (474-534 d.C.). En Sobre las lentes que queman, Antemio argumentó que Arquímedes habría necesitado un espejo demasiado grande para quemar los barcos. En su lugar, Antemio elabora un sistema con un espejo hexagonal de un pie de tamaño, que reflejaría los rayos solares en otros cuadrados de menor tamaño, que se concentrarían en los barcos, sea para cegarlos o quemarlos. Así lo contaría Tzetzes por primera vez en un escolio de Συρακοσίοιο κατόπτρου (Sŭrākósĭoi katóptrou, "espejo de Siracusa"), de forma abreviada en Hypomnema in S. Luciam, en una simple mención en Carmina Iliaca y finalmente en Quilíadas.Por otra parte, en Punica de Silio Itálico (26-101 d.C.), Arquímedes usa un arma ardiente, pero en tierra, no en el mar. En Apologia, Apuleyo (125-179 d.C.) discute la óptica de los espejos, señalando que los cóncavos pueden prender la yesca frente a ellos con los rayos del Sol, mencionando posteriormente el conocimiento de los espejos que poseía Arquímedes, pero sin aludir a ningún uso bélico. En Hipias, Luciano de Samósata (125-181 d.C.) tan solo indica que quemó los trirremes romanos con su ingenio, sin concretar el arma.
...u otra cosa
Hasta aquí, lo atípico es el uso de espejos incendiarios. Es entonces cuando entra en escena De temperamentis de Galeno de Pérgamo (129-216 d.C.) o, más bien, su interpretación:
Una casa fue quemada de la siguiente manera - había un almacén de excreciones de paloma, ya putrefactas y calentadas, ya con vapor y dolorosamente caliente al tacto. Cerca, y en contacto con ella, había había una ventana de madera recientemente cubierta con resina de pino. Por lo que el potente Sol veraniego incendió la resina y la madera: cerca había otras puertas y ventanas, también cubiertas con resina. Comenzado por facilidad, el fuego se extendió al techo. Una vez que prendió el fuego allí, se extendió rápidamente por toda la casa. En cierta manera, creo, que también se dice que Arquímedes también prendía en llamas a los trirremes enemigos por medio de πυρεια. Lana, estopa, mecha, brea y cualquier cosa igualmente seca y de texturas sueltas también arden en llamas con el πυρεια. Las piedras frotadas también generan llama, especialmente si se rocía azufre sobre ellas. Y el compuesto de Medea era de este tipo. Todo lo cubierto con ello arde en llamas cuando lo golpea el calor. Está preparado con azufre y betún líquido y arde por fricción.
La pregunta del millón es, ¿qué es πυρεια? Galeno no volvió a usar esta palabra. Escrita en griego, su obra fue ampliamente mencionada entre los bizantinos y traducida al árabe. A través de Hunayn ibn Isḥāq (809-873), Gerardo de Cremona (1114-1187) lo tradujo como speculis ardentibus. Burgundio de Pisa (1110-1193) lo transliteró a pyria.
En el Renacimiento, Galeno ganaría popularidad, recopilando y traduciéndose al latín sus textos, siendo Diomede Bonardo y Filippo Pinzi pioneros en ello en 1490. En su traducción del griego, Thomas Linacre (1460-1524) creó la que se convertiría en traducción estándar con "Hoc arbitror modo aiunt et Archimedem hostium triremes urentibus speculis incendisse". Jano Cornario (1500-1558) razonó en una edición griega que serían unas piritas de cobre, siendo un metal que producía fuego al golpearse. En una edición latina, sustituyó el speculus lapidas de Linacre por pyritas lapidas en el texto, dejándolo sin modificar en el índice, pero Conrad Gessner lo revirtió en la siguiente edición. Teniendo en cuenta el alcance de los autores anteriores, especialmente en Europa occidental, se puede señalar a Linacre como responsable de extender la idea de los espejos incendiarios de Arquímedes en el sitio de Siracusa.
