Hemos estado jugando con el ADN desde hace miles de años. Simplemente no sabíamos que lo hacíamos. Empezando hace unos 10.000 años, los humanos empezaron a dirigir la evolución de animales y plantas. Nuestros ancestros recolectaron ciertas semillas en vez de otras, y empezaron a plantarlas en los jardines, y gradualmente produjeron cultivos domesticados. No sabían que variante genética estaban eligiendo, o cómo esos genes les ayudaba a crear nuevos tipos de plantas. Durante miles de años, por ejemplo, un arbusto inocuo llamado teosinte se convirtió en unos tallos altos con semillas gigantescas llamada maíz. Nuestros ancestros podían ver los cambios externos que sufrían los cultivos como el maíz, así como el ganado, como las vacas y cerdos. Pero, sin ser vistas, otras especies estaban evolucionando en respuesta a los albores de la agricultura. Los primeros lecheros no tenían ni idea de que se necesitaba cierta bacteria para convertir la leche en yogur o leche. Y no se dieron cuen