Las respuestas contradictorias de la iglesia católica a los festejos taurinos


La iglesia católica ha mantenido siempre una postura contradictoria respecto a las fiestas taurinas. Por un lado, las ha condenado al compararlas con los ludi del pueblo romano pero, por otra parte, también ha disfrutado de ellas, incluso de sus beneficios económicos. A pesar de las diferencias en sus posiciones manifiestas durante los siglos, la realidad es que la posición de la iglesia es una muestra de gatopardismo, donde todo cambia para que nada cambie.
Serie: Polémicas de la iglesia

Una prohibición fallida


En 1526 ya tenemos condenas a esta práctica. En la obra de breve título Las cuatrocientas respuestas a tantas otras preguntas que el ilustrísimo señor don Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla, y otras personas en diversas veces enviaron a preguntar al autor, el monje franciscano respondía a las misivas de Fadrique Enríquez, preocupado por la moralidad del toreo. Aunque este alteraba la pregunta para buscar un resquicio ético que justificara su participación, el monje era firme: siempre era pecado, sin importar las circunstancias o escenarios, porque se arriesgaba la vida innecesariamente y se era cruel con una criatura que no le amenazaba.Además, consideraba que quienes morían toreando perdían sus almas al ofender a Dios.

Esta no era una postura aislada. En el Concilio de Trento (1545-1563), muchos obispos propusieron prohibirlo, pero solo amenazaron con excomulgar a los clérigos participantes y prohibir celebrar tales festejos en días dedicados a los santos, a la virgen María o al Corpus Christi. En Toledo, se celebró un concilio en 1565 presidido por el obispo de Córdoba, con la participación de los obispos de Sigüenza, Segovia, Palencia, Cuenca, Osma y Alcalá, así como miembros distinguidos del clero. El concilio acordó que el toreo era una práctica ofensiva ante Dios, amenazando con la excomunión a cualquiera que se enfrentara a un toro y hubiera tomado los votos.

El 1 de noviembre de 1567, el papa Pío V (1528-1556) publicaría la bula De salutis gregis dominici ("Sobre la salud de los rebaños del señor"), donde señalaba al toreo como un espectáculo cruel propio del diablo, no del hombre, al no mantener la piedad y caridad cristiana. En consecuencia, los oficiales y príncipes serían excomulgados y se les negaría un entierro cristiano si permitían el toreo, mientras los clérigos tenían prohibida su asistencia bajo condena de excomunión.

Habiéndose pronunciado la autoridad papal, uno podría preguntarse por qué aún seguimos con la práctica. Es algo que debemos al rey Felipe II de España. Aunque no tenía un interés personal por la festividad, le convenía mantener el apoyo de la nobleza, por lo que prohibió la publicación de la bula papal en sus tierras. Felipe II no solo se mantuvo inflexible ante las apelaciones de la iglesia o de las cortes de Castilla, sino que insistió a los sucesivos papas en que redujeran la dureza de la prohibición. Por ello, aunque el papa Gregorio XIII (1572-1585) reiteró la prohibición en su Exponi Nobis del 25 de agosto de 1575, solo limitó la asistencia de religiosos y la celebración en fiestas religiosas. No obstante, incluso los miembros de la iglesia hacían oídos sordos y asistían igualmente a los festejos. Es la razón por la que el papa Sixto V (1585-1590) envió el mensaje Nuper siquideu el 14 de abril de 1586 al obispo de Salamanca para autorizarlo a castigar a los clérigos que no cumplieran las normas de Pío V y Gregorio XIII. A pesar de todo, al final el papa Clemente VII (1592-1605) redujo aún más la prohibición en la bula Suscepti muneris (1596), permitiendo asistir al clero secular.

División constante

A pesar de ello, se mantuvo la división de opiniones entre los miembros de la iglesia. San Juan de Ávila (1500-1569) indicaba que la participación en el toreo, además de peligroso para la consciencia, era un pecado mortal. En el tercer discurso de Razón para llorar (1590), fray Damián de Vegas se lamentaba de la cruedad de los toreros contra los animales inocentes y por la falta de compasión del público, consciente de que el torero moriría en un estado de pecado mortal. Uno de los capítulos de Beneficios del trabajo honesto y daños de la ociosidad en ocho capítulos (1614) del padre Pedro de Guzmán describía el toreo como una práctica más propia de los romanos paganos que de los españoles. Comparaba a los toreros con los suicidas y al público como promotores de su muerte, considerando al dinero recaudado como un gasto que hubiera sido más útil si se hubiera dedicado a Dios. La obra póstuma del padre Juan de Mariana (1536-1624), Contra los juegos públicos (1854), también interpretaba la práctica como pagana y fuente de males. Además, consideraba absurdo que se intentara satisfacer a los santos con ellas en vez de con piedad, inocencia y buenas obras.

El padre Jaume Balmes (1810-1848) en El protestantismo comparado con el catolicismo en sus relaciones con la civilización europea (1857) expresaba la contradicción de tener esta práctica bárbara en un país católico. No obstante, aunque no apoyaba las prácticas, razonaba que la naturaleza humana tendía a experimentar el peligro, especialmente entre los españoles y su gusto por las tragedias.

El toreo se convirtió en un espectáculo comercial en el siglo XVIII, sirviendo a menudo para recaudar fondos, que habitualmente usaba la iglesia para construir edificios y pagar salarios. Aunque se celebraba los lunes por la tarde, como la gente dejaba de trabajar para asistir, lo trasladaron a los domingos. Hubo críticas en la iglesia, pues le hacía la competencia, pero finalmente se adaptaron. A mediados del siglo XIX, el papa Pío IX (1846-1878) redujo las fiestas religiosas a petición del gobierno español para aumentar los días en los que celebrar las corridas.

Críticas que no cesan


En 1920, el papa Benedicto XV (1914-1922), recordando la bula de Pío V, condenó de nuevo estos espectáculos sangrientos, como haría el mismo año el cardenal Gasparri, secretario de estado del Vaticano. El papa Pío XII (1939-1958) también los rechazó y se negó a citarse con representantes del toreo

En España, la Conferencia Episcopal generalmente ha mantenido su silencio en este tema, a pesar de sus intervenciones recurrentes en asuntos políticos y sociales, como el aborto y los matrimonios del mismo sexo, donde centra la mayoría de sus esfuerzos. Lo mismo ocurre en México, donde José Guadalupe Martín Rabago, obispo de León, declaró que la bula de Pío V era temporal y que trataba un tema menos importante que el aborto. No obstante, sigue siendo un tema polémico, pues Ubaldo Santana, obispo emérito de Maracaibo, o el monseñor Mario Canciani condenaron el toreo o apoyaron a los animales

Fuentes

  • Carretero-González, M. (2018). Catholic law on bullfighting. In The Routledge handbook of religion and animal ethics (pp. 286-294). Routledge. 
  • Alpert, R. T., & Alpert, R. (2015). Religion and sports. Columbia University Press.
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