Esto parecía confirmarse cuando Caelius Rhodiginus (1469-1525) publicó la mención Apologia de Apuleyo, citando a un inexistente De Constitutionibus, y Gerolamo Cardano (1501-1576) y Giovanni Battista della Porta (1535-1615) divulgaron el texto de Galeno y las citas de Tzetzes y Zonaras.
Sin embargo, el contexto hacía dudar de este significado, pues tanto antes como después de la palabra no hacía más que enumerar sustancias ignífugas. A razón de esto, tanto Rhodiginus como Leonard Fuchs (1501-1566) sugirieron que debía ser un instrumento ignífugo (igniaris). Jeremy Thriverius (1504-1554), aunque no entendía cómo producían fuego al absorber calor, indicó que la palabra solía referirse a piedras ardientes, pudiendo las partes desgastadas por la fricción las responsables de prender los barcos, aunque sin explicar cómo los alcanzaban. Fuchs razonaba que era algún tipo de palo incendiario y, de hecho, Galeno habló de estos en De morborum causis, aunque sin usar la misteriosa palabra anterior.
René Descartes (1596-1650) apuntó a la imposibilidad de construir un espejo lo suficientemente grande para quemar un barco en la distancia. Gabriel Naudé (1600-1653) y Johann Daniel Major (1634-1693) cuestionaban lógicamente por qué los contemporáneos no decían nada de ello y la impracticabilidad bélica de un espejo que, como una lupa, solo podía concentrar la luz en puntos concretos, especialmente si estaba fija, y lo que podía tardar en quemar.
Aunque la idea de los espejos ardientes de Arquímedes perdió auge junto con Galeno, se trata de una creencia que se niega a morir definitivamente, a pesar de ser técnica y físicamente imposible de llevar a cabo. Como indicaba Antremio, en el episodio 16 (2004) de Cazadores de mitos, demostraron que Arquímedes hubiera necesitado un espejo enorme tan solo para obtener una elevación de unos pocos grados. En el episodio 46 (2006), volvieron a intentarlo, demostrando que podía quemarse el barco, pero tan solo si se quedaba inmóvil durante mucho tiempo y ridículamente cerca. En el episodio 157 (2010), lo volvieron a repetir con 500 espejos modernos o de bronce, sin prender fuego.
Resumen
Tenemos una batalla que, a pesar de ser plasmada por Polibio pocas décadas después, no habla de espejos, que habrían sido inútiles al producirse el conflicto por la noche. Este silencio también lo manifiesta el matemático Diocles (240-180 a.C.), quien escribió Sobre los espejos ustorios/ardientes, conservado a través de traducciones árabes y en el comentario de Eutocio de Ascalón sobre Sobre la esfera y el cilindro de Arquímedes. A pesar de ello, Diocles tan solo referencia Sobre la esfera y el cilindro para un problema geométrico sobre una relación de conos y esferas en las líneas 136-139.
Durante el revivalismo de la cultura helena de la Segunda sofística, en
torno al siglo II, periodo en el que se sitúan Galeno, Luciano, Apuleyo
y Dion Casio, coinciden los textos que combinan a Arquímedes con espejo y/o fuego, no necesariamente en Siracusa. Sería Antemio de Tralles quien intentaría ingeniar un método que le permitiera funcionar, siendo los bizantinos Zonaras y Tzetzes quienes le dan credibilidad al adscribirlo a autores antiguos. En el Renacimiento, la fama de los espejos ardientes está ligada a la de Galeno y la traducción de Linacre, decayendo al mismo tiempo que su popularidad, pero sin que la idea desaparezca.
Fuentes
- Simms, D. L. (1991). Galen on Archimedes: burning mirror or burning pitch?. Technology and culture, 32(1), 91-96.
- Rance, P. (2023). ARCHIMEDES AT SYRACUSE: TWO NEW WITNESSES TO CASSIUS DIO'S ROMAN HISTORY 15 (TZETZES’CARMINA ILIACA AND HYPOMNEMA IN S. LVCIAM). The Classical Quarterly, 73(1), 436-456.